sábado, septiembre 22, 2012

Varanasi, espérame

Queda apenas un mes para Durga Puja. Los que me seguís desde hace tiempo, sabéis ya que Durga Puja es EL festival de Calcuta. Estamos tan cerca que ya no se habla de otra cosa, pero además, a cualquier visitante o nuevo habitante de la ciudad, enseguida le preguntan dos cosas: si ha oído hablar de Rabindranath Tagore, y si ha oído hablar de Durga Puja.

Durga Puja significa fiesta, significa luz, significa que durante cinco días toda la ciudad sale a la calle 24 horas para disfrutar. Pero también significa que tengo un mes de vacaciones, hasta el final de Diwali. 

Este año es curioso, porque Durga Puja empieza el día 22, pero mis vacaciones empiezan en Mahalaya, siete días antes del primer día de Puja, Mahasaptami. Este día, el 15, las ondas de radio se inundarán con un canto que relata como Durga mató a un demonio, que es una de las cosas por las que se adora a Durga. El caso es que el día 15 es lunes, lo cual significa que mis vacaciones empiezan el viernes al terminar la clase. 

En total, 8 días de vacaciones, 8 días que no me voy a quedar en mi casa, obviamente. Llevo en India un año y medio y apenas he visto nada. Entre otras cosas, no he visto ni el Taj Mahal ni la ciudad más famosa internacionalmente de toda India (junto con Calcuta y Mumbai), Varanasi. Algo que solucionaré en estos 8 días.

Y mientras, para ir cogiendo el ambiente de viaje y de Varanasi, he encontrado un pasaje interesantísimo sobre esa ciudad, en un libro llamado Eating India, un libro que está a medio camino entre un diario de viajes y un libro de recetas de cocina. Traduzco:

"Puede que Delhi y Lucknow simbolicen la cultura patriarcal Islámica del norte de India, pero hay otra ciudad en el estado de Uttar Pradesh (Lucknow es la capital de Uttar Pradesh), que se presenta ante el mundo como la ciudad más sagrada del Hinduismo. Varanasi, familiarmente llamada Benaras, es conocida por sus templos, sus ghats (las gradas que bajan hacia el Ganges), sus peregrimos y los ritos funerarios, así como por su música y su comida callejera. Es una ciudad especialmente fotogénica, donde la belleza se hace notar a pesar de las callejuelas claustrofóbicas y malolientes, bloqueadas por el paso lento de un toro; a pesar del agobiante olor de las ofrendas de incienso; a pesar del río en el que flotan la basura y los restos de las cremaciones de cadáveres. En Benaras el negocio de la muerte es más grande que el negocio de la devoción religiosa, ya que los hindús han creído por siglos y siglos que morir aquí les libera de la rueda de reencarnaciones y les garantiza la salvación eterna. Mientras el río fluye dejando atrás los crematorios, puedes ver flores ofrecidas a la muerte llevadas por la corriente de un río que ha visto lo insorportable y lo indecible.

Yo no estaba interesada en hacer penitencia o encontrar la salvación. Yo fui a Benaras buscando su cara más mudana, esa cara que glorifica los placeres de la comida y de la bebida, una cara que ha sobrevivido con hedonismo a pesar de la sobrecogedora aura de santidad que inspiran sus templos, sacerdotes y devotos. Pero la primera cosa a la que me enfrenté allí me impactó mucho más que lo seglar o lo sagrado. Era una tragedia humana de la que seimpre he sabido, pero que aún así siempre había apartado de mi mente. Benaras ha sido, durante siglos, el destino final de las viudas hindús, especialmente de las viudas más jóvenes, enviadas por sus familias para vivir el resto de sus vida rodeadas de lo sagrado, forzadas a soportar privaciones casi intolerables. Aunque normalmente se exiliaban a Benaras viudas de todas partes de India, sobre todo del norte, seguramente ningún otro estado ha enviado tantas viudas a Benaras como mi estado, Bengala.

