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domingo, enero 22, 2012

Orissa - Bhubaneshwar I

Febrero está ya a la vuelta de la esquina y yo sigo sin terminar de contar mi viaje a Orissa, cuando lo más interesante está aún por venir.
Os había dejado en ese autobús rojo, destartalado e incómodo en el que íbamos de camino a la capital de Orissa. Cuando llegamos ya había anochecido, aunque debían ser las 6 y media de la tarde. El autobús nos dejó al lado de la estación del tren, que está hacia el centro-sur de la ciudad. Todo lo interesante está relativamente cerca de la estación de tren, y es la zona con más hoteles, así que nos vino estupendamente.

Con mi guía de la mano fuimos preguntando de hotel en hotel, pero estaban casi todos llenos o eran demasiado caros para nosotras. Al final, escondido detrás de otro hotel, encontramos un hotel que no tenía ninguna indicación de serlo, ni siquiera un mísero cartel. Era un edificio con una cobertura de cemento gris, que parecía sin terminar. A la entrada había algunos símbolos judíos, y más que un hotel, pensamos que era una iglesia o centro de reunión judío, pero preguntamos en un puesto de té enfrente, y nos confirmaron que ese era el "hotel" que buscábamos. Entramos, y en la primera planta efectivamente encontramos la recepción. Está claro que las cosas nunca son lo que parecen, y menos en este país.

El recepcionista fue muy majo y de nuevo, hablando en banglish, regateamos el precio de la habitación. El hombre nos aseguró que la habitación tenía agua caliente, y nos enseñó una. No era muy grande ni estaba demasiado limpia, pero estábamos cansadísimas y no queríamos buscar más, y el precio era aceptable (400 la noche), así que nos lo quedamos. Inmediatamente tuvimos que pedirle unas "mosquito coils", unas espirales que al quemarlas atontan a los mosquitos. La habitación había estado con la ventana abierta mucho tiempo y estaba plagada de mosquitos. Cerramos la ventana, desempaquetamos un poco, pusimos el ventilador y dejamos la puerta del baño abierta con la esperanza de que los mosquitos se marcharan por allí. 

Salimos a buscar cómo ir a la estación de trenes y a encontrar algún sitio para cenar. Detrás de la estación de trenes (que había que cruzar entera para ir al otro lado, no había más puentes cerca), había una zona muy animada con muchos puestecillos callejeros, restaurantes, tiendecitas, hoteles...Yo me moría por algo con proteínas, y encontré un puesto de huevos cocidos. Si chicos y chicas, aquí puedes comprar huevos cocidos en la calle y te los aderezan con masala, cebolla y guindilla fresca picadita, sal y cilantro, y está que te mueres. Me pillé dos, mientras que Clo iba por pani puri (o puchka, al parecer esta comida callejera cambia de nombre según el sitio donde estés, en bengali se llama puchka, mientras que lo de pani puri es hindi). Éramos las únicas extranjeras en toda la zona. 

Seguimos paseando y encontramos una heladería estupenda con una variedad increíble de sabores, la más variada que he visto en India. No eran helados italianos, pero estaban buenos de todas maneras. También encontramos una tienda de juguetes donde vendían postales con motivos indios, y por fin pude empezar a comprar algunas para mi colección. En realidad no eran postales postales, sino postales como las de navidad o las de cumpleaños, pero bueno, en vista de que no hay otra cosa, algo es algo. Aquí el marketing turístico todavía está por desarrollar, lo cual en realidad, es un punto a favor.

Volvimos al hotel para dormir (con la espiral antimosquitos encendida), para levantarnos pronto al día siguiente. Teníamos pensado ir a los templos de Bhubaneshwar, que son muy famosos. La parte sur de la ciudad está repleta de ellos.

Al día siguiente, cuando nos levantamos para ducharnos, descubrimos que en realidad no había agua caliente, sino agua menos fría. Al menos el desayuno, en un restaurante de comida del sur de India, que estaba justo al lado del hotel, fue estupendo. Las dosas y los vada sambhar eran de lo mejorcito, pero eran enormes: los vada más grandes que he visto en mi vida. Que pena que no les sacara una foto.

A unos 8 kilómetros al sur de la ciudad está Dhauli, una colina donde el rey Ashoka, que fue el primer rey budista de India, dejó escritas en roca sus leyes. Este rey conquistó Orissa (entonces Kalinga) tras una guerra muy muy sangrienta, después de la cual se arrepintió, se convirtió al budismo, propagó el vegetarianismo, la paz, y también el cuidado médico de los animales. En este lugar tan especial, los japoneses construyeron una stupa (una especie de pagoda) en honor a Buda, en los años 70, donde está representada su vida en cuatro estatuas de un tamaño considerable. Es blanca y redonda, con unas "antenas" un poco extrañas en el techo. Hay que subirla descalzos, y menos mal que no estábamos en verano, sino...¡ay, los pies!

