Hace ya un año que aterricé en India, en Bangalore.
Lo primero que me asaltó fue la modernidad del aeropuerto (nada que envidiar a la T4 de Madrid), y también los problemas de comunicación y de actitud respecto a mi maleta perdida. Después, al salir del aeropuerto, me impactó el calor en pleno enero, la atmósfera un poco agobiante, la cantidad de gente, el aroma extraño del aire, la sonrisa de Anil (el chico de la academia que vino a buscarme), su cartelito en español dándome la bienvenida. El coche destartalado en el que recorrimos la larga distancia entre el aeropuerto y la ciudad, los baches de la carretera, el ruido de los coches y la cantidad de coches a pesar de que eran la las 3 de la madrugada.
Todo era tan ajeno. Por ser raro, no parecía ni ser enero. Pero poco a poco todo eso lo fui haciendo mío, hasta el punto de que ahora, el sabor del sambhar - la sopa de lentejas del sur de India - es tan necesario para mí como el sabor del aceite de oliva. ¡Ojalá pudiera tomar un buen sambhar aquí en Kolkata todos los días como hacía en Bangalore!
La academia en la que trabajaba era un desastre organizativo: un caos de horas sin sentido, clases mal programadas y cambios sin previo aviso. La vida era extraña. Con mi compañera de piso la cosa no acababa de cuajar no sé por qué, Prachi estaba siempre ocupada, y me sentía muy sola. Me centraba en mis clases y en mi trabajo y no hacía nada más. Trabajaba, trabajaba, trabajaba, intentaba acostumbrarme al modo de vida, al funcionamiento de la lavadora, a luchar con las cucarachas, al calor, a los sabores, a los productos del supermercado, al polvo en el aire, al ruido, a la basura, a ver a la gente viviendo en la calle.
Y el cuento podría haber seguido así, una chica trabajaba en India enseñando español y cuando acabó se volvió a España. Pero no.
Lo que pasó es que entonces no fui a un concierto de Bryan Adams por culpa del tráfico.
Tan pequeño incidente revolucionó mi vida en Bangalore. Empecé a salir más, a conocer la ciudad y a disfrutar de ella. Mi cara cambió. Lucía me lo decía: "Chica, te ha cambiado la cara, estás más guapa." Bueno, a lo mejor no eran estas las palabras exactas, pero más o menos. Más animada, empecé a hacerme amiga de algunos de mis alumnos también. Compartir con gente la ciudad tenía más sentido que aventurarme en ella sola. Si hubiera ido sola, primero, no habría visto ni la mitad de sitios ni tampoco los habría comprendido, y lo que hubiera visto sería como nada, porque ¿con quién iba a comentar lo visto y hecho? Las cosas compartidas quedan en la memoria de más gente y parecen menos un sueño, al menos se puede hablar de ellas.
Bangalore fue estupenda gracias a la gente que conocí allí (y al sambhar, jaja) y con la que compartí conciertos, cenas, tardes de compras, unas cervecitas, unos helados, fiestas españolas, o problemas con el proveedor de la bombona o internet. Así que, aunque a lo mejor nunca lean este blog, no quiero que se pase el 2011 sin dar las gracias de alguna manera a Chirag, Prachi, Marisella, Vrindha, Shiv, Kim, Aditya, Ania, Chitra, Mónica, y Juan, (que no me olvido de ti!). Y Kazuki!!
Cuando ya estaba adaptándome a Bangalore y disfrutando de todo lo que tenía que ofrecerme, me cambié de ciudad. En agosto llegué a Kolkata, y de nuevo tuve que reaprenderlo todo. Sigo en el proceso. Nuevas dificultades: no hay lavadora, internet costó conseguirlo por puro trámite, no hay cocina de verdad, perdí el móvil, hay menos comida vegetariana, no hay sambhar..., aunque también algunas facilidades (¡el bengalí es mucho más fácil de aprender que el kannada!).
Facilidades o dificultades aparte, lo que me costaba de verdad era estar lejos de las personas que confiaba en Bangalore, con quien podía hablar. Y aunque fui a Bangalore un par de veces, eso era un pequeño parche claramente no suficiente para el dolor que sentía a veces.
Sin embargo, la vida seguía y había que pasar página. Ahora que el año ha cambiado, me parece más sencillo hacerlo. Un segundo año en India comienza, y no se puede estar siempre añorando el pasado, eso lo sabemos todos.
A veces mis amigos aquí me preguntan cómo es España, cuáles son las diferencias con India, qué me gusta de India. Lo que les intriga es saber por qué gente europea como Clo o como yo hemos decidido venir a India, cuando se supone que Europa es mejor: más limpieza, organización, la vida es más sencilla, hay más dinero...
Bueno, si que hay más limpieza, pero ¿organización? Es que no han visto los trámites de una universidad española o las cosas que hay que hacer para usar los servicios públicos o pedir una beca. ¿Vida sencilla? La verdad, sí, hay lavadoras (lo cual no sé si nos damos cuenta en Europa las nuevas generaciones, pero facilita muchísimo la vida y ahorra muchísimo tiempo. Daría lo que fuera por tener una lavadora aquí), algunas cosas cuestan menos conseguirlas (conexión a internet, bombonas,...). Pero tampoco es que la vida sea sencilla en Europa. ¿Qué es una vida sencilla? ¿Una vida en la que puedes conseguir fácilmente todo lo que quieres? Eso no pasa en Europa, hay muchas cosas que no se pueden conseguir (como trabajo, últimamente sobre todo).
