Creo que no he mencionado aquí la aventura de MTR (Mavalli Tiffin Room), pero es digna de contar. Cuando llegamos mi padre y yo a Bangalore, nos adueñamos durante una semana de la guía de Bangalore de Lonely Planet que tenía Lucía, mi compi de piso argentina. Así que tirando de ella fuimos a Lalbagh Park, un gran parque hacia el sur, con lago incluido. Pero mi motivación secreta no era ir al parque, sino a Mavalli Tiffin Rooms, un restaurante del que había leído en internet y que en la guía decían que era indispensable visitar. Así que allí llegamos sobre la hora de comer y buscamos el restaurante, fácilmente identificable.
Pero a pesar de encontrarlo rápidamente, nos topamos con un problema: la puerta principal estaba cerrada. ¿Cerrada, a la hora de comer? Qué raro...La gente ignoraba la puerta y se metía por un pequeño callejoncito a la izquierda del edificio, y allí fui yo decidida a seguir a la gente y a entrar en el restaurante. He hice bien, porque la gente estaba entrando directamente a través de la cocina. Una cocina un poco caótica, pero bastante limpia, y sobre todo, dominada por los hombres. Es algo que me sigue llamando la atención. En muchos restaurantes indios puedes ver la cocina, y no hay mujeres en ellas. El caso es que preguntando a una mujer, que tampoco sabía muy bien por qué estaba cerrada la puerta, nos metimos por la cocina en el restaurante.
Segundo problema: ni dios hablaba inglés. Si sabían inglés, se lo callaban. Menos mal que esta mujer a la que había preguntado desde el principio, y que hablaba inglés, nos siguió ayudando y traduciendo lo que nos decían. Al principio, nadie nos hizo caso, pero seguimos allí de pie, y al final nos dijeron que nos sentáramos y esperáramos. Esperamos. Ni caso. Volví a levantarme y a preguntar, persiguiendo al jefe por todo el restaurante (un señor mayor bastante mandón y con un poco de mal genio), hasta que éste nos dijo que nos sentáramos en un pequeño salón compartiendo mesa con dos chicas indias.
De repente, se nos acercó un camarero pidiendo un ticket. No teníamos nada. Las chicas, muy majas, nos explicaron que primero se paga lo que se elija, que va en el ticket, y entonces cuando te lo piden ya saben lo que quieres y te van sirviendo. Vamos, que no hay menú para elegir a la vista. Me imagino que estaría en la caja, pero como sabíamos nada, ni lo vimos. No sabíamos qué íbamos a comer. No habíamos pagado. Pero al parecer, a veces ser extranjero tiene sus ventajas: nos sirvieron igual, ya pagaríamos luego.
La comida empezó con un delicioso zumo de uva, para luego seguir con unos cuatro o cinco platos distintos: tuvimos patatas con coliflor (aloo gobi), un cutney de menta, una sopa dulce de lentejas, y dos curries picantes cuyo nombre he olvidado. También tuvimos puris (una torta de pan frita), papad (que parecen unas patatas fritas gigantes pero menos saladas, y no están hechas de patata sino de harina), pulao (arroz aromatizado con verduras), arroz con yogurt, arroz con no sé ya cuántas cosas más. También nos dieron un pastelito dulce y para terminar, kulfi (helado indio, de pistacho) con fruta y paan (nuez de betel, envuelta en hojas tiernas, que se mastica y se traga para favorecer la digestión). Una comida imposible de acabar, con tantos platos. Te los sirven todos en una bandeja de metal con departamentos para cada curry, chutney, etc, y un gran espacio central para el arroz y los panes. Cada dos por tres venía un camarero con un cubo metálico para ponerte más cosas en el plato. La verdad es que estaba todo delicioso, la comida más rica que he probado en la India hasta ahora, y gracias a las chicas con las que compartíamos mesa, aún recuerdo algún nombre de todo lo que nos dijeron que estábamos comiendo. Comiendo, por cierto, con la mano derecha, como se hace aquí.
