Febrero está ya a la vuelta de la esquina y yo sigo sin terminar de contar mi viaje a Orissa, cuando lo más interesante está aún por venir.
Os había dejado en ese autobús rojo, destartalado e incómodo en el que íbamos de camino a la capital de Orissa. Cuando llegamos ya había anochecido, aunque debían ser las 6 y media de la tarde. El autobús nos dejó al lado de la estación del tren, que está hacia el centro-sur de la ciudad. Todo lo interesante está relativamente cerca de la estación de tren, y es la zona con más hoteles, así que nos vino estupendamente.
Con mi guía de la mano fuimos preguntando de hotel en hotel, pero estaban casi todos llenos o eran demasiado caros para nosotras. Al final, escondido detrás de otro hotel, encontramos un hotel que no tenía ninguna indicación de serlo, ni siquiera un mísero cartel. Era un edificio con una cobertura de cemento gris, que parecía sin terminar. A la entrada había algunos símbolos judíos, y más que un hotel, pensamos que era una iglesia o centro de reunión judío, pero preguntamos en un puesto de té enfrente, y nos confirmaron que ese era el "hotel" que buscábamos. Entramos, y en la primera planta efectivamente encontramos la recepción. Está claro que las cosas nunca son lo que parecen, y menos en este país.
El recepcionista fue muy majo y de nuevo, hablando en banglish, regateamos el precio de la habitación. El hombre nos aseguró que la habitación tenía agua caliente, y nos enseñó una. No era muy grande ni estaba demasiado limpia, pero estábamos cansadísimas y no queríamos buscar más, y el precio era aceptable (400 la noche), así que nos lo quedamos. Inmediatamente tuvimos que pedirle unas "mosquito coils", unas espirales que al quemarlas atontan a los mosquitos. La habitación había estado con la ventana abierta mucho tiempo y estaba plagada de mosquitos. Cerramos la ventana, desempaquetamos un poco, pusimos el ventilador y dejamos la puerta del baño abierta con la esperanza de que los mosquitos se marcharan por allí.
Salimos a buscar cómo ir a la estación de trenes y a encontrar algún sitio para cenar. Detrás de la estación de trenes (que había que cruzar entera para ir al otro lado, no había más puentes cerca), había una zona muy animada con muchos puestecillos callejeros, restaurantes, tiendecitas, hoteles...Yo me moría por algo con proteínas, y encontré un puesto de huevos cocidos. Si chicos y chicas, aquí puedes comprar huevos cocidos en la calle y te los aderezan con masala, cebolla y guindilla fresca picadita, sal y cilantro, y está que te mueres. Me pillé dos, mientras que Clo iba por pani puri (o puchka, al parecer esta comida callejera cambia de nombre según el sitio donde estés, en bengali se llama puchka, mientras que lo de pani puri es hindi). Éramos las únicas extranjeras en toda la zona.
Seguimos paseando y encontramos una heladería estupenda con una variedad increíble de sabores, la más variada que he visto en India. No eran helados italianos, pero estaban buenos de todas maneras. También encontramos una tienda de juguetes donde vendían postales con motivos indios, y por fin pude empezar a comprar algunas para mi colección. En realidad no eran postales postales, sino postales como las de navidad o las de cumpleaños, pero bueno, en vista de que no hay otra cosa, algo es algo. Aquí el marketing turístico todavía está por desarrollar, lo cual en realidad, es un punto a favor.
Volvimos al hotel para dormir (con la espiral antimosquitos encendida), para levantarnos pronto al día siguiente. Teníamos pensado ir a los templos de Bhubaneshwar, que son muy famosos. La parte sur de la ciudad está repleta de ellos.
Al día siguiente, cuando nos levantamos para ducharnos, descubrimos que en realidad no había agua caliente, sino agua menos fría. Al menos el desayuno, en un restaurante de comida del sur de India, que estaba justo al lado del hotel, fue estupendo. Las dosas y los vada sambhar eran de lo mejorcito, pero eran enormes: los vada más grandes que he visto en mi vida. Que pena que no les sacara una foto.
