sábado, agosto 18, 2012

¿Chicos o chicas? Estampas de Calcuta

Hasta hace no muchos años, la homosexualidad todavía era ilegal en India. Ahora, aunque ya no lo es, el prejuicio sigue fuertemente ahí, incluso en las mentes de la generación más moderna, que no lo ven como "normal". Lo curioso es que eso que no es "normal", forma casi parte de una tradición, ya que en los homosexuales travestis forman hasta parte de las tradiciones de las bodas, donde van a bendecir a la pareja que se casa. Su existencia es tradicional, pero aún así, la gente les tiene miedo. Sí, miedo.

Estos homosexuales travestis son llamados "hizras". Pertenecen a su propio grupo social, y normalmente no viven son su familia. Se pasean por los parques, acercándose a las parejas a pedir dinero, amenazando con maldecirles si no les dan nada, y si se lo das, algunos te bendicen para que tengas muchos hijos, otros simplemente se largan a por la siguiente pareja. No pueden trabajar porque nadie les contraría, así que se ven obligados a mendigar. Algunos dicen que mendigan porque quieren, pero uno no es homosexual porque quiere...Así que es un tema complicado.

Algunos de estos hizras son hombres jóvenes, delgados, que se visten con total tranquilidad de sari o falda y llevan tacones. Otros son hombres ya cuarentones y barrigudos, que por la mañana temprano he visto salir a coger agua con un lungi (una especie de toalla larga a cuadros) atada a la cintura, con el pecho y la panza al descubierto, como cualquier otro hombre: pero su forma de andar estilizada, y el pelo largo recogido en un moño en la cabeza, les delata.

Un día, al volver de clase, me encontré que en la tienda donde siempre compro yogur había un hizra charlando con los dos jovenes dependientes, unos chicos de unos 20 o 23 años. El hizra, vestido con un hermoso sari marrón oscuro y dorado, con el pelo largo, pendientes y pulseras, charlaba muy animado, sonriente, mostrando un montón de billetes que había conseguido. Estaba pidiendo cambio en la tienda. Los chicos le sonreían un poco forzados, pero se conocían. Al principio no querían cambiarle el dinero, pero al final lo hicieron, después de la insistencia del hizra. Antes de marcharse, se despidió de ellos coqueteando y hasta se atrevió, a pesar de que me había visto a mí esperando fuera observando toda la escena, a tocarles la entrepierna a los dos chicos como invitándoles a llamarla un día si querían sus servicios. Se marchó con la cabeza muy alta, caminando a la perfección con el sari. Creí reconocerla. Un día que volví muy tarde, me acerqué al restaurante de al lado a coger algo de comida para llevar, y apareció un hizra. Creo que era la misma. También de sari y siempre con una sonrisa pícara, charlaba con todos los hombres del restaurante como si los conociera de toda la vida. Ellos le sonreían, pero como siempre, con un deje de incomodidad que no he visto en otras ocasiones. Es el miedo, no sé a qué, pero miedo.

Una mujer india nunca se comportaría así como hacía este hizra. No sería coqueta de esa manera pícara,  no charlaría con los hombres, ellos no reirían con ella. Tampoco una mujer india miraría a todos los hombres por encima del hombro, tan segura de sí misma y de su poder. Este hizra sabe que los tiene a todos en su puño, y que allí manda ella, porque le tienen miedo.

¿Cómo habra sido su vida? Me lo imagino de pequeño, de joven, cuando era él el que tenía miedo de la presión de la sociedad. ¿En qué momento decidió salir del miedo, vestirse de sari, dejarse el pelo largo, y ser él el que causara miedo a la sociedad?

Otro día, de vuelta a casa después de la universidad, vi a dos hizras en el metro. Yo acababa de entrar corriendo a sentarme, porque estaba muy cansada y apenas había ya sitio libre. No me fijé en nada, sólo me senté. A mi lado había una chica joven vestida con un hermoso salwar morado y plateado, muy llamativo. Tenía el pelo largo suelto, lo que es un poco raro de ver. En sus manos daba vueltas a un smartphone blanco, y tenía las uñas pintadas de blanco. Charlaba con otra chica a su lado y movía las manos continuamente para acompañar sus palabras. Pero esas manos eran un poco raras. Eran grandes y estaban surcadas de líneas gruesas y secas, como si una persona hubiera metido mucho tiempo las manos en el agua y al haberlas sacado, se le hubieran secado pero las arrugas se hubieran quedado allí. Me he fijado en que muchos hombres en India tienen las manos así. ¿Era un hombre?

No podía girar la cabeza para mirarle la cara directamente, no habría estado bien. La voz no era determinante, y hablaban en hindi, así que casi no entendía nada. Creo que hablaban de ropa. ¿Era un hizra? Pues debía ser muy joven. Además, nunca había visto a un hizra vestido de salwar, y mucho menos de un salwar que es más bonito que cualquiera de los que tengo yo. ¿Y la otra "chica" con la que hablaba, también sería un hizra?

Por fin llegó Robindra Sadan, dos paradas antes de la mía, y decidí levantarme antes de tiempo para poder mirar tranquilamente. Efectivamente, eran dos chicos, pero había que fijarse bien para darse cuenta, porque esos dos chicos eran a la vez, las dos chicas más guapas de todo el vagón. Llevaban el maquillaje perfecto, cubriendo la cualquier imperfección de sus rostros, lápiz de ojos y pintalabios ligero rojo. Hasta se habían aclarado la piel de la cara con el maquillaje para parecer más pálidas, aunque se notaba la diferencia de color con el cuello. Uno, el que había estado a mi lado, llevaba el pelo suelto, pero el otro lo llevaba recogido por una pinza. Tenían el pelo largo y sedoso como las chicas. ¡Y qué decir de la ropa! Me entraron ganas de preguntarles dónde la habían comprado. Llevaban pintadas las uñas de las manos y de los pies, y cargaban con unos bolsitos pequeños y de plástico brillante, iguales a los preferidos de las chicas indias. Charlaban y reían mirando a los hombres sentados al otro lado de la puerta, mientras que el resto de hombres y mujeres del vagón evitaba mirarles. Ellos (o ellas) parecían felices, como si vinieran de ir de compras toda la tarde y hubieran conseguido unas gangas preciosas, aunque no llevaban bolsas de ninguna tienda. Sí, sus manos eran demasiado grandes, se les notaba la nuez en el cuello, su mandíbula era demasiado cuadrada; pero eran jóvenes y guapos, y como chicas, también eran guapas. No puedo olvidar su cara, que hacía palidecer de envidia las de todas las demás mujeres del vagón.  

Después había quedado con un amigo y le conté este encuentro, y casi le da algo. ¡Cómo podía ser que fueran guapas! "No, no, no", me decía. "Hablemos de otro tema".

Son guapas, lo saben, y saben que la gente les tiene miedo. Pueden hacer lo que quieran. Me parece que las mujeres de aquí podrían aprender un par de cosas de ell@s.

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