Stupa en Dhauli

En la calle convencimos a un joven rickshawala para que nos llevara por un módico precio (100 rupias). El lugar estaba repleto de turistas indios, cosa que no esperábamos en absoluto. De hecho había varios buses, y para subir a la colina, el camino estaba repleto de tiendas de souvenirs, pepinos, cocos, frutos secos, bebidas frías y pequeños restaurantes. La gente de nuevo nos acosaba pidiéndonos fotos con nosotras. No pudimos disfrutar del lugar tranquilas, ni de las vistas. Además el día estaba nublado y no se podía ver bien. Por supuesto, vino el "sacerdote" del lugar a convencernos de que pagáramos por unas bendiciones y dejáramos unas flores en una de las estatuas de Buda. Como yo le estaba asesinando con la mirada (harta de la gente, de las fotos, que él viniera a darnos la lata me enfadó todavía más), no se me acercó, pero si a Clo, que le preguntó por qué venía a nosotras y no iba a pedirle dinero a los indios. Al final desapareció de nuestra vista, ya que no iba a conseguir nada, y pudimos seguir más o menos tranquilas. 

Nos marchamos del lugar tan pronto como pudimos y volvimos andando hacia la carretera principal. Por el camino estaban esas famosas rocas de Ashoka de las que hablé antes, pero en el lugar marcado solo había un cartel muy grande, con la explicación en Oriya, Hindi e Inglés, y un jardín muy bonito y que varias personas estaban arreglando. Ahora, las dichosas rocas, ni idea. Tampoco había nadie viendo el lugar. Supongo que la stupa blanca les parecía mucho más interesante. 

Moto y edificio abandonado en la desviación hacia Dhauli, 
donde descansamos tomando té

Nos tomamos un té en el lugar donde la desviación hacia Dhauli empezaba, y preguntamos en un restaurante que estaba enfrente cómo llegar a Pipli, que era nuestro próximo destino. Al menos esa era nuestra intención: Pipli es un pueblecito repleto de tiendas con manualidades (y no manualidades), para comprar algunos souvenirs. Pero todos los buses que pasaban hacia Puri (que pasan por Pipli) estaban a rebosar y no podíamos subir. Los rickshaw no iban tan lejos, así que al final decidimos volver a Bhubaneshwar para ver los templos de la ciudad y dejamos Pipli para otro día.

En Bhubaneshwar empezamos por Lingaraj Mandir, dedicado a una de las versiones de Shiva. Este templo, como el de Puri, está prohibido para los no-hindus, así que teníamos que contentarnos con buscar algún sitio elevado desde el que verlo. 

Entrada a Lingaraj Temple

Justo al parar el rickshaw se nos acercó un sacerdote, que cómo no, se ofreció de guía. Yo ya estaba mosqueada y no me hizo gracia, pero la verdad es que fue muy simpático. Nos preguntó por supuesto, que de dónde éramos, y le dijimos que éramos francesas. Resulta que él había estado en Francia, pero sobre todo en Italia, o eso nos dijo, y dijo que le llamáramos "Toni Montana", jaja. Nos llevó a una especie de torrecita desde donde se puede ver el templo. Allí, un chico se nos acercó con una libreta para que apuntáramos nuestro nombre y nuestra "donación", pero como le pusimos mala cara y dijimos que no íbamos a pagar nada, al final se largó y subimos igual. Arriba nos encontramos con una pareja de ingleses ya mayorcitos que nos contó que a ellos les habían hecho lo mismo que no pagaron nada y subieron igual. Así que ya sabéis chicos, ¡ni un duro para ver Lingaraj Temple! Obviamente el dinero no va al templo, sino al bolsillo de algún listillo que ha montado su negocio en las escaleras a la torrecita. 

Toni Montana nos explicó todo lo que veíamos desde la torre, los diversos templos que formaban el complejo, cuántos años tenía, quién lo contruyó, cuántos sacerdotes trabajaban allí, etc. Aunque la verdad ya no me acuerdo ni de la mitad de los datos. Lo curioso es que después de que la pareja de ingleses se marchara, subió una familia de Tamil Nadu....¿por qué no entraban en el templo?  Aunque fueran cristianos, ¿quién se iba a dar cuenta viéndolos?

Lingaraj Temple, por dentro, pero visto desde fuera en la torrecita

Al bajar y antes de marcharse, Toni Montana nos recomendó que fuéramos a ver otro templo, uno dedicado a Kali, muy bonito y tranquilo. No había absolutamente nadie, y el jardín estaba muy verde y cuidado. Nos pudimos sentar y relajar un rato, después de tanto agobio de gente desde la mañana en Dhauli. Había mariposas y apenas se oía el ruido de los coches. ¡Al fin un templo con un poco de paz! Cuando vine a India tenía en la mente los templos japoneses, que son un remanso de tranquilidad y silencio, donde puedes alejarte del mundo y pensar, pero aquí en India, en realidad es todo lo contrario.

