sábado, enero 28, 2012

Orissa - Bhubaneshwar II (y último)

Por fin, toca contar el final de la aventura de Orissa. Menos mal que fue un viaje corto, porque sino no acabaría de escribir nunca...

Al día siguiente teníamos un plan: visitar unas cuevas al oeste de Bhubaneshwar: Udayagiri y Khandagiri. Fueron construidas por los Jain (una religión derivada del hinduismo), supuestamente en el siglo I antes de Cristo, para los ascetas de esta religión. Al parecer, uno de los reyes de Kalinga (el imperio que antes era Orissa) las construyó para ellos, así que además de símbolos religiosos, en algunas cuevas hay dibujos sobre reyes, batallas, etc. 

En realidad, estas "cuevas" no son cuevas, sino huecos excavados en las piedras de una colina, de manera que hacen unos huecos en las "paredes", digamos. Yo cuando oí "cueva", me imaginé algo debajo de la tierra o al menos bien profundo hacia dentro, pero nada parecido. Algunas son muy muy pequeñitas y ninguna es demasiado profunda. Lo mejor es pasear y subir a lo alto de la colina para ver las vistas de Bhubaneshwar a lo lejos. 



La más mini de las "gumphas" o "cuevas" de Udayagiri



Gumpha del Tigre, sin duda, es para meterse en la boca del tigre...


Por supuesto, había extranjeros pidiéndonos fotos: todos bengalis. Estos tres chicos estuvieron hablando con nosotras en un banglish bastante malo. Recuerdo un momento en el que uno de los chicos me estaba intentando explicar que los otros dos eran hermanos, y que el más jovencillo era el hermano pequeño del otro. Decía: "This is his....his...his....", y yo dije "bhai", a lo que él contesto: "Yes, bhai". Como si "bhai" fuera inglés...

Desde Udayagiri las vistas son las mejores, y el templo de Khandagiri, enfrente, se ve precioso. Pero cuidado si subís a Khandagiri: está plagado de monos deseando comerse toda la comida que lleves, y de sacerdotes pidiendo dinero a cambio de flores, y si quieres entrar en el templo tienes que pagar aparte, por la cara...Asi que no entramos. No pensamos que valiera la pena, y tampoco íbamos a entender nada, así que nos daba igual. Udayagiri es lo que uno no se puede perder. Otra vez, usamos el bangla para explicar que trabajábamos en Kolkata y pagar el precio indio (indios 5 rupias, extranjeros 100).

Khandagiri visto desde Udayagiri.


Udayagiri visto desde Khandagiri

Las vistas de Bhubaneshwar

Clo y yo en Udayagiri

Después de esto ya se nos hizo mediodía y llamamos a nuestro amigo Prakash Kolaveri para ir a Pipli. Volvimos a Bhubaneshwar y allí le esperamos: llegó en un coche polvoriento que no debía haber usado en años, con dos amigos más cuyo inglés al menos era mejor que el de Kolaveri, al que nos costaba entender a veces.

Allá fuimos a Pipli, que no está muy lejos, mientras nos preguntaban qué habíamos visto en Orissa y cuánto habíamos pagado por verlo. Cuando le dijimos que habíamos pagado 5 o 10 rupias, precio indio y no extranjero, se rieron muchísimo. 

Nosotras, o al menos yo, esperábamos que nos acompañaran un rato, tomarnos un té, y volver a Bhubaneshwar. Pero nada, nos dejaron solas de compras, aunque ocasionalmente Kolaveri nos llamaba para ver cuándo íbamos a tardar. Había montones de tiendecillas de lamparitas con cristales, bolsos, neceseres, telas para colgar en la pared con imágenes de dioses, marcapáginas, monederos, archivadores de tela, etc, etc. Sobre todo, telas con espejitos y bordados de Jannagath, el trío de dioses de Puri. En una hora acabamos de comprar algunos souvenirs y regalillos, y volvimos con los chicos. El plan era totalmente distinto: íbamos a ir nada más y nada menos que a casa de Toni Montana, el sacerdote de Lingaraj Temple, a conocer a su mujer alemana.

Allá fuimos, y entonces surgieron los primeros problemas. Como ya había comentado una vez, Clo y yo estábamos hartas de contestar siempre a las mismas preguntas igual, que si de dónde eres, qué si qué haces en India, que si cómo te llamas...Al menos siempre habíamos dicho los mismos nombres más o menos, pero no la nacionalidad. Se suponía que yo era francesa (así que de María pasé a Marie), como Clo, y nunca llegué a aclarar qué hacía en India...trabajaba, sí, pero no llegué a decir de qué. Y claro, puedes saltarte respuestas y si hay problemas de comunicación en inglés, una se hace la tonta y ya, pero la alemana sabía inglés perfectamente, aunque con un acentazo. Y es que era verdad que Toni Montana estaba casado con una alemana...

La mujer vivía en una especie de residencia o casa muy grande compartida, y su habitación estaba llena de símbolos budistas, muy hippie también. Me preguntaba qué pensaría Toni Montana, que era hindu, de tanto budismo en su casa. La mujer no nos dijo nada claramente, pero dejó caer que el matrimonio no funcionaba demasiado bien últimamente...Pero no pudimos preguntar nada porque con el shock que tenía yo de estar en su casa, se me olvidó que había dicho que era francesa y dije que me llamaba María, y luego Kolaveri dijo que éramos francesas, y claro, la alemana no era tonta y se dió cuenta de que había algo raro en mi nombre. Además, le apasionaba Francia, y cuando me preguntaba algo del país, Clo se apresuraba a contestar por mí, y yo no dije ni una palabra en francés porque mi acento me delataría...Ante los indios no, pero ante la alemana sí, y tampoco quería quedar de mentirosa por la tontería del aburrimiento....Total, qué más daba si yo me llamaba Así o Asá o si era de este país o de aquel. Nada. En el fondo lo que importaba es que yo no era india.

Clo se dió cuenta del problema de las nacionalidades, y además se nos hacía tarde para el check out del hotel, así que conseguimos irnos pronto, y no pasó nada más. Al menos si la alemana sospechó, no dijo nada. 

Por fin volvimos al hotel, y Kolaveri y sus amigos se despidieron preguntando a ver cuándo volvíamos a Orissa. En el hotel recogimos nuestras cosas y salimos para la estación de tren. Buscamos algún lugar para cenar y encontramos un restaurante de comida del sur (otra vez dosa, sí). Después fuimos a por té y nos sentamos en el borde de una acera en la calle. Mientras yo iba a por el té, Clo se hizo amiga de un chavalillo de Mumbai que vivía en Orissa, muy inocente y tímido, que estaba esperando a un amigo suyo que iba a llegar en una hora. Mientras hablábamos, en un inglés muy muy raro, se nos acercó otro hombre mascando "paan" (tabaco), que no tenía ni idea de inglés ni de bangla ni de oriya y nos hablaba en hindi, y no sé por qué, nos hablaba como si entendiéramos algo. Por si el grupo era pequeño, de pronto se acercaron dos hombres de unos treinta y tantos a preguntarle al chaval jovencillo que qué hacía hablando con dos extranjeras, y claro, se aterrorizó y empezó a marcharse (la verdad es que el hombre le hablaba con una voz que daba miedo). Nosotras no entendíamos nada y le dijimos a los hombres que dejaran al chico en paz que era amigo nuestro, y entonces ellos se disculparon. A nosotras nos hablaban mas suavemente. Al parecer el lugar en el que estábamos no era "seguro" (claro, si vienen estos a asustar a la gente, claro que no) y querían evitar que nos molestaran. Pero es que los que molestaban eran ellos... Total, para evitar problemas, nos marchamos a esperar, (aun quedaban tres horas) dentro de la estación.