A unos 8 kilómetros al sur de la ciudad está Dhauli, una colina donde el rey Ashoka, que fue el primer rey budista de India, dejó escritas en roca sus leyes. Este rey conquistó Orissa (entonces Kalinga) tras una guerra muy muy sangrienta, después de la cual se arrepintió, se convirtió al budismo, propagó el vegetarianismo, la paz, y también el cuidado médico de los animales. En este lugar tan especial, los japoneses construyeron una stupa (una especie de pagoda) en honor a Buda, en los años 70, donde está representada su vida en cuatro estatuas de un tamaño considerable. Es blanca y redonda, con unas "antenas" un poco extrañas en el techo. Hay que subirla descalzos, y menos mal que no estábamos en verano, sino...¡ay, los pies!
Stupa en Dhauli
En la calle convencimos a un joven rickshawala para que nos llevara por un módico precio (100 rupias). El lugar estaba repleto de turistas indios, cosa que no esperábamos en absoluto. De hecho había varios buses, y para subir a la colina, el camino estaba repleto de tiendas de souvenirs, pepinos, cocos, frutos secos, bebidas frías y pequeños restaurantes. La gente de nuevo nos acosaba pidiéndonos fotos con nosotras. No pudimos disfrutar del lugar tranquilas, ni de las vistas. Además el día estaba nublado y no se podía ver bien. Por supuesto, vino el "sacerdote" del lugar a convencernos de que pagáramos por unas bendiciones y dejáramos unas flores en una de las estatuas de Buda. Como yo le estaba asesinando con la mirada (harta de la gente, de las fotos, que él viniera a darnos la lata me enfadó todavía más), no se me acercó, pero si a Clo, que le preguntó por qué venía a nosotras y no iba a pedirle dinero a los indios. Al final desapareció de nuestra vista, ya que no iba a conseguir nada, y pudimos seguir más o menos tranquilas.
Nos marchamos del lugar tan pronto como pudimos y volvimos andando hacia la carretera principal. Por el camino estaban esas famosas rocas de Ashoka de las que hablé antes, pero en el lugar marcado solo había un cartel muy grande, con la explicación en Oriya, Hindi e Inglés, y un jardín muy bonito y que varias personas estaban arreglando. Ahora, las dichosas rocas, ni idea. Tampoco había nadie viendo el lugar. Supongo que la stupa blanca les parecía mucho más interesante.
Moto y edificio abandonado en la desviación hacia Dhauli,
donde descansamos tomando té
Nos tomamos un té en el lugar donde la desviación hacia Dhauli empezaba, y preguntamos en un restaurante que estaba enfrente cómo llegar a Pipli, que era nuestro próximo destino. Al menos esa era nuestra intención: Pipli es un pueblecito repleto de tiendas con manualidades (y no manualidades), para comprar algunos souvenirs. Pero todos los buses que pasaban hacia Puri (que pasan por Pipli) estaban a rebosar y no podíamos subir. Los rickshaw no iban tan lejos, así que al final decidimos volver a Bhubaneshwar para ver los templos de la ciudad y dejamos Pipli para otro día.
En Bhubaneshwar empezamos por Lingaraj Mandir, dedicado a una de las versiones de Shiva. Este templo, como el de Puri, está prohibido para los no-hindus, así que teníamos que contentarnos con buscar algún sitio elevado desde el que verlo.
Entrada a Lingaraj Temple
Justo al parar el rickshaw se nos acercó un sacerdote, que cómo no, se ofreció de guía. Yo ya estaba mosqueada y no me hizo gracia, pero la verdad es que fue muy simpático. Nos preguntó por supuesto, que de dónde éramos, y le dijimos que éramos francesas. Resulta que él había estado en Francia, pero sobre todo en Italia, o eso nos dijo, y dijo que le llamáramos "Toni Montana", jaja. Nos llevó a una especie de torrecita desde donde se puede ver el templo. Allí, un chico se nos acercó con una libreta para que apuntáramos nuestro nombre y nuestra "donación", pero como le pusimos mala cara y dijimos que no íbamos a pagar nada, al final se largó y subimos igual. Arriba nos encontramos con una pareja de ingleses ya mayorcitos que nos contó que a ellos les habían hecho lo mismo que no pagaron nada y subieron igual. Así que ya sabéis chicos, ¡ni un duro para ver Lingaraj Temple! Obviamente el dinero no va al templo, sino al bolsillo de algún listillo que ha montado su negocio en las escaleras a la torrecita.
Toni Montana nos explicó todo lo que veíamos desde la torre, los diversos templos que formaban el complejo, cuántos años tenía, quién lo contruyó, cuántos sacerdotes trabajaban allí, etc. Aunque la verdad ya no me acuerdo ni de la mitad de los datos. Lo curioso es que después de que la pareja de ingleses se marchara, subió una familia de Tamil Nadu....¿por qué no entraban en el templo? Aunque fueran cristianos, ¿quién se iba a dar cuenta viéndolos?