Un templo tranquilo


Original manera de iluminar el templo

Salimos dispuestas a seguir con la ruta de templos, cuando encontramos una tienda con postales como las que os comentaba antes, con imágenes de Jagannath, Ganesha, etc. Compramos unas cuantas, como siempre, regateando en bengali (funciona mucho mejor que en inglés), y cuando estábamos a punto de marcharnos se nos acercó un chico a hablar con nosotras, que si de dónde éramos, qué hacíamos en Orissa, que si él tenía una novia italiana que vivía en Mónaco...en fin, no creímos ni una sola palabra pero le sonreímos todo el tiempo y le contamos que las dos éramos francesas, no dijimos nuestro nombre de verdad, y le contamos que éramos estudiantes en Calcuta.

Pensábamos que todo iba a quedar ahí, en decirle cuatro palabras a los indios que te asaltan por la calle con su curiosidad, y que no le volveríamos a ver. Pero nos equivocamos. Poco después, perdidas, lo volvimos a encontrar, y nos ayudó a encontrar el templo que buscábamos. Después de eso, se debió considerar nuestro guía oficial, así que nos llevó en su moto por el sur de Bhubaneshwar templo tras templo, explicándonos algunas cosas, hablando de India, etc. Resultó que Toni Montana era su primo (lo cual puede significar que simplemente es un amigo muy cercano, aquí nunca se sabe), y que Toni Montana estaba casado con una alemana que vivía allí en Bhubaneshwar. En realidad no le creímos tampoco, pero nos hizo gracia. Nos presentó a algunos de sus vecinos, que jugaban al cricket en el patio de un templo abandonado en medio de las casas, y nos llevó a todas partes.

Se llamaba Prakash, pero al final le llamábamos Kolaveri, que es el nombre de una canción tamil que está de moda y que él estaba tatareando todo el tiempo. Clo la conocía y él se emocionó, y le preguntó si entendía la letra. pero Clo no recordaba  nada. Así que fue parando a gente por el camino para preguntarle por la canción, hasta que consiguió que dos chavales que también iban en moto le pasaran la canción a su móvil, y la escuchamos varias veces. Al final iba conduciendo y gritando por la calle "¡Kolaveriiii!", y la gente le miraba y se reía. 

Lago donde nos encontramos a Kolaveri por segunda vez

Decoración de uno de los templos que vimos. Resulta que los leones
son los símbolos del Hinduismo y el elefante el del Budismo,
por eso se pelean en India.

Mukteswar Mandir, un templo donde un simpático y 
joven sacerdote nos lo explicó todo

Resulta que los arquitectos dibujaron el plano del templo en el suelo delante del mismo
antes de construirlo

El sacerdote y yo. A él si le dejé algo de dinero como donación
por ser tan amable y simpático.

Ganesha de rojo

Kolaveri Prakash nos dejó cerca del hotel (ni siquiera le dijimos el hotel en el que realmente estábamos) y nosotras nos fuimos a descansar un rato antes de volver a pasear. Le invitamos a un té antes de decirle adiós y él nos pidió nuestro número de móvil para vernos mañana, que él nos llevaría en su coche a Pipli (le contamos nuestros problemas para llegar allí) y nos presentaría a la esposa alemana de Toni Montana. No le confirmamos nada, pero al final, le acabamos llamando.


Aunque el día dos es otra entrada :)

Pero antes os dejo Kolaveri, una canción clave en nuestro viaje a Orissa:



viernes, enero 06, 2012

Orissa - Konark II

Amanecimos en Konark un poco tarde, a eso de las 9, cuando queríamos haber madrugado, pero nos resultó imposible con lo cansadas que estábamos. 

Si bien durante el día hacía bastante calor en Orissa, por la noche y la mañana refrescaba que parecía invierno de verdad (que lo era). Así que ducharse con agua fría no era demasiado apetecible, pero no había más remedio. En realidad, después de un rato, el agua ya no parecía tan fría. Lo peor era el vientecillo helado que se colaba por la puerta...ya he dicho que el baño no estaba en la habitación, sino justo al lado en un habitáculo mínimo, y se notaba la temperatura de fuera.

Salimos a desayunar un té y unas pastitas y un poco de fruta. Esperábamos ver a nuestro viejecillo guía en los alrededores, pero ya debía haber entrado con algún otro grupo porque no le veíamos por ninguna parte. El templo tenía muchísima vida por la mañana comparado con la tarde. No se veían extranjeros, los turistas eran 99% indios, el otro 1% éramos nosotras. Parecía mentira que tanta gente se pudiera reunir en un pueblo tan pequeño para ver un templo en ruinas donde no se celebra ya ninguna ceremonia religiosa.