En la estación era muy incómodo porque estaba a rebosar de gente y apenas había donde sentarse. De nuevo, éramos las únicas extranjeras del lugar. Fuera en los andenes hacía buena temperatura, pero no había donde sentarse, y en las salas de espera uno se moría de calor, pero era el único sitio donde había sitio. Conseguimos sentarnos y nuestro joven amigo, Dev, vino con nosotros, muy agradecido porque le habíamos ayudado cuando los otros hombres le asustaron. Era un chaval muy muy inocente e infantil, de pronto ya éramos sus buenas amigas y lo seríamos para toda la vida. En fin...Esto no es nuevo. Dev decidió que Clo era su mejor y más especial amiga, y me preguntó, con toda la inocencia del mundo: "¿no te importa, no? Es que Clo es muy dulce. " Yo le dije que por supuesto que no me importaba y que era verdad que Clo era muy dulce, así que Dev, para compensar el que yo no fuera su mejor amiga, me llevaba cogida de la mano por toda la estación. 

Cuando por fin su amigo llegó y se fue (no sin antes intercambiar números de teléfono y promesas de volver a Orissa -nosotras, pero sin fecha- o ir a Calcuta - él- ), al vernos libres de amigos indios, volvimos a sufrir el acoso del "¿de dónde eres? ¿cómo te llamas? ¿qué haces en India? ¿a dónde vas ahora?". Al principio se hacía gracioso, pero después de cuatro días solo quería estrangular al que me lo preguntara otra vez....

Para evitarlo, salimos de la asfixiante sala de espera y volvimos a pasear por el andén, salimos a la puerta de la estación, paseamos, nos sentamos en el suelo, etc....matábamos el tiempo como malamente podíamos. 

Una de las cosas que me llamó la atención muchísimo en la estación de Bhubaneshwar es que todas las veces que fui, había MUCHÍSIMA gente durmiendo en el suelo de la entrada. En cualquier lado, pero especialmente, en el centro de la entrada. A cualquier otra, mediodía, tarde o noche, había grupos de gente sobre sábanas y envueltos en mantas hasta la cabeza, durmiendo, o haciendo que dormían. Nunca había visto algo así, todavía. En Haora se ve mucho menos. 


Este es solo un ejemplo. No saqué más fotos porque me parecía inadecuado, pero normalmente había mucha más gente, sobre todo también en los lados, aunque los grupos grandes se ponían en el centro. La verdad es que cuando saqué esta foto ya eran casi las 11 de la noche y por eso no había tanta gente, los que esperaban durmiendo ya se habrían ido en su tren...

Por fin salió el tren y de nuevo intentamos dormir entre el traqueteo del tren, el frío que entraba por la ventana que no cierra, el olor horrible del baño y los gritos del vendedor de té. ¡Cha! ¡Cha! ¡Chaaaiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Lo tengo grabado en la mente.

Llegamos a Haorah a las 7 de la mañana o así, y muertas como estábamos, cruzamos el Ganges en un ferry (la primera vez que yo lo hacía), en una mañana con un cielo nublado pero maravilloso. 



En el barco, había dos niños de unos 8 y 5 años. Ambos iban envueltos en jerseis más grandes que ellos para evitar el frío, sobre todo de la mañana. El niño de 5 años tocaba un tamborcillo mientras el grande saltaba y daba piruetas por todo el barco. El padre (o tío o abuelo o lo que fuera) vendía frutos secos y legumbres fritas con sal. Al final, venía el niño de 5 años, que llevaba pintado un gracioso bigote como si fuera un hombre, a pedir dinero en una lata oxidada. Se te quitan las ganas de desayunar nada viendo esto.

En el ferry apenas iba gente, algunos jóvenes que iban al trabajo, alguna mujer mayor, nosotras dos, y varios sadhus, ascetas o, bueno, hombres mayores que han renunciado al mundo para seguir su religión o espitirualidad, normalmente cubiertos con cenizas, polvos naranjas y pelos muy muy largos. Algunos lo serán genuinamente, sin duda, pero como hay de todo (y aquí más que en ninguna otra parte), pues por eso la explicación que estoy haciendo...

Llegamos a Calcuta por fin y después de un té rápido, pillamos el primer taxi que vimos. Pero resultó que el hombre ni era de Calcuta y si era taxista realmente, pues acababa de empezar. Preguntó varias veces a otros taxistas por el camino, y eso que mi casa está en un lugar bien conocido y fácil de llegar. No entendía nuestras indicaciones ni en bangla ni en inglés, sobre todo porque no conocía los nombres de los lugares que le indicábamos como punto de referencia. Al final, llegamos, para derrumbarnos en la habitación.

Lo primero que hice fue darme una ducha caliente, una ducha de verdad.

domingo, enero 22, 2012

Orissa - Bhubaneshwar I

Febrero está ya a la vuelta de la esquina y yo sigo sin terminar de contar mi viaje a Orissa, cuando lo más interesante está aún por venir.
Os había dejado en ese autobús rojo, destartalado e incómodo en el que íbamos de camino a la capital de Orissa. Cuando llegamos ya había anochecido, aunque debían ser las 6 y media de la tarde. El autobús nos dejó al lado de la estación del tren, que está hacia el centro-sur de la ciudad. Todo lo interesante está relativamente cerca de la estación de tren, y es la zona con más hoteles, así que nos vino estupendamente.

Con mi guía de la mano fuimos preguntando de hotel en hotel, pero estaban casi todos llenos o eran demasiado caros para nosotras. Al final, escondido detrás de otro hotel, encontramos un hotel que no tenía ninguna indicación de serlo, ni siquiera un mísero cartel. Era un edificio con una cobertura de cemento gris, que parecía sin terminar. A la entrada había algunos símbolos judíos, y más que un hotel, pensamos que era una iglesia o centro de reunión judío, pero preguntamos en un puesto de té enfrente, y nos confirmaron que ese era el "hotel" que buscábamos. Entramos, y en la primera planta efectivamente encontramos la recepción. Está claro que las cosas nunca son lo que parecen, y menos en este país.

El recepcionista fue muy majo y de nuevo, hablando en banglish, regateamos el precio de la habitación. El hombre nos aseguró que la habitación tenía agua caliente, y nos enseñó una. No era muy grande ni estaba demasiado limpia, pero estábamos cansadísimas y no queríamos buscar más, y el precio era aceptable (400 la noche), así que nos lo quedamos. Inmediatamente tuvimos que pedirle unas "mosquito coils", unas espirales que al quemarlas atontan a los mosquitos. La habitación había estado con la ventana abierta mucho tiempo y estaba plagada de mosquitos. Cerramos la ventana, desempaquetamos un poco, pusimos el ventilador y dejamos la puerta del baño abierta con la esperanza de que los mosquitos se marcharan por allí. 

Salimos a buscar cómo ir a la estación de trenes y a encontrar algún sitio para cenar. Detrás de la estación de trenes (que había que cruzar entera para ir al otro lado, no había más puentes cerca), había una zona muy animada con muchos puestecillos callejeros, restaurantes, tiendecitas, hoteles...Yo me moría por algo con proteínas, y encontré un puesto de huevos cocidos. Si chicos y chicas, aquí puedes comprar huevos cocidos en la calle y te los aderezan con masala, cebolla y guindilla fresca picadita, sal y cilantro, y está que te mueres. Me pillé dos, mientras que Clo iba por pani puri (o puchka, al parecer esta comida callejera cambia de nombre según el sitio donde estés, en bengali se llama puchka, mientras que lo de pani puri es hindi). Éramos las únicas extranjeras en toda la zona. 

