viernes, enero 06, 2012

Orissa - Konark II

Amanecimos en Konark un poco tarde, a eso de las 9, cuando queríamos haber madrugado, pero nos resultó imposible con lo cansadas que estábamos. 

Si bien durante el día hacía bastante calor en Orissa, por la noche y la mañana refrescaba que parecía invierno de verdad (que lo era). Así que ducharse con agua fría no era demasiado apetecible, pero no había más remedio. En realidad, después de un rato, el agua ya no parecía tan fría. Lo peor era el vientecillo helado que se colaba por la puerta...ya he dicho que el baño no estaba en la habitación, sino justo al lado en un habitáculo mínimo, y se notaba la temperatura de fuera.

Salimos a desayunar un té y unas pastitas y un poco de fruta. Esperábamos ver a nuestro viejecillo guía en los alrededores, pero ya debía haber entrado con algún otro grupo porque no le veíamos por ninguna parte. El templo tenía muchísima vida por la mañana comparado con la tarde. No se veían extranjeros, los turistas eran 99% indios, el otro 1% éramos nosotras. Parecía mentira que tanta gente se pudiera reunir en un pueblo tan pequeño para ver un templo en ruinas donde no se celebra ya ninguna ceremonia religiosa.

Pradeep, el dueño del restaurante al que habíamos ido a tomar té la noche anterior, nos había dicho que en la taquilla dijéramos que éramos amigas suyas y así nos cobrarían la tarifa india. En muchos monumentos y lugares turísticos hay una tarifa para indios y otra para extranjeros, aunque como ya conté cuando fui a Hampi, puedes regatear. En este caso, eran 250 rupias para extranjeros y 10 rupias para los indios. Pero lo que hicimos fue explicar en bengali al taquillero que no éramos turistas, sino que trabajabamos en Kolkata y que teníamos permiso de residencia, y mostrar nuestras credenciales. Así que pagamos 10 rupias, como todos los demás, y en los demás controles hicimos lo mismo: explicar en bengali, enseñar los papeles y no decir ni una palabra en inglés. Claro que esto nos vale a nosotras que estamos aquí por una empresa india, en otro caso no sé si valdría por mucho bangla, hindi u oriya que hables. Pero bueno, hay que saber que se puede regatear. Siempre se puede regatear en este país. Hasta las fotocopias las puedes regatear.

Entramos, sin guía al final, aunque la guía de Clo tenía varias explicaciones acerca del templo. Está bastante en ruinas, la verdad, solo la parte que se ve desde la puerta está restaurada: la parte de atrás es un amasijo de piedras lisas, para contener la estructura, andamios oxidados y otros restos. Un poco decepcionante, la verdad. Me pregunto si tanta reconstrucción vale la pena, porque aunque la parte bonita parece real, por detrás con tanta piera lisa que obviamente no estaba allí originalmente, una se pregunta si el templo era así o no cuando lo construyeron.



La bonita parte delantera

Y la dudosa parte trasera

Los leones que franquean la entrada, como en todo templo asíatico que se precie. El león está aplastando a un elefante. No es el duelo de la selva, tiene significado religioso. Es algo que se ve en varios templos hindúes. Al parecer (esto nos explicó un sacerdote en Bhubaneshwar) el león es el símbolo del hinduismo y el elefante el del budismo, y significa, como podéis imaginar, que el hinduismo es superior al budismo.

Bailarines y bailarinas esculpidas en el templo


Además de leones también había caballos.


El templo del Sol está diseñado como un carruaje que lleva al Dios Surya (el sol) dentro. Por eso los caballos, que originalmente había más, creo que eran siete, significando los días de la semana. Las ruedas, que simulan las del carro, son 24, una por cada hora del día. Cada rueda tiene ocho radios, que señalan 8 momentos del día y en los que está esculpido una imagen diferente relacionada con esa parte del día.




Como contaba antes, Konark estaba lleno de turistas indios que habían venido a ver el templo del Sol. Sin embargo, a la media hora me entraron dudas al respecto. ¿Habían venido a ver el templo, o a sacarle fotos a extranjeras?

Nunca me había pasado nada así. Supongo porque siempre he viajado acompañada de indios o a lugares donde hay tantos extranjeros que están más acostumbrados. Pero aquí, cada dos pasos te paraba un grupo o una familia a preguntarte ya no de dónde eras ni nada, sino simplemente si podían sacarse una foto contigo. Y cuando te pillaba un grupo, significaba que venían tres grupos más, para aprovechar el momento. Algunos después se interesaban por saber de dónde eras o tu nombre, pero la mayoría simplemente quería una foto con una extranjera, y ya está. Y esto lo hacían familias, niñas, adolescentes, chicos y chicas jóvenes y hasta parejas de jubilados. Había de todo.

