Por fin, toca contar el final de la aventura de Orissa. Menos mal que fue un viaje corto, porque sino no acabaría de escribir nunca...
Al día siguiente teníamos un plan: visitar unas cuevas al oeste de Bhubaneshwar: Udayagiri y Khandagiri. Fueron construidas por los Jain (una religión derivada del hinduismo), supuestamente en el siglo I antes de Cristo, para los ascetas de esta religión. Al parecer, uno de los reyes de Kalinga (el imperio que antes era Orissa) las construyó para ellos, así que además de símbolos religiosos, en algunas cuevas hay dibujos sobre reyes, batallas, etc.
En realidad, estas "cuevas" no son cuevas, sino huecos excavados en las piedras de una colina, de manera que hacen unos huecos en las "paredes", digamos. Yo cuando oí "cueva", me imaginé algo debajo de la tierra o al menos bien profundo hacia dentro, pero nada parecido. Algunas son muy muy pequeñitas y ninguna es demasiado profunda. Lo mejor es pasear y subir a lo alto de la colina para ver las vistas de Bhubaneshwar a lo lejos.
La más mini de las "gumphas" o "cuevas" de Udayagiri
Gumpha del Tigre, sin duda, es para meterse en la boca del tigre...
Por supuesto, había extranjeros pidiéndonos fotos: todos bengalis. Estos tres chicos estuvieron hablando con nosotras en un banglish bastante malo. Recuerdo un momento en el que uno de los chicos me estaba intentando explicar que los otros dos eran hermanos, y que el más jovencillo era el hermano pequeño del otro. Decía: "This is his....his...his....", y yo dije "bhai", a lo que él contesto: "Yes, bhai". Como si "bhai" fuera inglés...
Desde Udayagiri las vistas son las mejores, y el templo de Khandagiri, enfrente, se ve precioso. Pero cuidado si subís a Khandagiri: está plagado de monos deseando comerse toda la comida que lleves, y de sacerdotes pidiendo dinero a cambio de flores, y si quieres entrar en el templo tienes que pagar aparte, por la cara...Asi que no entramos. No pensamos que valiera la pena, y tampoco íbamos a entender nada, así que nos daba igual. Udayagiri es lo que uno no se puede perder. Otra vez, usamos el bangla para explicar que trabajábamos en Kolkata y pagar el precio indio (indios 5 rupias, extranjeros 100).
Khandagiri visto desde Udayagiri.
Udayagiri visto desde Khandagiri
Las vistas de Bhubaneshwar
Clo y yo en Udayagiri
Después de esto ya se nos hizo mediodía y llamamos a nuestro amigo Prakash Kolaveri para ir a Pipli. Volvimos a Bhubaneshwar y allí le esperamos: llegó en un coche polvoriento que no debía haber usado en años, con dos amigos más cuyo inglés al menos era mejor que el de Kolaveri, al que nos costaba entender a veces.
Allá fuimos a Pipli, que no está muy lejos, mientras nos preguntaban qué habíamos visto en Orissa y cuánto habíamos pagado por verlo. Cuando le dijimos que habíamos pagado 5 o 10 rupias, precio indio y no extranjero, se rieron muchísimo.
Nosotras, o al menos yo, esperábamos que nos acompañaran un rato, tomarnos un té, y volver a Bhubaneshwar. Pero nada, nos dejaron solas de compras, aunque ocasionalmente Kolaveri nos llamaba para ver cuándo íbamos a tardar. Había montones de tiendecillas de lamparitas con cristales, bolsos, neceseres, telas para colgar en la pared con imágenes de dioses, marcapáginas, monederos, archivadores de tela, etc, etc. Sobre todo, telas con espejitos y bordados de Jannagath, el trío de dioses de Puri. En una hora acabamos de comprar algunos souvenirs y regalillos, y volvimos con los chicos. El plan era totalmente distinto: íbamos a ir nada más y nada menos que a casa de Toni Montana, el sacerdote de Lingaraj Temple, a conocer a su mujer alemana.