Seguimos paseando y encontramos una heladería estupenda con una variedad increíble de sabores, la más variada que he visto en India. No eran helados italianos, pero estaban buenos de todas maneras. También encontramos una tienda de juguetes donde vendían postales con motivos indios, y por fin pude empezar a comprar algunas para mi colección. En realidad no eran postales postales, sino postales como las de navidad o las de cumpleaños, pero bueno, en vista de que no hay otra cosa, algo es algo. Aquí el marketing turístico todavía está por desarrollar, lo cual en realidad, es un punto a favor.

Volvimos al hotel para dormir (con la espiral antimosquitos encendida), para levantarnos pronto al día siguiente. Teníamos pensado ir a los templos de Bhubaneshwar, que son muy famosos. La parte sur de la ciudad está repleta de ellos.

Al día siguiente, cuando nos levantamos para ducharnos, descubrimos que en realidad no había agua caliente, sino agua menos fría. Al menos el desayuno, en un restaurante de comida del sur de India, que estaba justo al lado del hotel, fue estupendo. Las dosas y los vada sambhar eran de lo mejorcito, pero eran enormes: los vada más grandes que he visto en mi vida. Que pena que no les sacara una foto.

A unos 8 kilómetros al sur de la ciudad está Dhauli, una colina donde el rey Ashoka, que fue el primer rey budista de India, dejó escritas en roca sus leyes. Este rey conquistó Orissa (entonces Kalinga) tras una guerra muy muy sangrienta, después de la cual se arrepintió, se convirtió al budismo, propagó el vegetarianismo, la paz, y también el cuidado médico de los animales. En este lugar tan especial, los japoneses construyeron una stupa (una especie de pagoda) en honor a Buda, en los años 70, donde está representada su vida en cuatro estatuas de un tamaño considerable. Es blanca y redonda, con unas "antenas" un poco extrañas en el techo. Hay que subirla descalzos, y menos mal que no estábamos en verano, sino...¡ay, los pies!

Stupa en Dhauli

En la calle convencimos a un joven rickshawala para que nos llevara por un módico precio (100 rupias). El lugar estaba repleto de turistas indios, cosa que no esperábamos en absoluto. De hecho había varios buses, y para subir a la colina, el camino estaba repleto de tiendas de souvenirs, pepinos, cocos, frutos secos, bebidas frías y pequeños restaurantes. La gente de nuevo nos acosaba pidiéndonos fotos con nosotras. No pudimos disfrutar del lugar tranquilas, ni de las vistas. Además el día estaba nublado y no se podía ver bien. Por supuesto, vino el "sacerdote" del lugar a convencernos de que pagáramos por unas bendiciones y dejáramos unas flores en una de las estatuas de Buda. Como yo le estaba asesinando con la mirada (harta de la gente, de las fotos, que él viniera a darnos la lata me enfadó todavía más), no se me acercó, pero si a Clo, que le preguntó por qué venía a nosotras y no iba a pedirle dinero a los indios. Al final desapareció de nuestra vista, ya que no iba a conseguir nada, y pudimos seguir más o menos tranquilas. 

Nos marchamos del lugar tan pronto como pudimos y volvimos andando hacia la carretera principal. Por el camino estaban esas famosas rocas de Ashoka de las que hablé antes, pero en el lugar marcado solo había un cartel muy grande, con la explicación en Oriya, Hindi e Inglés, y un jardín muy bonito y que varias personas estaban arreglando. Ahora, las dichosas rocas, ni idea. Tampoco había nadie viendo el lugar. Supongo que la stupa blanca les parecía mucho más interesante. 

Moto y edificio abandonado en la desviación hacia Dhauli, 
donde descansamos tomando té

Nos tomamos un té en el lugar donde la desviación hacia Dhauli empezaba, y preguntamos en un restaurante que estaba enfrente cómo llegar a Pipli, que era nuestro próximo destino. Al menos esa era nuestra intención: Pipli es un pueblecito repleto de tiendas con manualidades (y no manualidades), para comprar algunos souvenirs. Pero todos los buses que pasaban hacia Puri (que pasan por Pipli) estaban a rebosar y no podíamos subir. Los rickshaw no iban tan lejos, así que al final decidimos volver a Bhubaneshwar para ver los templos de la ciudad y dejamos Pipli para otro día.

En Bhubaneshwar empezamos por Lingaraj Mandir, dedicado a una de las versiones de Shiva. Este templo, como el de Puri, está prohibido para los no-hindus, así que teníamos que contentarnos con buscar algún sitio elevado desde el que verlo. 

Entrada a Lingaraj Temple

Justo al parar el rickshaw se nos acercó un sacerdote, que cómo no, se ofreció de guía. Yo ya estaba mosqueada y no me hizo gracia, pero la verdad es que fue muy simpático. Nos preguntó por supuesto, que de dónde éramos, y le dijimos que éramos francesas. Resulta que él había estado en Francia, pero sobre todo en Italia, o eso nos dijo, y dijo que le llamáramos "Toni Montana", jaja. Nos llevó a una especie de torrecita desde donde se puede ver el templo. Allí, un chico se nos acercó con una libreta para que apuntáramos nuestro nombre y nuestra "donación", pero como le pusimos mala cara y dijimos que no íbamos a pagar nada, al final se largó y subimos igual. Arriba nos encontramos con una pareja de ingleses ya mayorcitos que nos contó que a ellos les habían hecho lo mismo que no pagaron nada y subieron igual. Así que ya sabéis chicos, ¡ni un duro para ver Lingaraj Temple! Obviamente el dinero no va al templo, sino al bolsillo de algún listillo que ha montado su negocio en las escaleras a la torrecita. 

Toni Montana nos explicó todo lo que veíamos desde la torre, los diversos templos que formaban el complejo, cuántos años tenía, quién lo contruyó, cuántos sacerdotes trabajaban allí, etc. Aunque la verdad ya no me acuerdo ni de la mitad de los datos. Lo curioso es que después de que la pareja de ingleses se marchara, subió una familia de Tamil Nadu....¿por qué no entraban en el templo?  Aunque fueran cristianos, ¿quién se iba a dar cuenta viéndolos?

Lingaraj Temple, por dentro, pero visto desde fuera en la torrecita

Al bajar y antes de marcharse, Toni Montana nos recomendó que fuéramos a ver otro templo, uno dedicado a Kali, muy bonito y tranquilo. No había absolutamente nadie, y el jardín estaba muy verde y cuidado. Nos pudimos sentar y relajar un rato, después de tanto agobio de gente desde la mañana en Dhauli. Había mariposas y apenas se oía el ruido de los coches. ¡Al fin un templo con un poco de paz! Cuando vine a India tenía en la mente los templos japoneses, que son un remanso de tranquilidad y silencio, donde puedes alejarte del mundo y pensar, pero aquí en India, en realidad es todo lo contrario.

Un templo tranquilo


Original manera de iluminar el templo

Salimos dispuestas a seguir con la ruta de templos, cuando encontramos una tienda con postales como las que os comentaba antes, con imágenes de Jagannath, Ganesha, etc. Compramos unas cuantas, como siempre, regateando en bengali (funciona mucho mejor que en inglés), y cuando estábamos a punto de marcharnos se nos acercó un chico a hablar con nosotras, que si de dónde éramos, qué hacíamos en Orissa, que si él tenía una novia italiana que vivía en Mónaco...en fin, no creímos ni una sola palabra pero le sonreímos todo el tiempo y le contamos que las dos éramos francesas, no dijimos nuestro nombre de verdad, y le contamos que éramos estudiantes en Calcuta.