Pradeep, el dueño del restaurante al que habíamos ido a tomar té la noche anterior, nos había dicho que en la taquilla dijéramos que éramos amigas suyas y así nos cobrarían la tarifa india. En muchos monumentos y lugares turísticos hay una tarifa para indios y otra para extranjeros, aunque como ya conté cuando fui a Hampi, puedes regatear. En este caso, eran 250 rupias para extranjeros y 10 rupias para los indios. Pero lo que hicimos fue explicar en bengali al taquillero que no éramos turistas, sino que trabajabamos en Kolkata y que teníamos permiso de residencia, y mostrar nuestras credenciales. Así que pagamos 10 rupias, como todos los demás, y en los demás controles hicimos lo mismo: explicar en bengali, enseñar los papeles y no decir ni una palabra en inglés. Claro que esto nos vale a nosotras que estamos aquí por una empresa india, en otro caso no sé si valdría por mucho bangla, hindi u oriya que hables. Pero bueno, hay que saber que se puede regatear. Siempre se puede regatear en este país. Hasta las fotocopias las puedes regatear.

Entramos, sin guía al final, aunque la guía de Clo tenía varias explicaciones acerca del templo. Está bastante en ruinas, la verdad, solo la parte que se ve desde la puerta está restaurada: la parte de atrás es un amasijo de piedras lisas, para contener la estructura, andamios oxidados y otros restos. Un poco decepcionante, la verdad. Me pregunto si tanta reconstrucción vale la pena, porque aunque la parte bonita parece real, por detrás con tanta piera lisa que obviamente no estaba allí originalmente, una se pregunta si el templo era así o no cuando lo construyeron.



La bonita parte delantera

Y la dudosa parte trasera

Los leones que franquean la entrada, como en todo templo asíatico que se precie. El león está aplastando a un elefante. No es el duelo de la selva, tiene significado religioso. Es algo que se ve en varios templos hindúes. Al parecer (esto nos explicó un sacerdote en Bhubaneshwar) el león es el símbolo del hinduismo y el elefante el del budismo, y significa, como podéis imaginar, que el hinduismo es superior al budismo.

Bailarines y bailarinas esculpidas en el templo


Además de leones también había caballos.


El templo del Sol está diseñado como un carruaje que lleva al Dios Surya (el sol) dentro. Por eso los caballos, que originalmente había más, creo que eran siete, significando los días de la semana. Las ruedas, que simulan las del carro, son 24, una por cada hora del día. Cada rueda tiene ocho radios, que señalan 8 momentos del día y en los que está esculpido una imagen diferente relacionada con esa parte del día.




Como contaba antes, Konark estaba lleno de turistas indios que habían venido a ver el templo del Sol. Sin embargo, a la media hora me entraron dudas al respecto. ¿Habían venido a ver el templo, o a sacarle fotos a extranjeras?

Nunca me había pasado nada así. Supongo porque siempre he viajado acompañada de indios o a lugares donde hay tantos extranjeros que están más acostumbrados. Pero aquí, cada dos pasos te paraba un grupo o una familia a preguntarte ya no de dónde eras ni nada, sino simplemente si podían sacarse una foto contigo. Y cuando te pillaba un grupo, significaba que venían tres grupos más, para aprovechar el momento. Algunos después se interesaban por saber de dónde eras o tu nombre, pero la mayoría simplemente quería una foto con una extranjera, y ya está. Y esto lo hacían familias, niñas, adolescentes, chicos y chicas jóvenes y hasta parejas de jubilados. Había de todo.

En un momento estaba intentando sacar una foto del templo, brujuleando con mi cámara, y no pude sacarla porque había tanta gente acumulada preguntándome si podían sacarse una foto conmigo que los turistas que no querían sacarse una foto no podían pasar, y tuve que desistir de sacar mi foto.

¿Esto es lo que viven las estrellas de cine? ¡Pues qué horror! Aunque al menos aquí no había gritos, desmayos, ni me pedían autógrafos...

Clo se reía de mí porque ella ya estaba acostumbrada a ello. Pero para mí era la primera vez, y fue un auténtico shock. La experiencia se repitió en el resto de nuestras vacaciones, pero nunca fue tan intenso como en Konark. 

Salimos como pudimos, finalmente, justo cuando entraba un grupo de japoneses jubilados con sus camaras de fotos. Me pregunto si también se sacaban fotos con ellos. Aunque a lo mejor a los japoneses les gustaba más, están más acostumbrados a sacarse fotos con extranjeros (ellos también lo hacen, pero menos agresivamente).

Salimos del templo y decidimos que era el momento de acercarse a la playa, Chandrabaga. Al final no nos atrevimos a ir con la moto de nuestro recién conocido amigo, y subimos en un autorickshaw compartido, 20 rupias en total, solo ida. Íbamos con un grupo de mujeres de Orissa que hablaban entre ellas y nos señalaban, pasándoselo en grande a nuestra costa. Me pregunto que dirían. 

La playa está cerquita, a 3 kilómetros, y es un lugar enorme y tranquilo. Allí nos relajamos un poco por fin, después del agobio del templo y las fotos, y nos tomamos un coco. Solo faltaba el sol, el cielo estaba nublado ese día. Si hubiera hecho un día soleado, había sido un poco como esa canción de Vinicius de Moraes y Toquinho, "Tarde em Itapoá", aunque sin estera de mimbre:

 Um mar que não tem tamanho e um arco-íris no ar, (...)
E numa esteira de vime beber uma água de côco

É bom passar uma tarde em Itapoã

Ao sol que arde em Itapoã
Ouvindo o mar de Itapoã
Falar de amor em Itapoã..."