La vida de una viuda hindú ha sido siempre la cara oculta de comer en India, y en ningún otro lugar era más oscura que en Bengala. Una viuda bengalí no sólo tenía pohibido volver a casarse, como las viudas de las otras regiones, sino que además se esperaba de ella que abandonara muchas de sus comidas habituales. En una cultura como la bengalí, amante del pescado, una viuda era obligada a convertirse en vegetariana, a dejar el pescado, la carne, los huevos e incluso las lentejas, la cebolla y el ajo por el resto de su vida, que además estaría llena de ayunos puntuales. La tradición les atribuía la culpa de la muerte de sus maridos, por sus malas acciones y por sus apetitos antinaturales. Una palabra común para insultar a las viudas en las zonas rurales de Bengala se traduce como "devoradora de maridos". Culpable del pecado de la supervivencia, una viuda era considerada la personificación del desastre y de la mala suerte, y por ello, su presencia estaba prohibida en cualquier celebración, sobre todo en las bodas. Si la familia permitía que se quedara con ellos, sus días pasaban penosamente. En el pasado, cuando chicas muy jóvenes eran casadas con hombres mucho mayores que ellas, sus vidas en la marginación y las privaciones se hacían enternas - una horrorosa experiencia de deseos insatisfechos.

Muchas familias enviaban a sus jóvenes viudas en peregrinaje a lugares como Benaras, por muchas razones: para evitar la posibilidad, escandalosa, de que tuviera alguna aventura romántica o algún embarazo ilegítimo, para apropiarse de los bienes de la viuda, o simplemente para no enfrentarse a los sentimientos de culpabilidad que su presencia podría provocarles. Cientos de kilómetros lejos de casa, se esperaba que estas solitarias exiliadas encontrasen la paz en la devoción religiosa. En realidad, la santidad de la ciudad era una mínima compensación por su aislamiento y sus privaciones. La mayoría vivían como penintentes, esperando su final mucho antes de que fuera su hora. Otras, incapaces de vivir  con tan poco, acababan como mendigas o prostitutas. Los placeres de la comida, que podrían haber compensado parcialmente la ausencia de una vida matrimonial, se exhibían  a su alrededor, subrayando la crueldad de su destino.

Como es de suponer, las viudas de las familias pobres, rurales y sin educación, sufrían la peor situación. Ellas son las que todavía hoy pasean en tropel alrededor de los templos y los ghats sobre el río. Pero con la urbanización y la educación, esta costumbre está desapareciendo poco a poco. Mi experiencia personal de la vida de una viuda es muy diferente. Yo vi a mi abuela pasar los últimos 20 años de su vida como una viuda. Nadie se planteaba enviarla a ninguna parte. Nadie pensó jamás en culparla por la muerte de su marido. Las familias urbanitas de clase media de Bengala ya han cambiado su manera de pensar. Pero, aún así, no había forma de huir de una sensación de distanciamiento que se le había impuesto a ella, simplemente por ser viuda. Yo la vi cambiar de la noche a la mañana, de ser una mujer de mediana edad, mandona, que vestía saris con un ancho borde rojo y pulseras en los dos brazos, a ser una figura blanca y sombría. Saris sin bordes, sin colores, nada de joyas. Más tarde, cuando yo era adolescente, empecé a notar las limitaciones que había en sus comidas. Me preguntaba cómo debía sentirse cuando preparábamos enormes fuentes de carne los domingos, cuando desde la cocina la casa entera se inundaba con el rico aroma especiado. O cómo se sentía cuándo comíamos fish jhol, con pequeñas patatitas nuevas y guisantes que subían y bajaban en la deliciosa salsa. Mi abuela nos servía la comida, pero nunca comía con nosotros. Sentándose lejos de todos los demás, en una esquina solitaria, ella comía un simple plato vegetariano. La cena solía ser poco más que fruta, leche y muri (arroz inflado). Al principio del monzón hay tres días en el calendario bengalí en los que está prohibido que las viudas coman comida que haya sido tocada por el fuego, es decir, cocinada. Mi abuela, para esos días, cocinaba mucha comida, excepto arroz, de manera que tuviera suficiente para esos tres días, pero no le estaba permitido calentar nada. A mí, viéndola comer sus luchis (un pan frito) resesos, pasados, se me quitaban las ganas de comer. Y estaba aquellos días en que ella apenas comía nada. ¿Tristeza callada? ¿Observación sin pensamientos? Todabía no sé la respuesta."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me pone los pelos de punta. Aún asi ¿Hay alguna mujer india que quiera casarse?
Besos

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