Aquí puede ser que sea más difícil vivir. Yo misma me he quejado a veces de que todo aquí es una lucha, incluso andar por la calle. Pero justamente por eso me gusta India, aprendes a luchar y a defenderte por ti mismo, no puedes esperar que las cosas se arreglen solas ni que luchen por ti ni está la familia para ayudarte. Los amigos te pueden echar una mano a veces, pero en el fondo estás tú con las circunstancias, y te las tienes que arreglar, sí o sí. Desarrollas tu personalidad.
Hay muchas cosas que me gustan de India. Algunas cosas son simplonas: pues me encanta la comida, la ropa, el clima (chicos y chicas, me gusta el calor, no puedo soportar el frío de los inviernos salmantinos o gallegos), el té...pero lo más importante para mí, es la relación entre la gente. Las personas son muy abiertas y amigables, sinceras y confiadas. Todavía creen en que el ser humano es bueno por naturaleza, cosa que hemos dejado de creer en Europa, en mi opinión. Somos desconfiados, y eso nos impide conectar bien con la gente, establecer relaciones sanas. Estamos pensando en que los demás quieren usarnos de alguna manera, que quieren algo de nosotros. Y aquí eso no es así. Alguien te habla y, vale, bueno, si eres extranjero y estás en un lugar turístico vendrá gente a venderte algo o a pedirte dinero, pero no siempre. Vas a un lugar menos turístico, y la gente no es así. Pero como extranjeros, se comportan de manera diferente con nosotros. Lo bonito es ver las relaciones entre ellos. Se saludan y se hablan por la calle, parando cualquier cosa que estén haciendo para intercambiar unas palabras, tomar un té, fumarse un cigarrillo. En España ves a un conocido por la calle, y ¿qué le dices? "Hasta luego". ¡Les decimos adiós! Ni siquiera les decimos "hola". ¿Cuántas veces nos paramos a hablar con la gente o hablamos con desconocidos? Nos sobran los dedos de una mano para contarlas....Aquí la gente se comunica por el puro placer de hacerlo, no por conseguir nada, su mirada está limpia de intenciones.
A veces he podido experimentar eso, y me ha encantado. Aquel bengalí invitándome al té en Gariahat, el dueño del restaurante en Konark, que nos invitó a todo y nos ayudó en todo sin pedir nada a cambio, el guía viejecillo del templo, el dueño del restaurante Sandhya donde comía todos los días en Bangalore, que aprendía inglés solo para hablar conmigo, Anil en la academia, que te hablaba siempre con una sonrisa en la cara pasara lo que pasara, los vendedores de té o de verduras fritas que te preguntan qué tal te parece su té/ comida y quieren hablar contigo por pura curiosidad.
Siempre hay excepciones, claro, pero me parece que en España lo excepcional es esa comunicación por la comunicación, por el placer de hablar con alguien, sin segundas intenciones. Es algo que hemos perdido, no sé cómo ni por qué.
También me gusta en cierto modo que los indios son muy adaptables. Se adaptan a todo. Ese es en parte el problema de la suciedad y la desorganización: no luchan, porque antes de cambiar las cosas prefieren adaptarse y seguir adelante. Es algo que me gusta en cierta medida, porque la vida es como es y hay que aprender a dejarse llevar por ella también. Si luchas contra todo y todos, al final acabarás quemado, amargado y no conseguirás nada. Hay que seleccionar la lucha. Me gusta la capacidad de adaptación, el problema es que va acompañada de una cierta pereza que se vuelve desidia...y ya sabemos que anda suelta la entropía.
En resumen, que me parece que este es un país un poco más humano. Para lo bueno y para lo malo. Los humanos no somos perfectos ni mucho menos, ni todo es bonito. También somos egoístas, inmaduros, y cometemos muchas estupideces una y otra vez, podemos ser muy crueles y también ser indiferentes. Todo eso también lo ves aquí, la gente se preocupa mucho de sí misma y nada de la gente que vive en la calle, a veces son crueles sobre todo con la gente que tiene problemas psíquicos (que no sé si los internarán en algún sitio, pero mi impresión es que se cuidan en casa y la gente se ríe de ellos), como decía un mail que recibí un día de un amigo, aquí en India dar 10 rupias a un niño de la calle o a una familia de la calle les (nos) parece mucho, pero dejar 10 rupias de propina en un restaurante les (nos) parece poco...¿eso es cinismo o inconsciencia?
Ya dije esto un día en este blog. India es como el Mahabharata: lo que puedes encontrar allí lo puedes encontrar en cualquier otra parte. Pero lo que no encuentras allí, no está en ninguna otra parte tampoco.
Estoy deseando ver qué encuentro aquí en 2012.
1 comentario:
Me encanta tu blog y comparto mucho de lo que cuentas. Yo sólo estuve una semana y quedé impresionado.Por cierto que fue en las mismas fechas en que llegaste tú - Enero de 2011. Puedes seguirme en el blog :
http://alexdobbieinindia.wordpress.com/
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