Ya era la hora de comer y nos fuimos al restaurante de nuestro amigo Pradeep, a tomar un thali. La comida era pasable, baratita, eso sí, un thali nos costaba 40 rupias, y se podía repetir tantas veces como uno quisiera. Además, nos servían papad (una especie de torta frita o asada que es supercrujiente y finita) gratis mientras esperábamos. Incluso mientras comíamos, se nos acercaba gente a saludar, a preguntar de dónde éramos, si nos gustaba la comida, etc. Pero muchos eran niños esta vez, así que sospechamos que sus padres les habían enviado a nosotras para practicar inglés. Poco podían saber que no somos inglesas ni americanas...Es la percepción general en todas partes: todos los extranjeros saben hablar inglés. 

Después de la comida, nos despedimos de Pradeep y nos tomamos "paan", hojas de una planta rellenas de diversas especias, semillas y azúcares que son buenos para la digestión. El hombrecillo del paan nos hizo uno espectacular (ved la foto), pero nos timó como quiso. Un error en India es no preguntar el precio de una cosa antes de tomarla / comerla/ viajar. Siempre preguntad, y regatead. El tipo nos cobré 40 rupias en total cuando deberían haber sido 20 como máximo...pero estábamos cansadas y no queríamos discutir. 


De nuevo con las mochilas al hombro, fuimos a la "estación de autobuses", es decir, a la esplanada de los autobuses, listas para ir a Bhubaneshwar. El autobús parecía de juguete, pequeñajo y rojo, y se notaba que había sufrido lo suyo en las carreteras. Encontramos un par de sitios donde sentarnos al fondo, dos que no estaban rotos (parecía un milagro en aquel autobús). Lo que había estado rota era la ventana a mi lado, y la habían arreglado poniendo dos planchas de madera. Al menos había algo que me cubría del viento, pero no podía ver el paisaje. Tenía que mirar por encima del hombro del hombre que viajaba delante. 

Sin embargo, el viaje de dos horas no se hizo demasiado largo. Entre las cabezaditas y la música, parecía que estaba en una novela. Los pueblos se pasaban unos tras otros, llenos de tiendas de té y de comida, de tiendas de regalos para turistas y de gente caminando por ellos. Ponle a eso una banda sonora compuesta por Yann Tiersen, y estás dentro de un cuento.

Por fin llegamos a Bhubaneshwar, la capital de Orissa. Íbamos a pasar allí dos días. Pero esos dos días, estarán en otra entrada. Por hoy, he blogueado suficiente!

Orissa - Konark I

Más vale que me ponga a contar la segunda parte de mi viaje, antes de que se me olvide.

Nos quedamos en la estación de autobuses de Puri. Allí se acumulaba la gente, las vacas y las moscas, un verdadero popurrí. Había muchos puestos vendiendo un dulce frito envuelto en miel que tenía una pinta de muerte: de las dos, de delicioso y de pillarte alguna enfermedad, porque tantas moscas alrededor no pueden ser buenas. Y es que estaban al aire sin protección ninguna. Así que muy a nuestro pesar, decidimos pensar con la cabeza y no con el estómago y no los probamos, pero si pudiésemos encontrarlos sin moscas...realmente tenían una pinta deliciosa. 

Antes de ir a Konark, queríamos visitar un pueblo que recomendaba mi guía como el lugar ideal para comprar manualidades y objetos artísticos típicos de la zona: Raghurajpur. Pensamos ir en autobús pero  estaba llenísimo de gente, así que al final negociamos con un conductor de autorickshaw un viaje de ida y vuelta por 150 rupias. Está a 14 kilómetros, un poco lejos, así que nos convenció el precio. Nos ahorrábamos ir de pie en un autobús abarrotado. 

Llegamos al pueblo, y lo pasamos, el sitio al que íbamos en realidad estaba un poco a las afueras, pasando una línea de tren. No era más que una calle llena de casas en las que los "artesanos" (porque algunos lo eran y otros no) vendían y exponían sus materiales. Una trampa turística, con todas las letras. Allí  no había nadie más que una francesa con mirada surrealista, una australiana mochilera, y nosotras dos, mochileras también. Era una situación extraña. Algunos de los artesanos hablaban inglés bastante bien pero a pesar de todo enseguida adornaban sus discursos y explicaciones con palabras en oriya, bengali e hindi, y lo gracioso es que a veces me miraban como diciendo "tu entiendes, ¿no?", solo porque les empecé a hablar en bengali cuando entré. La verdad es que practiqué un montón de bengali en Orissa. 