Lingaraj Temple, por dentro, pero visto desde fuera en la torrecita
Al bajar y antes de marcharse, Toni Montana nos recomendó que fuéramos a ver otro templo, uno dedicado a Kali, muy bonito y tranquilo. No había absolutamente nadie, y el jardín estaba muy verde y cuidado. Nos pudimos sentar y relajar un rato, después de tanto agobio de gente desde la mañana en Dhauli. Había mariposas y apenas se oía el ruido de los coches. ¡Al fin un templo con un poco de paz! Cuando vine a India tenía en la mente los templos japoneses, que son un remanso de tranquilidad y silencio, donde puedes alejarte del mundo y pensar, pero aquí en India, en realidad es todo lo contrario.
Un templo tranquilo
Original manera de iluminar el templo
Salimos dispuestas a seguir con la ruta de templos, cuando encontramos una tienda con postales como las que os comentaba antes, con imágenes de Jagannath, Ganesha, etc. Compramos unas cuantas, como siempre, regateando en bengali (funciona mucho mejor que en inglés), y cuando estábamos a punto de marcharnos se nos acercó un chico a hablar con nosotras, que si de dónde éramos, qué hacíamos en Orissa, que si él tenía una novia italiana que vivía en Mónaco...en fin, no creímos ni una sola palabra pero le sonreímos todo el tiempo y le contamos que las dos éramos francesas, no dijimos nuestro nombre de verdad, y le contamos que éramos estudiantes en Calcuta.
Pensábamos que todo iba a quedar ahí, en decirle cuatro palabras a los indios que te asaltan por la calle con su curiosidad, y que no le volveríamos a ver. Pero nos equivocamos. Poco después, perdidas, lo volvimos a encontrar, y nos ayudó a encontrar el templo que buscábamos. Después de eso, se debió considerar nuestro guía oficial, así que nos llevó en su moto por el sur de Bhubaneshwar templo tras templo, explicándonos algunas cosas, hablando de India, etc. Resultó que Toni Montana era su primo (lo cual puede significar que simplemente es un amigo muy cercano, aquí nunca se sabe), y que Toni Montana estaba casado con una alemana que vivía allí en Bhubaneshwar. En realidad no le creímos tampoco, pero nos hizo gracia. Nos presentó a algunos de sus vecinos, que jugaban al cricket en el patio de un templo abandonado en medio de las casas, y nos llevó a todas partes.
Se llamaba Prakash, pero al final le llamábamos Kolaveri, que es el nombre de una canción tamil que está de moda y que él estaba tatareando todo el tiempo. Clo la conocía y él se emocionó, y le preguntó si entendía la letra. pero Clo no recordaba nada. Así que fue parando a gente por el camino para preguntarle por la canción, hasta que consiguió que dos chavales que también iban en moto le pasaran la canción a su móvil, y la escuchamos varias veces. Al final iba conduciendo y gritando por la calle "¡Kolaveriiii!", y la gente le miraba y se reía.
Lago donde nos encontramos a Kolaveri por segunda vez
Decoración de uno de los templos que vimos. Resulta que los leones
son los símbolos del Hinduismo y el elefante el del Budismo,
por eso se pelean en India.
Mukteswar Mandir, un templo donde un simpático y
joven sacerdote nos lo explicó todo
Resulta que los arquitectos dibujaron el plano del templo en el suelo delante del mismo
antes de construirlo
El sacerdote y yo. A él si le dejé algo de dinero como donación
por ser tan amable y simpático.
Ganesha de rojo
Kolaveri Prakash nos dejó cerca del hotel (ni siquiera le dijimos el hotel en el que realmente estábamos) y nosotras nos fuimos a descansar un rato antes de volver a pasear. Le invitamos a un té antes de decirle adiós y él nos pidió nuestro número de móvil para vernos mañana, que él nos llevaría en su coche a Pipli (le contamos nuestros problemas para llegar allí) y nos presentaría a la esposa alemana de Toni Montana. No le confirmamos nada, pero al final, le acabamos llamando.
Aunque el día dos es otra entrada :)
Pero antes os dejo Kolaveri, una canción clave en nuestro viaje a Orissa:
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