Pensábamos que todo iba a quedar ahí, en decirle cuatro palabras a los indios que te asaltan por la calle con su curiosidad, y que no le volveríamos a ver. Pero nos equivocamos. Poco después, perdidas, lo volvimos a encontrar, y nos ayudó a encontrar el templo que buscábamos. Después de eso, se debió considerar nuestro guía oficial, así que nos llevó en su moto por el sur de Bhubaneshwar templo tras templo, explicándonos algunas cosas, hablando de India, etc. Resultó que Toni Montana era su primo (lo cual puede significar que simplemente es un amigo muy cercano, aquí nunca se sabe), y que Toni Montana estaba casado con una alemana que vivía allí en Bhubaneshwar. En realidad no le creímos tampoco, pero nos hizo gracia. Nos presentó a algunos de sus vecinos, que jugaban al cricket en el patio de un templo abandonado en medio de las casas, y nos llevó a todas partes.

Se llamaba Prakash, pero al final le llamábamos Kolaveri, que es el nombre de una canción tamil que está de moda y que él estaba tatareando todo el tiempo. Clo la conocía y él se emocionó, y le preguntó si entendía la letra. pero Clo no recordaba  nada. Así que fue parando a gente por el camino para preguntarle por la canción, hasta que consiguió que dos chavales que también iban en moto le pasaran la canción a su móvil, y la escuchamos varias veces. Al final iba conduciendo y gritando por la calle "¡Kolaveriiii!", y la gente le miraba y se reía. 

Lago donde nos encontramos a Kolaveri por segunda vez

Decoración de uno de los templos que vimos. Resulta que los leones
son los símbolos del Hinduismo y el elefante el del Budismo,
por eso se pelean en India.

Mukteswar Mandir, un templo donde un simpático y 
joven sacerdote nos lo explicó todo

Resulta que los arquitectos dibujaron el plano del templo en el suelo delante del mismo
antes de construirlo

El sacerdote y yo. A él si le dejé algo de dinero como donación
por ser tan amable y simpático.

Ganesha de rojo

Kolaveri Prakash nos dejó cerca del hotel (ni siquiera le dijimos el hotel en el que realmente estábamos) y nosotras nos fuimos a descansar un rato antes de volver a pasear. Le invitamos a un té antes de decirle adiós y él nos pidió nuestro número de móvil para vernos mañana, que él nos llevaría en su coche a Pipli (le contamos nuestros problemas para llegar allí) y nos presentaría a la esposa alemana de Toni Montana. No le confirmamos nada, pero al final, le acabamos llamando.


Aunque el día dos es otra entrada :)

Pero antes os dejo Kolaveri, una canción clave en nuestro viaje a Orissa:



martes, enero 17, 2012

Bangla gaan (Canciones bengalíes)

Bueno, hoy voy a hacer algo raro: escribir dos entradas el mismo día.
Y es que últimamente me ha dado por estudiar bangla (bengalí) más seriamente, y me paso el tiempo intentando entender todo lo que oigo por la calle.
Entre mis nuevos deberes que yo misma me he puesto, está el de escuchar canciones y tratar de entender algo. La verdad es que en la mayoría entiendo solo palabras sueltas, pero he encontrado una canción que es totalmente lo contrario: entiendo todo excepto algunas palabras. Es una canción muy sencillita, pero que se me ha pegado. Claro que me gustaría poder comprobar si lo que entiendo es lo que dicen realmente, pero no encuentro la letra en internet...

Bueno, aquí la dejo para que la escuchéis:

Amar Akash Bhalo Lage by Bhoomi on Grooveshark

El grupo es de Calcuta, se llaman "Bhumi", que signfica "tierra". La canción, "amar akash bhalo lage" significa "me gusta el cielo".

Lo que dice (que entiendo más o menos) es:
Me gusta el cielo, me gusta la luna, me gustan las estrellas, me gusta la noche, y también me gustas tú.....(se repite)
Sueño, sueño, agua y sueño (se repite)
Me gusta la lluvia...., me gusta no se qué de los paraguas, y también me gustas tú, (nosequé) en mí profundamente....(se repite)
Sueño, sueño, agua y sueño (se repite)
Me gusta el camino (por la noche?)....y también me gusta estar contigo todo el día en el camino (se repite)
Sueño, sueño, agua y sueño...

Enero

Ya han vuelto las clases, pero no solo eso: han empezado los exámenes parciales y el taller de teatro. Y ha vuelto el frío, que hace más difícil concentrarse para trabajar.

En la universidad tengo dos clases: una de nivel inicial (A1-A2) y otra de nivel intermedio (B1-B2). En el primer nivel tengo a unos 25 alumnos apuntados, de los cuales solo he visto a unos 16, pero regularmente tengo 10 alumnos en clase, a veces (muchas veces) menos. En el segundo nivel, tengo solo cuatro alumnos, pero en realidad en clase casi nunca están los cuatro. Casi todos mis alumnos, entre los dos grupos, son bengalis, pero hay algunos de Bihar o Delhi.


Tras casi seis meses de clase, tocaba ya hacer un examen parcial, que tengo entre esta semana y la siguiente. Lo he tenido que retrasar varias veces por disintos incidentes (vacaciones inesperadas, bodas de alumnos, etc), pero por fin voy a acabar con ello. No hay nada más aburrido que hacer exámenes y corregirlos. ¡Ojalá pudiera prescindirse de los exámenes!

Esa parte es la parte aburrida del mes. La parte divertida es que taller de teatro que por fin he empezado, aunque no ha tenido exito todavía: aquí las cosas van lentas, aunque hayas avisado a la gente con un mes de antelación. Es cierto que no tuve tiempo de poner tantos carteles como esperaba poner, pero confiaba en el boca a boca, que al fin y al cabo suele ser lo que mejor funciona. Al final, tengo de momento unos cinco participantes del taller, todos viejos conocidos ya. Eso facilita un poco las cosas, porque aunque no me sabía el nombre de todos, ya nos conocemos un poco. 

Excepto uno, todos han hecho un poco de teatro anteriormente, pero lo que más les preocupa es mejorar su español: aprender expresión corporal y a actuar es algo secundario. Así que empezamos con una pequeña entrevista-test, para hacerme una idea de como es el grupo: qué significa "teatro" para ellos, cuáles son sus actores favoritos y por qué (todos dijeron que sus actores favoritos eran "naturales", jeje), que los imitaran, que recitaran algo. Luego practicamos pronunciación un poco con un poema. Después hicimos ejercicios de respiración y relajación y acabamos haciendo mímica de profesiones. Fue bastante divertido, aunque me sentía un poco perdida porque una cosa es hacer obras de teatro en el colegio y otra, llevar un taller! Me parece que la primera en aprender cosas voy a ser yo...

Además de todo esto, ayer lunes me confirmaron que el viernes habrá un programa cultural de intercambio con Corea (hay una lectora coreana, aunque es una mujer mayor y solo la he visto un par de veces), y tengo que prepararme algo para el viernes, y pedirle a mis alumnos que hagan algo. Claro, yo creía que mis alumnos tendrían que hacer algo en español, lo cual dificultaba muchos las cosas, pero resulta que no, que pueden hacer cualquier cosa. Me parece que andan escasos de participantes y quieren sacar a gente como sea...Pero como siempre, me encanta la organización y preparación: cinco días antes te lo dicen. Como si te diera tiempo de prepararte algo seriamente así.