Algunos tenían obras de arte. Pero como obras de arte, superaban mi presupuesto, aunque no es que fueran carisimas...aun así, demasiado para mí. Y demasiado para el viaje. Las láminas se me iban a estropear en la mochila. Al final compré un coco pintado con el trío de Jagannath como recuerdo.

Volvimos a Puri y por fin tomamos un autobús a Konark. El primero que salía ya estaba a rebosar de gente. Cuando digo a rebosar, digo a rebosar literalmente: la gente se agarraba a las barras del autobús como podía e iban fuera. Así que subimos al segundo, en el que todavía quedaba algún que otro sitio libre. 20 rupias por persona, una hora de viaje. Si puedes ir sentado, no está mal, pero este autobús como el anterior, acabó con la gente rebosando por las puertas, algunos subidos arriba con las maletas. Estaba tan cansada después de todo el día pateando con la maleta, sin descanso, que en cuanto empezó a traquetear el autobús se me cerraron los ojos y los abrí a la voz de Clo, llamándome de entre los sueños, para decirme que ya habíamos llegado a Konark.

Cuando llegamos empezaba a oscurecer. Nos dejaron en una carretera principal donde no se veían más que restaurantes y alguna tienda de souvenirs. En realidad, Konark no es un pueblo pueblo, es una carretera que rodea al templo en la que hay hoteles, tiendas, restaurantes, un pequeño centro comercial, y algunas casas desperdigadas en estados de muy bueno a en ruinas. Clo lo definió estupendamente: parecía un videojuego de guerra en el que entras en un pueblo desolado. Pero con tiendas de recuerdos.

Nos recibió un simpático viejecillo que enseguida nos preguntó el nombre y de dónde veníamos. Estábamos tan aburridas de la pregunta que le dijimos que éramos rusas, y nos creyó. Una de las cosas más divertidas del viaje fue fingir nacionalidades y nombres y ocupaciones que no eran las nuestras, y ser otras personas por un rato. El viejecillo resultó ser un guía oficial de Konark y nos indicó hoteles y el camino a los lugares importantes, y nos hizo prometer que al día siguiente por la mañana le buscaríamos en la puerta del templo y entraríamos con él.

Probamos un par de hoteles pero resultaron ser muy caros para la calidad de las habitaciones. Yo solo buscaba un baño estilo occidental, no un hueco en el suelo como es el baño tradicional aquí, agua caliente, y un poco de limpieza. Pero resultó que buscar esas tres cosas era muy complicado en Konark. Las habitaciones sin nada de eso costaban unas 400 rupias, y la verdad, no lo valían. Eso valen en Kolkata con todas las comodidades que yo estaba buscando (bueno, la limpieza....varía), así que seguimos mochila al hombro caminando por Konark a oscuras visitando todos los hoteles mencionados en mi guía, y unos cuantos más. Algunas habitaciones eran auténticos zulos. Al final llegamos a la entrada del templo, que estaba iluminado y parecia precioso, y nos encontramos de nuevo con el viejecillo guía. Tan metido en su papel estaba que cogió su bicicleta y nos llevó a algunos hoteles más para ver si nos gustaba alguna habitación.

En uno de ellos estábamos cuando se fue la luz. Resulta que en Konark a eso de las 8 se va la luz y hasta pasadas dos horas, no vuelve: así todos los días. Supongo que una vez que lo sabes no pasa nada. En cierto modo es todo un privilegio: mirando al cielo puedes apreciar todas las estrellas. Es la primera vez que veo las estrellas en India, y es un espectáculo inolvidable. 

La habitación que estábamos viendo con la luz del móvil de Clo y unas velas, era la más sucia que habíamos visto, pero también la más barata: 250 rupias. Por una noche, quizá por una noche podría haber aguantado, pero convencí a Clo de ver alguna más y volver cuando hubiese luz. No iba a venir nadie a esas horas a quitarnos una habitación vacía. Así que seguimos caminando hasta volver al mismo sitio donde nos dejó el autobús, y probamos el último hotel de la ciudad. 

La Royal Lodge no tenía nada de majestuosa, pero era la más limpia. No había agua caliente (ni aquí ni en ningún sitio), pero al menos el baño era occidental, aunque estaba fuera de la habitación y era minúsculo. Regateamos con el hostelero y al final nos la quedamos por 350 rupias. La verdad es que la habitación era grande y la cama era enorme, y no demasiado dura. Desplegué mi saco de dormir (por nada del mundo toques las sábanas de un hotel indio así como así, a no ser que quieras que te piquen las chinches), dejamos las mochilas (¡por fin!) y salimos a cenar. 