En un momento estaba intentando sacar una foto del templo, brujuleando con mi cámara, y no pude sacarla porque había tanta gente acumulada preguntándome si podían sacarse una foto conmigo que los turistas que no querían sacarse una foto no podían pasar, y tuve que desistir de sacar mi foto.

¿Esto es lo que viven las estrellas de cine? ¡Pues qué horror! Aunque al menos aquí no había gritos, desmayos, ni me pedían autógrafos...

Clo se reía de mí porque ella ya estaba acostumbrada a ello. Pero para mí era la primera vez, y fue un auténtico shock. La experiencia se repitió en el resto de nuestras vacaciones, pero nunca fue tan intenso como en Konark. 

Salimos como pudimos, finalmente, justo cuando entraba un grupo de japoneses jubilados con sus camaras de fotos. Me pregunto si también se sacaban fotos con ellos. Aunque a lo mejor a los japoneses les gustaba más, están más acostumbrados a sacarse fotos con extranjeros (ellos también lo hacen, pero menos agresivamente).

Salimos del templo y decidimos que era el momento de acercarse a la playa, Chandrabaga. Al final no nos atrevimos a ir con la moto de nuestro recién conocido amigo, y subimos en un autorickshaw compartido, 20 rupias en total, solo ida. Íbamos con un grupo de mujeres de Orissa que hablaban entre ellas y nos señalaban, pasándoselo en grande a nuestra costa. Me pregunto que dirían. 

La playa está cerquita, a 3 kilómetros, y es un lugar enorme y tranquilo. Allí nos relajamos un poco por fin, después del agobio del templo y las fotos, y nos tomamos un coco. Solo faltaba el sol, el cielo estaba nublado ese día. Si hubiera hecho un día soleado, había sido un poco como esa canción de Vinicius de Moraes y Toquinho, "Tarde em Itapoá", aunque sin estera de mimbre:

 Um mar que não tem tamanho e um arco-íris no ar, (...)
E numa esteira de vime beber uma água de côco

É bom passar uma tarde em Itapoã

Ao sol que arde em Itapoã
Ouvindo o mar de Itapoã
Falar de amor em Itapoã..."









Ya era la hora de comer y nos fuimos al restaurante de nuestro amigo Pradeep, a tomar un thali. La comida era pasable, baratita, eso sí, un thali nos costaba 40 rupias, y se podía repetir tantas veces como uno quisiera. Además, nos servían papad (una especie de torta frita o asada que es supercrujiente y finita) gratis mientras esperábamos. Incluso mientras comíamos, se nos acercaba gente a saludar, a preguntar de dónde éramos, si nos gustaba la comida, etc. Pero muchos eran niños esta vez, así que sospechamos que sus padres les habían enviado a nosotras para practicar inglés. Poco podían saber que no somos inglesas ni americanas...Es la percepción general en todas partes: todos los extranjeros saben hablar inglés. 

Después de la comida, nos despedimos de Pradeep y nos tomamos "paan", hojas de una planta rellenas de diversas especias, semillas y azúcares que son buenos para la digestión. El hombrecillo del paan nos hizo uno espectacular (ved la foto), pero nos timó como quiso. Un error en India es no preguntar el precio de una cosa antes de tomarla / comerla/ viajar. Siempre preguntad, y regatead. El tipo nos cobré 40 rupias en total cuando deberían haber sido 20 como máximo...pero estábamos cansadas y no queríamos discutir. 


De nuevo con las mochilas al hombro, fuimos a la "estación de autobuses", es decir, a la esplanada de los autobuses, listas para ir a Bhubaneshwar. El autobús parecía de juguete, pequeñajo y rojo, y se notaba que había sufrido lo suyo en las carreteras. Encontramos un par de sitios donde sentarnos al fondo, dos que no estaban rotos (parecía un milagro en aquel autobús). Lo que había estado rota era la ventana a mi lado, y la habían arreglado poniendo dos planchas de madera. Al menos había algo que me cubría del viento, pero no podía ver el paisaje. Tenía que mirar por encima del hombro del hombre que viajaba delante. 

Sin embargo, el viaje de dos horas no se hizo demasiado largo. Entre las cabezaditas y la música, parecía que estaba en una novela. Los pueblos se pasaban unos tras otros, llenos de tiendas de té y de comida, de tiendas de regalos para turistas y de gente caminando por ellos. Ponle a eso una banda sonora compuesta por Yann Tiersen, y estás dentro de un cuento.

Por fin llegamos a Bhubaneshwar, la capital de Orissa. Íbamos a pasar allí dos días. Pero esos dos días, estarán en otra entrada. Por hoy, he blogueado suficiente!

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿que os comisteis el paan?!!!
PEro si es como darle un mordisco a una pastilla de jabón.
Será que tanto picante os ha deteriorado las papilas gustativas
: )

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