Mientras venía a Calcuta, en el avión, pensaba en quién se habría inventado el nombre "India". ¡Qué bonito suena! El "Bharat" en las lenguas indias no suena ni la mitad de bien. Se le llena a uno la boca de vocales y consonantes sonoras diciendo "India", como de música, y a la mente vienen imágenes coloridas, rojos, naranjas, amarillos.
¿Por qué "India" es sonido y colores cálidos?
En cuanto pisas fuera del avión, te das cuenta de por qué.
Primero, el calor. El calor húmedo, pegajoso, que se queda atrapado entre la piel y la ropa, enredado en el pelo, decidido a no marcharse. Uno puede pensar que, bueno, es agosto, es normal, luego será mejor. Pero no es así. De una cosa puedes estar seguro: en India, el calor te hará compañía siempre.
Además, no es un calor de verano como el de Madrid o el de Andalucía, no es un calor tropical tampoco. Es un calor con olor y sabor. Masticable. Tu olor corporal acaba siendo el mismo que el olor de calor.
Al principio, una no sabe qué es ese olor que lo inunda todo. Hace falta pasar un tiempo en India para descubrir a qué pertenece ese aroma característico. Hace falta caminar por la calle y descubrir los puestos de comida callejera, mugrientos, que desde la mañana a la noche cuecen arroz, lentejas, especias, refríen samosas en aceite ennegrecido, cocinan pollo, pescado, fideos chinos, toneladas de guindillas, hierven té, hacen pan, voltean tortillas francesas. La comida se va poniendo rancia rápidamente por el calor y la humedad, y tienes que estar atento a que cocinen delante de ti y que no te den algo que lleva no se sabe cuántas horas a la intemperie (en el mejor de los casos, dentro de una cristalerita), esperando que algún despistado se lo lleve.
Y hay que añadir los puestos de pani-puri (phuchka), con su agua especiada cuyo olor se extiende como una señal que indica "phuchka a 10 metros". Los puestos de frutas tropicales dulcísimas que rezuman su azúcar al calor que las recuece, las galletas picantes que a pesar de estar metidas en tarros de cristal, se reblandecen al sol, las flores a la venta en la calle cerca de los templos, los dulces bañados en sirope de rosas.
Puedes saborearlo todo solo con respirar.
Los desperdicios de días anteriores se acumulan al lado de cada puestecillo. Los mejores tienen algún cubo o cestilla donde los cuervos, las vacas y los perros, vienen para aprovechar los restos. Los peores tienen los fideos resecos incrustados en el mostrador.
Pero esto, todavía en el aeropuerto, es totalmente desconocido para el visitante, que no puede comprender a qué se debe la atmósfera asfixiante a la que ha llegado. Y aún no he hablado de los vertederos de basura en el medio de la ciudad, de los baños públicos, del humo de los coches, del agua venenosa, de los crematorios al lado del río, ni de los perfumes, desodorantes y incienso que la gente usa para enmascarar el olor, porque eliminarlo es imposible.
Para llegar a la ciudad, coges un taxi en el prepaid taxi booth del aeropuerto. Es tu mejor opción, a no ser que sepas hindi y estés dispuesto a regatear a muerte con el taxista, a sabiendas de que si consigues un buen precio, no te llevará directamente sino buscará más clientes a lo largo del camino para conseguir más beneficio de un viaje tan largo.
En cuanto te metes en el taxi, lo primero que ves es que, por supuesto, no hay aire acondicionado. Las ventanas están siempre abiertas, y si tienes suerte, habrá en mitad del techo, a los lados, un par de ventiladores minúsculos que se mueven para dar aire lleno de polvo. La tapicería del taxi es inexistente, y en el salpicadero, tendrá fotos de dioses azules con serpientes en la cabeza, una especie de rectángulo negro con ojos rojos y la figura de un elefantillo en lugar de San Cristóbal o la Virgen María que llevan tus abuelos. Y en lugar de un crucifijo o un ambientador de pino colgando del retrovisor, llevan a un mono naranja volador o una cuerdita con limas y guindillas colgando. En el fondo, es lo mismo que en España, solo que sin la COPE de fondo.
A medida que el taxista te acerca a la ciudad, a trompicones y en zigzag, intentas distraerte y disfrutar del paisaje, hasta sacas tu cámara de fotos por si tienes la oportunidad de sacar una buena instantánea. Pero el coche va demasiado rápido, y con los parones y saltos de los baches de la carretera, tienes miedo de que la cámara salga volando por la ventana. Por fin, el coche se para: un atasco. Ahora puedes sacar las fotos que quieras, porque no sabes cuánto tiempo vais a estar ahí parados. De vez en cuando el taxista arranca el coche (que ha apagado, porque sabe lo que hay) para moverse dos metros en diagonal y entorpecer todavía más la circulación. Entre el ruido de los coches cuyos conductores todavía no han apagado, optimistas, los cláxones de los que ya están aburridos de esperar, la gente charlando entre coche y coche, oyes una musiquilla lejana. Una musiquilla que parece venir de unos altavoces instalados en el semáforo, que lleva en verde cinco minutos aunque ningún coche se mueve. Es una musiquilla dulce y repetitiva. No entiendes las palabras pero te viene un sentimiento místico y tranquilizador. "Será para calmar los ánimos de los conductores, porque con estos atascos y este calor...", piensas, alabando la iniciativa del ayuntamiento. De pronto, tu taxista, un hombre barrigudo y con bigote que lleva un uniforme gris con manchones, se pone a cantar la canción mística de los altavoces.
Curiosa, le preguntas qué canta, con la esperanza de que sepa inglés. Has tenido suerte, te entiende, y te contesta algo que te suena como:
- robindrasengit. About flowers.
Y entonces te das cuenta de que no hay cámara que pueda sacar la foto que este momento merece.
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Y como me he dado cuenta de eso, por eso he escrito este pequeño relato que es totalmente autobiográfico. First day in Calcutta. Fue el principio de una aventura que todavía no se ha acabado, y quizá sea el principio de una historia un poco más larga que este cuentecito. Porque no será por falta de inspiración y cosas que contar. El problema, en realidad, es encontrar el tiempo para elegir qué contar y cómo, y escribirlas...
4 comentarios:
Me ha encantado tu relato! Estoy planteándome pasar una temporada allí...seguiré leyéndote!!
has explicado a Calcuta en una manera diferente con colores....aunque yo no puedo ver los colores.. esta bien...espero q escribes mas sobre Calcuta....
buenas,
en mi primer día en Kolkata me di cuenta de tres cosas:
1. En la India hace mucho calor, en cuanto me acerqué a la puerta del avión, ya empecé a sudar.
2. Iba a tener que usar mi imaginación para comunicarme con la gente, pues el chofer que me tenia que llevar no hablaba ni papa de inglés.
3. Que me iba a divertir.
Calcuta siempre promete algo interesante. Pero no siempre que sea fácil...
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