Encontramos un restaurante que tenía generador por lo tanto luz (igual que nuestro rencién conseguido hotel), y pedimos dosa. Son los efectos de haber vivido en el sur: tanto a Clo como yo nos apasiona la comida del sur, sobre todo las dosas, aunque a mí lo que me priva realmente es el vada sambhar, una especie de donuts salado echo con harina de arroz, hervido y luego frito, con una capa crujiente, que se toma con una sopa de tamarindo, verduras y lentejas (el sambhar). El el hotel tenían un dulce que parece ser la especialidad de Orissa. Clo quería probarlo, así que pedimos un trozo, pero nos dieron dos. Si lo ves, parece una especie de tarta de queso pero con aspecto de bizcocho con un agujero en el medio, así como un bollo maimón de Salamanca (el nombre es ese, en serio), pero hecho de queso...Y no está muy lejos de la verdad, ya que está hecho con paneer, el queso fresco indio. El doradito de la parte exterior es muy atractivo, pero dentro es un poco demasiado húmedo y no me gusta el sirope de rosas con el que endulzan gran parte de los dulces indios. No está mal, pero no me daría pena no volver a tomarlo en la vida, qué os voy a decir.

Clo odia el paneer así que al final tuve que zamparme los dos trozos yo...Con eso y la dosa estaba saturada, así que fuimos a dar una vuelta buscando algún puesto de té para hacer la digestión. 

Paseando, acabamos de nuevo enfrente del templo (Konark es muy muy pequeño), y el dueño de un restaurante se nos acercó. Nos preguntó de donde veníamos y nosotras le dijimos, de guasa, que de Kolkata. Y resultó que él era también de Kolkata, así que empezamos a hablar bengali. Se quedó muy contento e intentó que cenáramos por segunda vez en su restaurante, pero como vió que no íbamos a comer dos veces, nos invitó a tomar té en su local. Clo buscaba algún dulce (como ella no tomó ninguno...) y el hombre, como buen bengali, dijo que él nos traería un dulce estupendo. Entramos. Estaba todo a oscuras, con velitas en las mesas, y no había apenas nadie dentro, así que era muy acogedor y agradable. El té estaba buenísimo, pero los dulces resultaron ser dos rasgullas calentitas. Para que entendáis, la rasgulla es una bola de paneer cocinada en almíbar de rosa...vamos, que ni Clo ni yo somos capaces de comerla. 




Pero el dueño del restaurante, Pradeep, no se molestó por ello, éramos sus invitadas. Nos dijo que lleváramos las sillas a fuera, que se estaba muy bien, y nos trajo más té. Estuvimos hablando un buen rato, casi dos horas, en banglish. Le contamos que éramos francesas y que estudiábamos en Calcuta desde hacía dos años. Hablando hablando acabamos hablando de las motos, que eran una buena manera de ir hasta una playa cercana a Konark, Chandrabaga, y nos dijo que él nos dejaba su moto si sabíamos conducir. Clo sabe, así que para comprobarlo se fueron a dar una vuelta por la callejuela del templo, mientras yo me quedé tomando mi té y mirando las estrellas hasta que volvieron.


Cuando volvieron volvió también la luz. Nos despedimos de Pradeep, que nos invitó a todo y no nos dejó pagar nada, y fuimos de vuelta al hotel a dormir, por fin, en una cama, y a descansar después de tantas cosas en un solo día. 

jueves, enero 27, 2011

Ser / Estar aquí

Perdonarme la pequeña bromita del título. Es lo que tiene enseñar español, que se me ocurren cosas acerca de los idiomas nada más (o poco más), y estoy a punto de meterme de lleno en la problemática de ser y estar, una auténtica pesadilla para los alumnos y para los profesores. Con lo simple que es usar "to be" para todo.

El caso es que a veces me parece que siempre he estado aquí. Me cuesta un poco darme cuenta de que antes yo vivía en otro país y tenía otra vida: esa era otra persona, no yo. O algo así. En cambio, otros días me digo "Uau, tía, que estás en la India ¡y no te estás comportando como si esto fuera alucinante!" Un poco de todo.

Cuando tengo mayores ecos de nostalgia es cuando trato de hacer cualquier cosa del día a día, estilo comprar, mandar una carta por correo, pagar una factura, siempre y cuando sea algo que hago por primera vez aquí. Es que no sabe una cómo hacer y todo parece raro e ilógico al principio. Como la primera vez que fui a comprar al supermercado. En algunos pagas en caja y ya está, todo normal, pero en otros te dan el ticket y tú tienes que ir a otro mostrador a pagar, allí te lo sellan y antes de salir, en algunos sitios, te vuelven a mirar el ticket para comprobar que has pagado. Por otro lado, casi siempre redondean la cuenta porque no tienen suelto, así que si tienes que pagar 123 rupias, probablemente solo tengas que pagar 120 al final. Me pregunto qué pasará con las cuentas del super al final de mes. También, los precios varían bastante de un día para otro, y la leche que el lunes compraste a 15 rupias el jueves está a 20, así que supongo que esas tres rupias que un día no pagas se ven compensadas de alguna manera al día siguiente.

Lo más fascinante es lo del regateo. En realidad, no hay precios fijos en casi ningún lado, sólo en tiendas occidentalizadas, pero en las tiendas en las que los indios compran en realidad, lo normal es que pidas un descuentillo y te lo hagan, y entonces tú pidas más descuentillo y te lo hagan, y entonces dices un precio más bajo y ahí empieza el regateo de verdad. Nunca había regateado tanto en mi vida, pero poco a poco le estoy cogiendo el tranquillo.