A ver qué dicen los alumnos...

La semana que viene tengo unos días de vacaciones, porque es el cumpleaños de Netaji (Subhas Chandra Bose), uno de los luchadores por la independencia de India, el día de la fundación de la universidad, y el Día de la República, así que al menos podré descansar un poco y preparar las cosas para clase, exámenes, corregir, etc etc...¡Me hace falta el tiempo! Aunque me gustaría aprovechar para viajar, porque no voy a tener muchas vacaciones más...

domingo, enero 08, 2012

Recuento de un año

Hace ya un año que aterricé en India, en Bangalore. 

Lo primero que me asaltó fue la modernidad del aeropuerto (nada que envidiar a la T4 de Madrid), y también los problemas de comunicación y de actitud respecto a mi maleta perdida. Después, al salir del aeropuerto, me impactó el calor en pleno enero, la atmósfera un poco agobiante, la cantidad de gente, el aroma extraño del aire, la sonrisa de Anil (el chico de la academia que vino a buscarme), su cartelito en español dándome la bienvenida. El coche destartalado en el que recorrimos la larga distancia entre el aeropuerto y la ciudad, los baches de la carretera, el ruido de los coches y la cantidad de coches a pesar de que eran la las 3 de la madrugada.

Todo era tan ajeno. Por ser raro, no parecía ni ser enero. Pero poco a poco todo eso lo fui haciendo mío, hasta el punto de que ahora, el sabor del sambhar - la sopa de lentejas del sur de India - es tan necesario para mí como el sabor del aceite de oliva. ¡Ojalá pudiera tomar un buen sambhar aquí en Kolkata todos los días como hacía en Bangalore!

La academia en la que trabajaba era un desastre organizativo: un caos de horas sin sentido, clases mal programadas y cambios sin previo aviso. La vida era extraña. Con mi compañera de piso la cosa no acababa de cuajar no sé por qué, Prachi estaba siempre ocupada, y me sentía muy sola. Me centraba en mis clases y en mi trabajo y no hacía nada más. Trabajaba, trabajaba, trabajaba, intentaba acostumbrarme al modo de vida, al funcionamiento de la lavadora, a luchar con las cucarachas, al calor, a los sabores, a los productos del supermercado, al polvo en el aire, al ruido, a la basura, a ver a la gente viviendo en la calle.

Y el cuento podría haber seguido así, una chica trabajaba en India enseñando español y cuando acabó se volvió a España. Pero no.

Lo que pasó es que entonces no fui a un concierto de Bryan Adams por culpa del tráfico. 

Tan pequeño incidente revolucionó mi vida en Bangalore. Empecé a salir más, a conocer la ciudad y a disfrutar de ella. Mi cara cambió. Lucía me lo decía: "Chica, te ha cambiado la cara, estás más guapa." Bueno, a lo mejor no eran estas las palabras exactas, pero más o menos. Más animada, empecé a hacerme amiga de algunos de mis alumnos también. Compartir con gente la ciudad tenía más sentido que aventurarme en ella sola. Si hubiera ido sola, primero, no habría visto ni la mitad de sitios ni tampoco los habría comprendido, y lo que hubiera visto sería como nada, porque ¿con quién iba a comentar lo visto y hecho? Las cosas compartidas quedan en la memoria de más gente y parecen menos un sueño, al menos se puede hablar de ellas. 

Bangalore fue estupenda gracias a la gente que conocí allí (y al sambhar, jaja) y con la que compartí conciertos, cenas, tardes de compras, unas cervecitas, unos helados, fiestas españolas, o problemas con el proveedor de la bombona o internet. Así que, aunque a lo mejor nunca lean este blog, no quiero que se pase el 2011 sin dar las gracias de alguna manera a Chirag, Prachi, Marisella, Vrindha, Shiv, Kim, Aditya, Ania, Chitra, Mónica, y Juan, (que no me olvido de ti!). Y Kazuki!!

Cuando ya estaba adaptándome a Bangalore y disfrutando de todo lo que tenía que ofrecerme, me cambié de ciudad. En agosto llegué a Kolkata, y de nuevo tuve que reaprenderlo todo. Sigo en el proceso. Nuevas dificultades: no hay lavadora, internet costó conseguirlo por puro trámite, no hay cocina de verdad, perdí el móvil, hay menos comida vegetariana, no hay sambhar..., aunque también algunas facilidades (¡el bengalí es mucho más fácil de aprender que el kannada!).

Facilidades o dificultades aparte, lo que me costaba de verdad era estar lejos de las personas que confiaba en Bangalore, con quien podía hablar. Y aunque fui a Bangalore un par de veces, eso era un pequeño parche claramente no suficiente para el dolor que sentía a veces.

Sin embargo, la vida seguía y había que pasar página. Ahora que el año ha cambiado, me parece más sencillo hacerlo. Un segundo año en India comienza, y no se puede estar siempre añorando el pasado, eso lo sabemos todos.

A veces mis amigos aquí me preguntan cómo es España, cuáles son las diferencias con India, qué me gusta de India. Lo que les intriga es saber por qué gente europea como Clo o como yo hemos decidido venir a India, cuando se supone que Europa es mejor: más limpieza, organización, la vida es más sencilla, hay más dinero...

Bueno, si que hay más limpieza, pero ¿organización? Es que no han visto los trámites de una universidad española o las cosas que hay que hacer para usar los servicios públicos o pedir una beca. ¿Vida sencilla? La verdad, sí, hay lavadoras (lo cual no sé si nos damos cuenta en Europa las nuevas generaciones, pero facilita muchísimo la vida y ahorra muchísimo tiempo. Daría lo que fuera por tener una lavadora aquí), algunas cosas cuestan menos conseguirlas (conexión a internet, bombonas,...). Pero tampoco es que la vida sea sencilla en Europa. ¿Qué es una vida sencilla? ¿Una vida en la que puedes conseguir fácilmente todo lo que quieres? Eso no pasa en Europa, hay muchas cosas que no se pueden conseguir (como trabajo, últimamente sobre todo).

Aquí puede ser que sea más difícil vivir. Yo misma me he quejado a veces de que todo aquí es una lucha, incluso andar por la calle. Pero justamente por eso me gusta India, aprendes a luchar y a defenderte por ti mismo, no puedes esperar que las cosas se arreglen solas ni que luchen por ti ni está la familia para ayudarte. Los amigos te pueden echar una mano a veces, pero en el fondo estás tú con las circunstancias, y te las tienes que arreglar, sí o sí. Desarrollas tu personalidad.

Hay muchas cosas que me gustan de India. Algunas cosas son simplonas: pues me encanta la comida, la ropa, el clima (chicos y chicas, me gusta el calor, no puedo soportar el frío de los inviernos salmantinos o gallegos), el té...pero lo más importante para mí, es la relación entre la gente. Las personas son muy abiertas y amigables, sinceras y confiadas. Todavía creen en que el ser humano es bueno por naturaleza, cosa que hemos dejado de creer en Europa, en mi opinión. Somos desconfiados, y eso nos impide conectar bien con la gente, establecer relaciones sanas. Estamos pensando en que los demás quieren usarnos de alguna manera, que quieren algo de nosotros. Y aquí eso no es así. Alguien te habla y, vale, bueno, si eres extranjero y estás en un lugar turístico vendrá gente a venderte algo o a pedirte dinero, pero no siempre. Vas a un lugar menos turístico, y la gente no es así. Pero como extranjeros, se comportan de manera diferente con nosotros. Lo bonito es ver las relaciones entre ellos. Se saludan y se hablan por la calle, parando cualquier cosa que estén haciendo para intercambiar unas palabras, tomar un té, fumarse un cigarrillo. En España ves a un conocido por la calle, y ¿qué le dices? "Hasta luego". ¡Les decimos adiós! Ni siquiera les decimos "hola". ¿Cuántas veces nos paramos a hablar con la gente o hablamos con desconocidos? Nos sobran los dedos de una mano para contarlas....Aquí la gente se comunica por el puro placer de hacerlo, no por conseguir nada, su mirada está limpia de intenciones.