Antes de despedirnos, les pregunté a las chicas por el precio de la comida para evitar futuros timos, por si las moscas. 130 rupias cada una, me dijeron. 130 rupias por una comida que ni mi padre ni yo, ni las chicas ni nadie, pudimos acabar. Lo gracioso también es que todo el mundo acaba más o menos a la vez: tienes que dejar sitio libre para la siguiente tanda de clientes que han estado esperando como nosotros antes.
Así que nos acercamos a la caja para pagar. De nuevo, el problema es que no sabían inglés ni nosotros sabíamos qué habíamos comido, aunque sí donde estábamos sentados. Y ellos también lo sabían, éramos los únicos extranjeros en el local. El caso es que los menús deben ir separados por los diferentes salones y espacios del restaurante, y por eso sirven a todos igual según dónde uno se siente. Gracias a esa organización, pudimos pagar, 130 rupias, como nos dijeron las chicas. Pero para eso, tuvimos que encontrar a un camarero que nos hiciera caso: y lo encontramos gracias al fútbol español. Uno de ellos nos preguntó de qué país éramos y cuando le dije "Spain", ya empezó a sonreír y a murmurar "Ah! Villa! Messi! Barcelona!". Y todo arreglado. Aquí todo el mundo conoce a los futbolistas españoles, desde la gente de la calle hasta mis alumnos. El amable camarero aficionado al fútbol español se encargó de que nos cobraran bien y pudimos salir del restaurante, sanos, salvos, y con el estómago lleno, de nuevo atravesando la cocina.
Resulta que este local es uno de los más antiguos de Bangalore. Hoy mismo he encontrado en internet un pequeño reportaje fotográfico del mismo, y me parece incluso reconocer al camarero aficionado al fútbol, aunque puede que me engañe la memoria. El caso es que este restaurante es un clásico para desayunos, pero también para comidas y cenas. Un día tengo que ir a desayunar allí. Cuando vuelva Lucía, que acompañada es mucho más entretenido.
Os paso el link para que podáis disfrutar de las fotos. Si venís a visitarme, ¡no dudéis que os llevaré a este sitio!
Pero a pesar de encontrarlo rápidamente, nos topamos con un problema: la puerta principal estaba cerrada. ¿Cerrada, a la hora de comer? Qué raro...La gente ignoraba la puerta y se metía por un pequeño callejoncito a la izquierda del edificio, y allí fui yo decidida a seguir a la gente y a entrar en el restaurante. He hice bien, porque la gente estaba entrando directamente a través de la cocina. Una cocina un poco caótica, pero bastante limpia, y sobre todo, dominada por los hombres. Es algo que me sigue llamando la atención. En muchos restaurantes indios puedes ver la cocina, y no hay mujeres en ellas. El caso es que preguntando a una mujer, que tampoco sabía muy bien por qué estaba cerrada la puerta, nos metimos por la cocina en el restaurante.
Segundo problema: ni dios hablaba inglés. Si sabían inglés, se lo callaban. Menos mal que esta mujer a la que había preguntado desde el principio, y que hablaba inglés, nos siguió ayudando y traduciendo lo que nos decían. Al principio, nadie nos hizo caso, pero seguimos allí de pie, y al final nos dijeron que nos sentáramos y esperáramos. Esperamos. Ni caso. Volví a levantarme y a preguntar, persiguiendo al jefe por todo el restaurante (un señor mayor bastante mandón y con un poco de mal genio), hasta que éste nos dijo que nos sentáramos en un pequeño salón compartiendo mesa con dos chicas indias.
De repente, se nos acercó un camarero pidiendo un ticket. No teníamos nada. Las chicas, muy majas, nos explicaron que primero se paga lo que se elija, que va en el ticket, y entonces cuando te lo piden ya saben lo que quieres y te van sirviendo. Vamos, que no hay menú para elegir a la vista. Me imagino que estaría en la caja, pero como sabíamos nada, ni lo vimos. No sabíamos qué íbamos a comer. No habíamos pagado. Pero al parecer, a veces ser extranjero tiene sus ventajas: nos sirvieron igual, ya pagaríamos luego.