Por ejemplo, ayer. Aquí fue el día de la República, pero los días festivos en la India, como en Japón y a diferencia de España, no son días en que todo cierre: como te dediques a la atención directa al cliente (tiendas y hostelería), curras igual. Todos los centros comerciales abiertos, llenos de gente que en otros días estaría trabajando, todas las pequeñas tiendas, vendedores ambulantes, supermercados, rickshaw, taxis, autobuses, restaurantes, cafeterías...Vamos, que cierran las empresas y los bancos, y poco más. El caso es que por la tarde, después de dormir y descansar bien, decidí salir un poco y me acerqué a Commercial Street. Está a una media hora de mi casa a pata (más que nada por lo que tardas en cruzar las calles), así que no está tan lejos y me ahorro el rickshaw.

Llegué sin problemas y me dediqué  a dar vueltas por todas las callejuelas, llenas de gente a rebosar, de coches, motos, bicis y rickshaw pitando, gente llamándote y gente regateando. Iba  a buscar un bolso, pero aquí son todos los bolsos demasiado grandes o demasiado pijos para mi gusto (no pegan nada a mi modo de ver con la vestimenta tradicional de las mujeres, pero ellas no opinan como yo), y no encontré nada. Lo que sí encontré fueron unos dupatta (una especie de fulares o bufandas ligeras) preciosos. De hecho, había como una calle en que casi todas las tiendas eran solo de dupatta...Pero claro, además de elegir uno que te guste a ti y no dejarte convencer por el tendero, que te va a dar lo que él quiere, hay que regatear después...En el primer sitio, los dupatta eran demasiado sosos, pero estaban tirados de precio, a 100 rupias. En el segundo sitio que miré en serio, si que había cosas monas, con más decoración, un poco tirando a una pashmina pero sin serlo de verdad. 270 rupias que al final se quedaron en 200 más que nada porque no tenía nada suelto. El tendero me pidió dólares pero yo le dije que no tenía, que no era americana, así que quedo por 200 rupias y punto, pero seguramente habría podido sacarla por menos.

Después de mirar en varios sitios más ya solo por mirar, sin intención de comprar, encontré una tienda con unos pañuelos, palestinas y fulares PRECIOSOS. Alucinantes. No había visto cosa tan bonita en ninguna otra tienda, y ya llevaba hora y media pululando por Commercial St. Entré y allí sólo había un grupo de tres mujeres musulmanas con su marido, padre, o el hombre de su familia, cubiertas hasta arriba con el nikab, que me miraban como si fuera marciana porque estaba eligiendo ropa no occidental, y porque estaba regateando. Al final compré otro fular, negro y verde, muy elegante, que no sé cuando me pondré pero es que me enamoré al instante. Otras 280 rupias que se quedaron en 200. El mejor truco es preguntar primero por una cosa en la que no estás realmente interesado, luego por lo que te interesa, pensártelo y hacer como que te marchas...Bueno, a veces no funciona. Supongo que no siempre tienen tanto margen para regatear.

Como era el día de la República, en muchos lugares ponían que tenían ofertas especiales. En una tienda vendían saris por 250 rupias, tiradísimos. No sé la calidad, pero para el día a día estaban más que bien y de hecho, había un montón de mujeres rebuscando y comprando. A lo mejor para una ocasión especial no valían, pero para usar diariamente, por 250 rupias, es un precio estupendo. No vi saris mucho más baratos que eso en ningún otro sitio. Eso sí, en esa tienda decía un cartel bien grande "Fixed Price". Con lo baratos que estaban, como para regatearles el precio.

Lo más gracioso para mí es regatear en los rickshaw. Me he dado cuenta de que muchos de ellos han usado el taxímetro tan pocas veces que no saben el precio real del viaje y a veces lo sacas por menos. Ganarían más poniendo el "meter" (taxímetro). Por ejemplo, cuando la semana pasada fui a la Foreign Registration Office, fui por 40 rupias y volví por otras 40, negociando las dos veces. Esta semana, el conductor que me llevó accedió a poner el meter, no sé por qué, y resultó que el viaje valía...45 rupias, y porque me bajé antes. Vamos, que casi 50. Los dos primeros perdieron dinero. A la vuelta, con el conductor más majo que me he cruzado hasta ahora (hablaba conmigo, me preguntó si había comido ya, que es la pregunta que se hace aquí para ver qué tal estás y demostrar respeto, me ofreció cigarrillos y me preguntó si me importaba que él fumase, etc), al final le di 50. Total, era lo que valía el viaje, y no había sido borde ni me había intentado llevar por otro lado ni a otra parte, como otros conductores de rickshaw que parecen majos suelen hacer. Eso sí, por pedir, al principio me había pedido 90...

Creo que me gusta lo del regateo, la verdad. Hace la compra más interesante. 

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