Más vale que me ponga a contar la segunda parte de mi viaje, antes de que se me olvide.
Nos quedamos en la estación de autobuses de Puri. Allí se acumulaba la gente, las vacas y las moscas, un verdadero popurrí. Había muchos puestos vendiendo un dulce frito envuelto en miel que tenía una pinta de muerte: de las dos, de delicioso y de pillarte alguna enfermedad, porque tantas moscas alrededor no pueden ser buenas. Y es que estaban al aire sin protección ninguna. Así que muy a nuestro pesar, decidimos pensar con la cabeza y no con el estómago y no los probamos, pero si pudiésemos encontrarlos sin moscas...realmente tenían una pinta deliciosa.
Antes de ir a Konark, queríamos visitar un pueblo que recomendaba mi guía como el lugar ideal para comprar manualidades y objetos artísticos típicos de la zona: Raghurajpur. Pensamos ir en autobús pero estaba llenísimo de gente, así que al final negociamos con un conductor de autorickshaw un viaje de ida y vuelta por 150 rupias. Está a 14 kilómetros, un poco lejos, así que nos convenció el precio. Nos ahorrábamos ir de pie en un autobús abarrotado.
Llegamos al pueblo, y lo pasamos, el sitio al que íbamos en realidad estaba un poco a las afueras, pasando una línea de tren. No era más que una calle llena de casas en las que los "artesanos" (porque algunos lo eran y otros no) vendían y exponían sus materiales. Una trampa turística, con todas las letras. Allí no había nadie más que una francesa con mirada surrealista, una australiana mochilera, y nosotras dos, mochileras también. Era una situación extraña. Algunos de los artesanos hablaban inglés bastante bien pero a pesar de todo enseguida adornaban sus discursos y explicaciones con palabras en oriya, bengali e hindi, y lo gracioso es que a veces me miraban como diciendo "tu entiendes, ¿no?", solo porque les empecé a hablar en bengali cuando entré. La verdad es que practiqué un montón de bengali en Orissa.
Algunos tenían obras de arte. Pero como obras de arte, superaban mi presupuesto, aunque no es que fueran carisimas...aun así, demasiado para mí. Y demasiado para el viaje. Las láminas se me iban a estropear en la mochila. Al final compré un coco pintado con el trío de Jagannath como recuerdo.
Volvimos a Puri y por fin tomamos un autobús a Konark. El primero que salía ya estaba a rebosar de gente. Cuando digo a rebosar, digo a rebosar literalmente: la gente se agarraba a las barras del autobús como podía e iban fuera. Así que subimos al segundo, en el que todavía quedaba algún que otro sitio libre. 20 rupias por persona, una hora de viaje. Si puedes ir sentado, no está mal, pero este autobús como el anterior, acabó con la gente rebosando por las puertas, algunos subidos arriba con las maletas. Estaba tan cansada después de todo el día pateando con la maleta, sin descanso, que en cuanto empezó a traquetear el autobús se me cerraron los ojos y los abrí a la voz de Clo, llamándome de entre los sueños, para decirme que ya habíamos llegado a Konark.
Cuando llegamos empezaba a oscurecer. Nos dejaron en una carretera principal donde no se veían más que restaurantes y alguna tienda de souvenirs. En realidad, Konark no es un pueblo pueblo, es una carretera que rodea al templo en la que hay hoteles, tiendas, restaurantes, un pequeño centro comercial, y algunas casas desperdigadas en estados de muy bueno a en ruinas. Clo lo definió estupendamente: parecía un videojuego de guerra en el que entras en un pueblo desolado. Pero con tiendas de recuerdos.
Nos recibió un simpático viejecillo que enseguida nos preguntó el nombre y de dónde veníamos. Estábamos tan aburridas de la pregunta que le dijimos que éramos rusas, y nos creyó. Una de las cosas más divertidas del viaje fue fingir nacionalidades y nombres y ocupaciones que no eran las nuestras, y ser otras personas por un rato. El viejecillo resultó ser un guía oficial de Konark y nos indicó hoteles y el camino a los lugares importantes, y nos hizo prometer que al día siguiente por la mañana le buscaríamos en la puerta del templo y entraríamos con él.
Probamos un par de hoteles pero resultaron ser muy caros para la calidad de las habitaciones. Yo solo buscaba un baño estilo occidental, no un hueco en el suelo como es el baño tradicional aquí, agua caliente, y un poco de limpieza. Pero resultó que buscar esas tres cosas era muy complicado en Konark. Las habitaciones sin nada de eso costaban unas 400 rupias, y la verdad, no lo valían. Eso valen en Kolkata con todas las comodidades que yo estaba buscando (bueno, la limpieza....varía), así que seguimos mochila al hombro caminando por Konark a oscuras visitando todos los hoteles mencionados en mi guía, y unos cuantos más. Algunas habitaciones eran auténticos zulos. Al final llegamos a la entrada del templo, que estaba iluminado y parecia precioso, y nos encontramos de nuevo con el viejecillo guía. Tan metido en su papel estaba que cogió su bicicleta y nos llevó a algunos hoteles más para ver si nos gustaba alguna habitación.