A veces he podido experimentar eso, y me ha encantado. Aquel bengalí invitándome al té en Gariahat, el dueño del restaurante en Konark, que nos invitó a todo y nos ayudó en todo sin pedir nada a cambio, el guía viejecillo del templo, el dueño del restaurante Sandhya donde comía todos los días en Bangalore, que aprendía inglés solo para hablar conmigo, Anil en la academia, que te hablaba siempre con una sonrisa en la cara pasara lo que pasara, los vendedores de té o de verduras fritas que te preguntan qué tal te parece su té/ comida y quieren hablar contigo por pura curiosidad.

Siempre hay excepciones, claro, pero me parece que en España lo excepcional es esa comunicación por la comunicación, por el placer de hablar con alguien, sin segundas intenciones. Es algo que hemos perdido, no sé cómo ni por qué.

También me gusta en cierto modo que los indios son muy adaptables. Se adaptan a todo. Ese es en parte el problema de la suciedad y la desorganización: no luchan, porque antes de cambiar las cosas prefieren adaptarse y seguir adelante. Es algo que me gusta en cierta medida, porque la vida es como es y hay que aprender a dejarse llevar por ella también. Si luchas contra todo y todos, al final acabarás quemado, amargado y no conseguirás nada. Hay que seleccionar la lucha. Me gusta la capacidad de adaptación, el problema es que va acompañada de una cierta pereza que se vuelve desidia...y ya sabemos que anda suelta la entropía.

En resumen, que me parece que este es un país un poco más humano. Para lo bueno y para lo malo. Los humanos no somos perfectos ni mucho menos, ni todo es bonito. También somos egoístas, inmaduros, y cometemos muchas estupideces una y otra vez, podemos ser muy crueles y también ser indiferentes. Todo eso también lo ves aquí, la gente se preocupa mucho de sí misma y nada de la gente que vive en la calle, a veces son crueles sobre todo con la gente que tiene problemas psíquicos (que no sé si los internarán en algún sitio, pero mi impresión es que se cuidan en casa y la gente se ríe de ellos), como decía un mail que recibí un día de un amigo, aquí en India dar 10 rupias a un niño de la calle o a una familia de la calle les (nos) parece mucho, pero dejar 10 rupias de propina en un restaurante les (nos) parece poco...¿eso es cinismo o inconsciencia?

Ya dije esto un día en este blog. India es como el Mahabharata: lo que puedes encontrar allí lo puedes encontrar en cualquier otra parte. Pero lo que no encuentras allí, no está en ninguna otra parte tampoco.

Estoy deseando ver qué encuentro aquí en 2012.

viernes, enero 06, 2012

Orissa - Konark II

Amanecimos en Konark un poco tarde, a eso de las 9, cuando queríamos haber madrugado, pero nos resultó imposible con lo cansadas que estábamos. 

Si bien durante el día hacía bastante calor en Orissa, por la noche y la mañana refrescaba que parecía invierno de verdad (que lo era). Así que ducharse con agua fría no era demasiado apetecible, pero no había más remedio. En realidad, después de un rato, el agua ya no parecía tan fría. Lo peor era el vientecillo helado que se colaba por la puerta...ya he dicho que el baño no estaba en la habitación, sino justo al lado en un habitáculo mínimo, y se notaba la temperatura de fuera.

Salimos a desayunar un té y unas pastitas y un poco de fruta. Esperábamos ver a nuestro viejecillo guía en los alrededores, pero ya debía haber entrado con algún otro grupo porque no le veíamos por ninguna parte. El templo tenía muchísima vida por la mañana comparado con la tarde. No se veían extranjeros, los turistas eran 99% indios, el otro 1% éramos nosotras. Parecía mentira que tanta gente se pudiera reunir en un pueblo tan pequeño para ver un templo en ruinas donde no se celebra ya ninguna ceremonia religiosa.

Pradeep, el dueño del restaurante al que habíamos ido a tomar té la noche anterior, nos había dicho que en la taquilla dijéramos que éramos amigas suyas y así nos cobrarían la tarifa india. En muchos monumentos y lugares turísticos hay una tarifa para indios y otra para extranjeros, aunque como ya conté cuando fui a Hampi, puedes regatear. En este caso, eran 250 rupias para extranjeros y 10 rupias para los indios. Pero lo que hicimos fue explicar en bengali al taquillero que no éramos turistas, sino que trabajabamos en Kolkata y que teníamos permiso de residencia, y mostrar nuestras credenciales. Así que pagamos 10 rupias, como todos los demás, y en los demás controles hicimos lo mismo: explicar en bengali, enseñar los papeles y no decir ni una palabra en inglés. Claro que esto nos vale a nosotras que estamos aquí por una empresa india, en otro caso no sé si valdría por mucho bangla, hindi u oriya que hables. Pero bueno, hay que saber que se puede regatear. Siempre se puede regatear en este país. Hasta las fotocopias las puedes regatear.

Entramos, sin guía al final, aunque la guía de Clo tenía varias explicaciones acerca del templo. Está bastante en ruinas, la verdad, solo la parte que se ve desde la puerta está restaurada: la parte de atrás es un amasijo de piedras lisas, para contener la estructura, andamios oxidados y otros restos. Un poco decepcionante, la verdad. Me pregunto si tanta reconstrucción vale la pena, porque aunque la parte bonita parece real, por detrás con tanta piera lisa que obviamente no estaba allí originalmente, una se pregunta si el templo era así o no cuando lo construyeron.



La bonita parte delantera

Y la dudosa parte trasera

Los leones que franquean la entrada, como en todo templo asíatico que se precie. El león está aplastando a un elefante. No es el duelo de la selva, tiene significado religioso. Es algo que se ve en varios templos hindúes. Al parecer (esto nos explicó un sacerdote en Bhubaneshwar) el león es el símbolo del hinduismo y el elefante el del budismo, y significa, como podéis imaginar, que el hinduismo es superior al budismo.

Bailarines y bailarinas esculpidas en el templo


Además de leones también había caballos.


El templo del Sol está diseñado como un carruaje que lleva al Dios Surya (el sol) dentro. Por eso los caballos, que originalmente había más, creo que eran siete, significando los días de la semana. Las ruedas, que simulan las del carro, son 24, una por cada hora del día. Cada rueda tiene ocho radios, que señalan 8 momentos del día y en los que está esculpido una imagen diferente relacionada con esa parte del día.




Como contaba antes, Konark estaba lleno de turistas indios que habían venido a ver el templo del Sol. Sin embargo, a la media hora me entraron dudas al respecto. ¿Habían venido a ver el templo, o a sacarle fotos a extranjeras?

