Esta ciudad que ahoga y maravilla es a veces demasiado intensa. No es posible recordar las miles de impresiones que sacuden cada día.
El domingo me pasé el día sola terminando un curso para examinar DELE y por fin por la tarde salí por no quedarme en casa. Yo vivo entre dos calles que son una sinécdoque de India: la calle de los ricos, con sus cafeterías, restaurantes, heladerías y bloques de apartamentos estilo occidental, y la calle de los pobres, de la gente durmiendo en la calle, ruidosa y sucia, llena de pequeños negocios, restaurantes mugrientos y puestos de comida callejera.
En esta última calle, Hazra Road, he visto como los domingos grupos de hombres sentados sobre un plástico en el suelo ocupan todas las aceras para jugar a las cartas. Veo degollar pollos y cabras despellejadas colgando de unas tiendas sin puertas ni ventanas, mientras otras cabras están sentadas enfrente de la tienda esperando su turno. Veo a gente durmiendo en las posturas más inverosímiles, dentro de restaurantes vacíos, tumbados sobre los bancos y con alguna pierna mal apoyada sobre la mesa. Mientras paseaba este domingo, de repente escuché una música. Venía de una especie de garaje, que en realidad es una empresa de madera. Me asomé a la puerta y allí en el suelo, cuatro hombres mayores tocando la tabla (un tambor indio), una especie de acordeón y un sitar, tocaban música devocional. Quizá estaban ensayando para alguna puja, no sé. Me quedé mirando y escuchando, y ellos me miraron a mí pero no me dijeron nada. Siguieron así un buen rato, hasta que terminó la canción, y pararon de tocar.
El metro es como siempre uno de los lugares más interesantes. El último día conseguí sentarme en la zona de las mujeres de cada vagón (el centro de cada vagón de metro está reservado para las mujeres). Frente a mí había unas cinco mujeres, que parecían una colección de muñecas tristes, con la cabeza ladeada todas hacia el mismo lado, y con la mirada perdida. Jóvenes y viejas, bengalíes y no bengalíes, todas eran iguales en aquel momento. Así viajaron los 20 minutos que hay desde la universidad hasta mi estación. ¿En qué piensan? Están cansadas, pero ¿de qué exactamente?
Una de mis comidas favoritas en Calcuta (quizá debería decir, mi comida favorita) es el muri.
Es arroz inflado con garbanzos secos, cacahuetes, tomate, pepino, cebolla, a veces patata, una especie de fideos de patata fritos, masalas y guindilla. Me encanta. Tiene un sabor agudo, entre salado, ácido y picante. Pero odio los cacahuetes. Así que siempre pido sin cacahuetes. Hay dos puestos de muri donde en mi opinión, hacen el mejor muri que he probado hasta ahora. Uno está al lado de mi universidad, donde el muri es crujiente. El otro está cerca de mi casa, donde le ponen muchas verduras y el muri no está crujiente, pero el sabor es mucho más intenso. Los dos hombres que lo preparan ya me conocen, e inmediatamente saben que no tienen que ponerme cacahuetes. Cuando no tengo cambio yo o no tienen cambio ellos (cuesta solo 5 rupias, pero no siempre tengo monedas sueltas), nos quedamos a deber para el próximo día, y tan contentos. El que está cerca de mi casa siempre me lo da a probar para que dé mi visto bueno al sabor antes de llevármelo, y se empeña en hablarme en hindi. Pero cada vez que me ve, me grita "didi!! bolun!!!". "Didi" significa literalmente "hermana", pero es la manera de dirigirse a las mujeres jóvenes desconocidas. "Bolun" significa "dígame". Es la manera de interpelar a los clientes para que se acerquen a comrar, en todas las tiendas. Y este hombre, lo consigue casi siempre.
Pero los domingos, tristemente, cierra su puesto. Y yo, que le soy fiel, los domingos no como muri...
1 comentario:
El no comer muri un día, hace que el lunes, cuando vuelva a abrir el puesto, ya tengas más ganas de comprarlo y comerlo. El metro es un buen lugar, de los más interesantes, para observar el comportamiento de la gente y ver todo lo que pasa alrededor. Y Calcuta con lo grande que es, la forma de ser de la gente, tiene mucho que ver y observar.
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