Allá fuimos, y entonces surgieron los primeros problemas. Como ya había comentado una vez, Clo y yo estábamos hartas de contestar siempre a las mismas preguntas igual, que si de dónde eres, qué si qué haces en India, que si cómo te llamas...Al menos siempre habíamos dicho los mismos nombres más o menos, pero no la nacionalidad. Se suponía que yo era francesa (así que de María pasé a Marie), como Clo, y nunca llegué a aclarar qué hacía en India...trabajaba, sí, pero no llegué a decir de qué. Y claro, puedes saltarte respuestas y si hay problemas de comunicación en inglés, una se hace la tonta y ya, pero la alemana sabía inglés perfectamente, aunque con un acentazo. Y es que era verdad que Toni Montana estaba casado con una alemana...
La mujer vivía en una especie de residencia o casa muy grande compartida, y su habitación estaba llena de símbolos budistas, muy hippie también. Me preguntaba qué pensaría Toni Montana, que era hindu, de tanto budismo en su casa. La mujer no nos dijo nada claramente, pero dejó caer que el matrimonio no funcionaba demasiado bien últimamente...Pero no pudimos preguntar nada porque con el shock que tenía yo de estar en su casa, se me olvidó que había dicho que era francesa y dije que me llamaba María, y luego Kolaveri dijo que éramos francesas, y claro, la alemana no era tonta y se dió cuenta de que había algo raro en mi nombre. Además, le apasionaba Francia, y cuando me preguntaba algo del país, Clo se apresuraba a contestar por mí, y yo no dije ni una palabra en francés porque mi acento me delataría...Ante los indios no, pero ante la alemana sí, y tampoco quería quedar de mentirosa por la tontería del aburrimiento....Total, qué más daba si yo me llamaba Así o Asá o si era de este país o de aquel. Nada. En el fondo lo que importaba es que yo no era india.
Clo se dió cuenta del problema de las nacionalidades, y además se nos hacía tarde para el check out del hotel, así que conseguimos irnos pronto, y no pasó nada más. Al menos si la alemana sospechó, no dijo nada.
Por fin volvimos al hotel, y Kolaveri y sus amigos se despidieron preguntando a ver cuándo volvíamos a Orissa. En el hotel recogimos nuestras cosas y salimos para la estación de tren. Buscamos algún lugar para cenar y encontramos un restaurante de comida del sur (otra vez dosa, sí). Después fuimos a por té y nos sentamos en el borde de una acera en la calle. Mientras yo iba a por el té, Clo se hizo amiga de un chavalillo de Mumbai que vivía en Orissa, muy inocente y tímido, que estaba esperando a un amigo suyo que iba a llegar en una hora. Mientras hablábamos, en un inglés muy muy raro, se nos acercó otro hombre mascando "paan" (tabaco), que no tenía ni idea de inglés ni de bangla ni de oriya y nos hablaba en hindi, y no sé por qué, nos hablaba como si entendiéramos algo. Por si el grupo era pequeño, de pronto se acercaron dos hombres de unos treinta y tantos a preguntarle al chaval jovencillo que qué hacía hablando con dos extranjeras, y claro, se aterrorizó y empezó a marcharse (la verdad es que el hombre le hablaba con una voz que daba miedo). Nosotras no entendíamos nada y le dijimos a los hombres que dejaran al chico en paz que era amigo nuestro, y entonces ellos se disculparon. A nosotras nos hablaban mas suavemente. Al parecer el lugar en el que estábamos no era "seguro" (claro, si vienen estos a asustar a la gente, claro que no) y querían evitar que nos molestaran. Pero es que los que molestaban eran ellos... Total, para evitar problemas, nos marchamos a esperar, (aun quedaban tres horas) dentro de la estación.
En la estación era muy incómodo porque estaba a rebosar de gente y apenas había donde sentarse. De nuevo, éramos las únicas extranjeras del lugar. Fuera en los andenes hacía buena temperatura, pero no había donde sentarse, y en las salas de espera uno se moría de calor, pero era el único sitio donde había sitio. Conseguimos sentarnos y nuestro joven amigo, Dev, vino con nosotros, muy agradecido porque le habíamos ayudado cuando los otros hombres le asustaron. Era un chaval muy muy inocente e infantil, de pronto ya éramos sus buenas amigas y lo seríamos para toda la vida. En fin...Esto no es nuevo. Dev decidió que Clo era su mejor y más especial amiga, y me preguntó, con toda la inocencia del mundo: "¿no te importa, no? Es que Clo es muy dulce. " Yo le dije que por supuesto que no me importaba y que era verdad que Clo era muy dulce, así que Dev, para compensar el que yo no fuera su mejor amiga, me llevaba cogida de la mano por toda la estación.