Nunca me había pasado nada así. Supongo porque siempre he viajado acompañada de indios o a lugares donde hay tantos extranjeros que están más acostumbrados. Pero aquí, cada dos pasos te paraba un grupo o una familia a preguntarte ya no de dónde eras ni nada, sino simplemente si podían sacarse una foto contigo. Y cuando te pillaba un grupo, significaba que venían tres grupos más, para aprovechar el momento. Algunos después se interesaban por saber de dónde eras o tu nombre, pero la mayoría simplemente quería una foto con una extranjera, y ya está. Y esto lo hacían familias, niñas, adolescentes, chicos y chicas jóvenes y hasta parejas de jubilados. Había de todo.

En un momento estaba intentando sacar una foto del templo, brujuleando con mi cámara, y no pude sacarla porque había tanta gente acumulada preguntándome si podían sacarse una foto conmigo que los turistas que no querían sacarse una foto no podían pasar, y tuve que desistir de sacar mi foto.

¿Esto es lo que viven las estrellas de cine? ¡Pues qué horror! Aunque al menos aquí no había gritos, desmayos, ni me pedían autógrafos...

Clo se reía de mí porque ella ya estaba acostumbrada a ello. Pero para mí era la primera vez, y fue un auténtico shock. La experiencia se repitió en el resto de nuestras vacaciones, pero nunca fue tan intenso como en Konark. 

Salimos como pudimos, finalmente, justo cuando entraba un grupo de japoneses jubilados con sus camaras de fotos. Me pregunto si también se sacaban fotos con ellos. Aunque a lo mejor a los japoneses les gustaba más, están más acostumbrados a sacarse fotos con extranjeros (ellos también lo hacen, pero menos agresivamente).

Salimos del templo y decidimos que era el momento de acercarse a la playa, Chandrabaga. Al final no nos atrevimos a ir con la moto de nuestro recién conocido amigo, y subimos en un autorickshaw compartido, 20 rupias en total, solo ida. Íbamos con un grupo de mujeres de Orissa que hablaban entre ellas y nos señalaban, pasándoselo en grande a nuestra costa. Me pregunto que dirían. 

La playa está cerquita, a 3 kilómetros, y es un lugar enorme y tranquilo. Allí nos relajamos un poco por fin, después del agobio del templo y las fotos, y nos tomamos un coco. Solo faltaba el sol, el cielo estaba nublado ese día. Si hubiera hecho un día soleado, había sido un poco como esa canción de Vinicius de Moraes y Toquinho, "Tarde em Itapoá", aunque sin estera de mimbre:

 Um mar que não tem tamanho e um arco-íris no ar, (...)
E numa esteira de vime beber uma água de côco

É bom passar uma tarde em Itapoã

Ao sol que arde em Itapoã
Ouvindo o mar de Itapoã
Falar de amor em Itapoã..."









Ya era la hora de comer y nos fuimos al restaurante de nuestro amigo Pradeep, a tomar un thali. La comida era pasable, baratita, eso sí, un thali nos costaba 40 rupias, y se podía repetir tantas veces como uno quisiera. Además, nos servían papad (una especie de torta frita o asada que es supercrujiente y finita) gratis mientras esperábamos. Incluso mientras comíamos, se nos acercaba gente a saludar, a preguntar de dónde éramos, si nos gustaba la comida, etc. Pero muchos eran niños esta vez, así que sospechamos que sus padres les habían enviado a nosotras para practicar inglés. Poco podían saber que no somos inglesas ni americanas...Es la percepción general en todas partes: todos los extranjeros saben hablar inglés. 

Después de la comida, nos despedimos de Pradeep y nos tomamos "paan", hojas de una planta rellenas de diversas especias, semillas y azúcares que son buenos para la digestión. El hombrecillo del paan nos hizo uno espectacular (ved la foto), pero nos timó como quiso. Un error en India es no preguntar el precio de una cosa antes de tomarla / comerla/ viajar. Siempre preguntad, y regatead. El tipo nos cobré 40 rupias en total cuando deberían haber sido 20 como máximo...pero estábamos cansadas y no queríamos discutir. 


De nuevo con las mochilas al hombro, fuimos a la "estación de autobuses", es decir, a la esplanada de los autobuses, listas para ir a Bhubaneshwar. El autobús parecía de juguete, pequeñajo y rojo, y se notaba que había sufrido lo suyo en las carreteras. Encontramos un par de sitios donde sentarnos al fondo, dos que no estaban rotos (parecía un milagro en aquel autobús). Lo que había estado rota era la ventana a mi lado, y la habían arreglado poniendo dos planchas de madera. Al menos había algo que me cubría del viento, pero no podía ver el paisaje. Tenía que mirar por encima del hombro del hombre que viajaba delante. 

Sin embargo, el viaje de dos horas no se hizo demasiado largo. Entre las cabezaditas y la música, parecía que estaba en una novela. Los pueblos se pasaban unos tras otros, llenos de tiendas de té y de comida, de tiendas de regalos para turistas y de gente caminando por ellos. Ponle a eso una banda sonora compuesta por Yann Tiersen, y estás dentro de un cuento.

Por fin llegamos a Bhubaneshwar, la capital de Orissa. Íbamos a pasar allí dos días. Pero esos dos días, estarán en otra entrada. Por hoy, he blogueado suficiente!

Orissa - Konark I

Más vale que me ponga a contar la segunda parte de mi viaje, antes de que se me olvide.

Nos quedamos en la estación de autobuses de Puri. Allí se acumulaba la gente, las vacas y las moscas, un verdadero popurrí. Había muchos puestos vendiendo un dulce frito envuelto en miel que tenía una pinta de muerte: de las dos, de delicioso y de pillarte alguna enfermedad, porque tantas moscas alrededor no pueden ser buenas. Y es que estaban al aire sin protección ninguna. Así que muy a nuestro pesar, decidimos pensar con la cabeza y no con el estómago y no los probamos, pero si pudiésemos encontrarlos sin moscas...realmente tenían una pinta deliciosa. 

Antes de ir a Konark, queríamos visitar un pueblo que recomendaba mi guía como el lugar ideal para comprar manualidades y objetos artísticos típicos de la zona: Raghurajpur. Pensamos ir en autobús pero  estaba llenísimo de gente, así que al final negociamos con un conductor de autorickshaw un viaje de ida y vuelta por 150 rupias. Está a 14 kilómetros, un poco lejos, así que nos convenció el precio. Nos ahorrábamos ir de pie en un autobús abarrotado. 

Llegamos al pueblo, y lo pasamos, el sitio al que íbamos en realidad estaba un poco a las afueras, pasando una línea de tren. No era más que una calle llena de casas en las que los "artesanos" (porque algunos lo eran y otros no) vendían y exponían sus materiales. Una trampa turística, con todas las letras. Allí  no había nadie más que una francesa con mirada surrealista, una australiana mochilera, y nosotras dos, mochileras también. Era una situación extraña. Algunos de los artesanos hablaban inglés bastante bien pero a pesar de todo enseguida adornaban sus discursos y explicaciones con palabras en oriya, bengali e hindi, y lo gracioso es que a veces me miraban como diciendo "tu entiendes, ¿no?", solo porque les empecé a hablar en bengali cuando entré. La verdad es que practiqué un montón de bengali en Orissa. 

Algunos tenían obras de arte. Pero como obras de arte, superaban mi presupuesto, aunque no es que fueran carisimas...aun así, demasiado para mí. Y demasiado para el viaje. Las láminas se me iban a estropear en la mochila. Al final compré un coco pintado con el trío de Jagannath como recuerdo.