La comida empezó con un delicioso zumo de uva, para luego seguir con unos cuatro o cinco platos distintos: tuvimos patatas con coliflor (aloo gobi), un cutney de menta, una sopa dulce de lentejas, y dos curries picantes cuyo nombre he olvidado. También tuvimos puris (una torta de pan frita), papad (que parecen unas patatas fritas gigantes pero menos saladas, y no están hechas de patata sino de harina), pulao (arroz aromatizado con verduras), arroz con yogurt, arroz con no sé ya cuántas cosas más. También nos dieron un pastelito dulce y para terminar, kulfi (helado indio, de pistacho) con fruta y paan (nuez de betel, envuelta en hojas tiernas, que se mastica y se traga para favorecer la digestión). Una comida imposible de acabar, con tantos platos. Te los sirven todos en una bandeja de metal con departamentos para cada curry, chutney, etc, y un gran espacio central para el arroz y los panes. Cada dos por tres venía un camarero con un cubo metálico para ponerte más cosas en el plato. La verdad es que estaba todo delicioso, la comida más rica que he probado en la India hasta ahora, y gracias a las chicas con las que compartíamos mesa, aún recuerdo algún nombre de todo lo que nos dijeron que estábamos comiendo. Comiendo, por cierto, con la mano derecha, como se hace aquí.
Antes de despedirnos, les pregunté a las chicas por el precio de la comida para evitar futuros timos, por si las moscas. 130 rupias cada una, me dijeron. 130 rupias por una comida que ni mi padre ni yo, ni las chicas ni nadie, pudimos acabar. Lo gracioso también es que todo el mundo acaba más o menos a la vez: tienes que dejar sitio libre para la siguiente tanda de clientes que han estado esperando como nosotros antes.
Así que nos acercamos a la caja para pagar. De nuevo, el problema es que no sabían inglés ni nosotros sabíamos qué habíamos comido, aunque sí donde estábamos sentados. Y ellos también lo sabían, éramos los únicos extranjeros en el local. El caso es que los menús deben ir separados por los diferentes salones y espacios del restaurante, y por eso sirven a todos igual según dónde uno se siente. Gracias a esa organización, pudimos pagar, 130 rupias, como nos dijeron las chicas. Pero para eso, tuvimos que encontrar a un camarero que nos hiciera caso: y lo encontramos gracias al fútbol español. Uno de ellos nos preguntó de qué país éramos y cuando le dije "Spain", ya empezó a sonreír y a murmurar "Ah! Villa! Messi! Barcelona!". Y todo arreglado. Aquí todo el mundo conoce a los futbolistas españoles, desde la gente de la calle hasta mis alumnos. El amable camarero aficionado al fútbol español se encargó de que nos cobraran bien y pudimos salir del restaurante, sanos, salvos, y con el estómago lleno, de nuevo atravesando la cocina.
Resulta que este local es uno de los más antiguos de Bangalore. Hoy mismo he encontrado en internet un pequeño reportaje fotográfico del mismo, y me parece incluso reconocer al camarero aficionado al fútbol, aunque puede que me engañe la memoria. El caso es que este restaurante es un clásico para desayunos, pero también para comidas y cenas. Un día tengo que ir a desayunar allí. Cuando vuelva Lucía, que acompañada es mucho más entretenido.
Os paso el link para que podáis disfrutar de las fotos. Si venís a visitarme, ¡no dudéis que os llevaré a este sitio!
1 comentario:
Ya me extrañaba que no hicieras comentario alguno sobre el restaurante MTR. Creo que fue nuestro segundo dia de estancia en Bangalore cuando fuimos a comer alli. Con la guia de Lonely Planet en la mano buscamos ese restaurante que recomendaban. Y la verdad que todo resulto algo increible. Estuve una semana en Bangalore, pero comer en ese restaurante, el indescriptible viaje a Nandi Hills en aquellos autobuses, los rickshaws y otras cosas hace que uno no se pueda olvidar de esos dias. ¡Siempre se recordaran!
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