Cuando por fin su amigo llegó y se fue (no sin antes intercambiar números de teléfono y promesas de volver a Orissa -nosotras, pero sin fecha- o ir a Calcuta - él- ), al vernos libres de amigos indios, volvimos a sufrir el acoso del "¿de dónde eres? ¿cómo te llamas? ¿qué haces en India? ¿a dónde vas ahora?". Al principio se hacía gracioso, pero después de cuatro días solo quería estrangular al que me lo preguntara otra vez....
Para evitarlo, salimos de la asfixiante sala de espera y volvimos a pasear por el andén, salimos a la puerta de la estación, paseamos, nos sentamos en el suelo, etc....matábamos el tiempo como malamente podíamos.
Una de las cosas que me llamó la atención muchísimo en la estación de Bhubaneshwar es que todas las veces que fui, había MUCHÍSIMA gente durmiendo en el suelo de la entrada. En cualquier lado, pero especialmente, en el centro de la entrada. A cualquier otra, mediodía, tarde o noche, había grupos de gente sobre sábanas y envueltos en mantas hasta la cabeza, durmiendo, o haciendo que dormían. Nunca había visto algo así, todavía. En Haora se ve mucho menos.
Este es solo un ejemplo. No saqué más fotos porque me parecía inadecuado, pero normalmente había mucha más gente, sobre todo también en los lados, aunque los grupos grandes se ponían en el centro. La verdad es que cuando saqué esta foto ya eran casi las 11 de la noche y por eso no había tanta gente, los que esperaban durmiendo ya se habrían ido en su tren...
Por fin salió el tren y de nuevo intentamos dormir entre el traqueteo del tren, el frío que entraba por la ventana que no cierra, el olor horrible del baño y los gritos del vendedor de té. ¡Cha! ¡Cha! ¡Chaaaiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Lo tengo grabado en la mente.
Llegamos a Haorah a las 7 de la mañana o así, y muertas como estábamos, cruzamos el Ganges en un ferry (la primera vez que yo lo hacía), en una mañana con un cielo nublado pero maravilloso.
En el barco, había dos niños de unos 8 y 5 años. Ambos iban envueltos en jerseis más grandes que ellos para evitar el frío, sobre todo de la mañana. El niño de 5 años tocaba un tamborcillo mientras el grande saltaba y daba piruetas por todo el barco. El padre (o tío o abuelo o lo que fuera) vendía frutos secos y legumbres fritas con sal. Al final, venía el niño de 5 años, que llevaba pintado un gracioso bigote como si fuera un hombre, a pedir dinero en una lata oxidada. Se te quitan las ganas de desayunar nada viendo esto.
En el ferry apenas iba gente, algunos jóvenes que iban al trabajo, alguna mujer mayor, nosotras dos, y varios sadhus, ascetas o, bueno, hombres mayores que han renunciado al mundo para seguir su religión o espitirualidad, normalmente cubiertos con cenizas, polvos naranjas y pelos muy muy largos. Algunos lo serán genuinamente, sin duda, pero como hay de todo (y aquí más que en ninguna otra parte), pues por eso la explicación que estoy haciendo...
Llegamos a Calcuta por fin y después de un té rápido, pillamos el primer taxi que vimos. Pero resultó que el hombre ni era de Calcuta y si era taxista realmente, pues acababa de empezar. Preguntó varias veces a otros taxistas por el camino, y eso que mi casa está en un lugar bien conocido y fácil de llegar. No entendía nuestras indicaciones ni en bangla ni en inglés, sobre todo porque no conocía los nombres de los lugares que le indicábamos como punto de referencia. Al final, llegamos, para derrumbarnos en la habitación.
Lo primero que hice fue darme una ducha caliente, una ducha de verdad.
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