Volvimos a Puri y por fin tomamos un autobús a Konark. El primero que salía ya estaba a rebosar de gente. Cuando digo a rebosar, digo a rebosar literalmente: la gente se agarraba a las barras del autobús como podía e iban fuera. Así que subimos al segundo, en el que todavía quedaba algún que otro sitio libre. 20 rupias por persona, una hora de viaje. Si puedes ir sentado, no está mal, pero este autobús como el anterior, acabó con la gente rebosando por las puertas, algunos subidos arriba con las maletas. Estaba tan cansada después de todo el día pateando con la maleta, sin descanso, que en cuanto empezó a traquetear el autobús se me cerraron los ojos y los abrí a la voz de Clo, llamándome de entre los sueños, para decirme que ya habíamos llegado a Konark.

Cuando llegamos empezaba a oscurecer. Nos dejaron en una carretera principal donde no se veían más que restaurantes y alguna tienda de souvenirs. En realidad, Konark no es un pueblo pueblo, es una carretera que rodea al templo en la que hay hoteles, tiendas, restaurantes, un pequeño centro comercial, y algunas casas desperdigadas en estados de muy bueno a en ruinas. Clo lo definió estupendamente: parecía un videojuego de guerra en el que entras en un pueblo desolado. Pero con tiendas de recuerdos.

Nos recibió un simpático viejecillo que enseguida nos preguntó el nombre y de dónde veníamos. Estábamos tan aburridas de la pregunta que le dijimos que éramos rusas, y nos creyó. Una de las cosas más divertidas del viaje fue fingir nacionalidades y nombres y ocupaciones que no eran las nuestras, y ser otras personas por un rato. El viejecillo resultó ser un guía oficial de Konark y nos indicó hoteles y el camino a los lugares importantes, y nos hizo prometer que al día siguiente por la mañana le buscaríamos en la puerta del templo y entraríamos con él.

Probamos un par de hoteles pero resultaron ser muy caros para la calidad de las habitaciones. Yo solo buscaba un baño estilo occidental, no un hueco en el suelo como es el baño tradicional aquí, agua caliente, y un poco de limpieza. Pero resultó que buscar esas tres cosas era muy complicado en Konark. Las habitaciones sin nada de eso costaban unas 400 rupias, y la verdad, no lo valían. Eso valen en Kolkata con todas las comodidades que yo estaba buscando (bueno, la limpieza....varía), así que seguimos mochila al hombro caminando por Konark a oscuras visitando todos los hoteles mencionados en mi guía, y unos cuantos más. Algunas habitaciones eran auténticos zulos. Al final llegamos a la entrada del templo, que estaba iluminado y parecia precioso, y nos encontramos de nuevo con el viejecillo guía. Tan metido en su papel estaba que cogió su bicicleta y nos llevó a algunos hoteles más para ver si nos gustaba alguna habitación.

En uno de ellos estábamos cuando se fue la luz. Resulta que en Konark a eso de las 8 se va la luz y hasta pasadas dos horas, no vuelve: así todos los días. Supongo que una vez que lo sabes no pasa nada. En cierto modo es todo un privilegio: mirando al cielo puedes apreciar todas las estrellas. Es la primera vez que veo las estrellas en India, y es un espectáculo inolvidable. 

La habitación que estábamos viendo con la luz del móvil de Clo y unas velas, era la más sucia que habíamos visto, pero también la más barata: 250 rupias. Por una noche, quizá por una noche podría haber aguantado, pero convencí a Clo de ver alguna más y volver cuando hubiese luz. No iba a venir nadie a esas horas a quitarnos una habitación vacía. Así que seguimos caminando hasta volver al mismo sitio donde nos dejó el autobús, y probamos el último hotel de la ciudad. 

La Royal Lodge no tenía nada de majestuosa, pero era la más limpia. No había agua caliente (ni aquí ni en ningún sitio), pero al menos el baño era occidental, aunque estaba fuera de la habitación y era minúsculo. Regateamos con el hostelero y al final nos la quedamos por 350 rupias. La verdad es que la habitación era grande y la cama era enorme, y no demasiado dura. Desplegué mi saco de dormir (por nada del mundo toques las sábanas de un hotel indio así como así, a no ser que quieras que te piquen las chinches), dejamos las mochilas (¡por fin!) y salimos a cenar. 

Encontramos un restaurante que tenía generador por lo tanto luz (igual que nuestro rencién conseguido hotel), y pedimos dosa. Son los efectos de haber vivido en el sur: tanto a Clo como yo nos apasiona la comida del sur, sobre todo las dosas, aunque a mí lo que me priva realmente es el vada sambhar, una especie de donuts salado echo con harina de arroz, hervido y luego frito, con una capa crujiente, que se toma con una sopa de tamarindo, verduras y lentejas (el sambhar). El el hotel tenían un dulce que parece ser la especialidad de Orissa. Clo quería probarlo, así que pedimos un trozo, pero nos dieron dos. Si lo ves, parece una especie de tarta de queso pero con aspecto de bizcocho con un agujero en el medio, así como un bollo maimón de Salamanca (el nombre es ese, en serio), pero hecho de queso...Y no está muy lejos de la verdad, ya que está hecho con paneer, el queso fresco indio. El doradito de la parte exterior es muy atractivo, pero dentro es un poco demasiado húmedo y no me gusta el sirope de rosas con el que endulzan gran parte de los dulces indios. No está mal, pero no me daría pena no volver a tomarlo en la vida, qué os voy a decir.

Clo odia el paneer así que al final tuve que zamparme los dos trozos yo...Con eso y la dosa estaba saturada, así que fuimos a dar una vuelta buscando algún puesto de té para hacer la digestión. 

Paseando, acabamos de nuevo enfrente del templo (Konark es muy muy pequeño), y el dueño de un restaurante se nos acercó. Nos preguntó de donde veníamos y nosotras le dijimos, de guasa, que de Kolkata. Y resultó que él era también de Kolkata, así que empezamos a hablar bengali. Se quedó muy contento e intentó que cenáramos por segunda vez en su restaurante, pero como vió que no íbamos a comer dos veces, nos invitó a tomar té en su local. Clo buscaba algún dulce (como ella no tomó ninguno...) y el hombre, como buen bengali, dijo que él nos traería un dulce estupendo. Entramos. Estaba todo a oscuras, con velitas en las mesas, y no había apenas nadie dentro, así que era muy acogedor y agradable. El té estaba buenísimo, pero los dulces resultaron ser dos rasgullas calentitas. Para que entendáis, la rasgulla es una bola de paneer cocinada en almíbar de rosa...vamos, que ni Clo ni yo somos capaces de comerla. 




Pero el dueño del restaurante, Pradeep, no se molestó por ello, éramos sus invitadas. Nos dijo que lleváramos las sillas a fuera, que se estaba muy bien, y nos trajo más té. Estuvimos hablando un buen rato, casi dos horas, en banglish. Le contamos que éramos francesas y que estudiábamos en Calcuta desde hacía dos años. Hablando hablando acabamos hablando de las motos, que eran una buena manera de ir hasta una playa cercana a Konark, Chandrabaga, y nos dijo que él nos dejaba su moto si sabíamos conducir. Clo sabe, así que para comprobarlo se fueron a dar una vuelta por la callejuela del templo, mientras yo me quedé tomando mi té y mirando las estrellas hasta que volvieron.


Cuando volvieron volvió también la luz. Nos despedimos de Pradeep, que nos invitó a todo y no nos dejó pagar nada, y fuimos de vuelta al hotel a dormir, por fin, en una cama, y a descansar después de tantas cosas en un solo día. 

Thinglink Plugin