En uno de ellos estábamos cuando se fue la luz. Resulta que en Konark a eso de las 8 se va la luz y hasta pasadas dos horas, no vuelve: así todos los días. Supongo que una vez que lo sabes no pasa nada. En cierto modo es todo un privilegio: mirando al cielo puedes apreciar todas las estrellas. Es la primera vez que veo las estrellas en India, y es un espectáculo inolvidable.
La habitación que estábamos viendo con la luz del móvil de Clo y unas velas, era la más sucia que habíamos visto, pero también la más barata: 250 rupias. Por una noche, quizá por una noche podría haber aguantado, pero convencí a Clo de ver alguna más y volver cuando hubiese luz. No iba a venir nadie a esas horas a quitarnos una habitación vacía. Así que seguimos caminando hasta volver al mismo sitio donde nos dejó el autobús, y probamos el último hotel de la ciudad.
La Royal Lodge no tenía nada de majestuosa, pero era la más limpia. No había agua caliente (ni aquí ni en ningún sitio), pero al menos el baño era occidental, aunque estaba fuera de la habitación y era minúsculo. Regateamos con el hostelero y al final nos la quedamos por 350 rupias. La verdad es que la habitación era grande y la cama era enorme, y no demasiado dura. Desplegué mi saco de dormir (por nada del mundo toques las sábanas de un hotel indio así como así, a no ser que quieras que te piquen las chinches), dejamos las mochilas (¡por fin!) y salimos a cenar.
Encontramos un restaurante que tenía generador por lo tanto luz (igual que nuestro rencién conseguido hotel), y pedimos dosa. Son los efectos de haber vivido en el sur: tanto a Clo como yo nos apasiona la comida del sur, sobre todo las dosas, aunque a mí lo que me priva realmente es el vada sambhar, una especie de donuts salado echo con harina de arroz, hervido y luego frito, con una capa crujiente, que se toma con una sopa de tamarindo, verduras y lentejas (el sambhar). El el hotel tenían un dulce que parece ser la especialidad de Orissa. Clo quería probarlo, así que pedimos un trozo, pero nos dieron dos. Si lo ves, parece una especie de tarta de queso pero con aspecto de bizcocho con un agujero en el medio, así como un bollo maimón de Salamanca (el nombre es ese, en serio), pero hecho de queso...Y no está muy lejos de la verdad, ya que está hecho con paneer, el queso fresco indio. El doradito de la parte exterior es muy atractivo, pero dentro es un poco demasiado húmedo y no me gusta el sirope de rosas con el que endulzan gran parte de los dulces indios. No está mal, pero no me daría pena no volver a tomarlo en la vida, qué os voy a decir.
Clo odia el paneer así que al final tuve que zamparme los dos trozos yo...Con eso y la dosa estaba saturada, así que fuimos a dar una vuelta buscando algún puesto de té para hacer la digestión.
Paseando, acabamos de nuevo enfrente del templo (Konark es muy muy pequeño), y el dueño de un restaurante se nos acercó. Nos preguntó de donde veníamos y nosotras le dijimos, de guasa, que de Kolkata. Y resultó que él era también de Kolkata, así que empezamos a hablar bengali. Se quedó muy contento e intentó que cenáramos por segunda vez en su restaurante, pero como vió que no íbamos a comer dos veces, nos invitó a tomar té en su local. Clo buscaba algún dulce (como ella no tomó ninguno...) y el hombre, como buen bengali, dijo que él nos traería un dulce estupendo. Entramos. Estaba todo a oscuras, con velitas en las mesas, y no había apenas nadie dentro, así que era muy acogedor y agradable. El té estaba buenísimo, pero los dulces resultaron ser dos rasgullas calentitas. Para que entendáis, la rasgulla es una bola de paneer cocinada en almíbar de rosa...vamos, que ni Clo ni yo somos capaces de comerla.
Pero el dueño del restaurante, Pradeep, no se molestó por ello, éramos sus invitadas. Nos dijo que lleváramos las sillas a fuera, que se estaba muy bien, y nos trajo más té. Estuvimos hablando un buen rato, casi dos horas, en banglish. Le contamos que éramos francesas y que estudiábamos en Calcuta desde hacía dos años. Hablando hablando acabamos hablando de las motos, que eran una buena manera de ir hasta una playa cercana a Konark, Chandrabaga, y nos dijo que él nos dejaba su moto si sabíamos conducir. Clo sabe, así que para comprobarlo se fueron a dar una vuelta por la callejuela del templo, mientras yo me quedé tomando mi té y mirando las estrellas hasta que volvieron.
Cuando volvieron volvió también la luz. Nos despedimos de Pradeep, que nos invitó a todo y no nos dejó pagar nada, y fuimos de vuelta al hotel a dormir, por fin, en una cama, y a descansar después de tantas cosas en un solo día.
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