Tres días y medio en Varanasi han dado para tanto, que se me hace difícil seleccionar qué vale la pena contar y qué no, para no aburrir, en el blog. He hablado ya de los gali, del caos, del tráfico, de la policía, de los ghats, de la muerte....
Me queda hablar de la comida.
He mencionado que por Varanasi los puestos de samosas surgen de cada esquina como si fueran setas en otoño. Hay demasiados para contarlos. No sólo venden samosas, sino también kachouri, bread vada, jalebi, etc. La típica comida frita de carretera. No podíamos marcharnos sin aventurarnos a probar alguna de estas delicias, así que buscamos un lugar donde estuvieran friendo las samosas y allí esperamos a que nos sirvieran unas bien calentitas con el chutney de acompañamiento. No estaban mal, pero tampoco fueron alucinantes. En Calcuta las he probado mejores.
Sin embargo, hay una cosa que si es mejor en Varanasi que en Calcuta: el lassi.
Servido en bhar (tazas de barro) como el té, aromatizado con especias y pistacho, el lassi de Varanasi tiene la consistencia y la dulzura perfecta. Perdiéndonos en unos gali después de observar el comienzo de una representación de la Ramlila en un lago sucísimo escondido en medio de la ciudad, dimos con una tienda de lassi que tenía esas preciosidades que veis en la foto expuestas, mientras el dueño, un joven vestido de blanco como todos los hombres de Varanasi (quizá para contrastar con el colorido de las mujeres), batía más yogur con azúcar en un jarrón metálico. Pedimos un lassi para cada una y nos sentamos en la parte de atrás de la tienda. Hombres iban y venían: un cuarentón hombre de negocios, otro que parecía un vendedor ambulante, un musulmán con su barba bien recortada. Todos igualmente amantes del lassi. Incluso nosotras volvimos al día siguiente, antes de abandonar Varanasi.
Esta ciudad tiene fama por los productos lácteos, como el yogur claro, pero también los dulces. Pensé que si la leche de la ciudad era tan famosa, entonces el helado indio, el kulfi, hecho básicamente de leche espesada, aromatizada y helada, debería estar buenísimo. Los tres días y medio que pasé en Varanasi, busqué desesperadamente por cada puesto, por cada tienda, algún letrero que dijera "kulfi", ya fuea en inglés o en hindi (idioma en el que he recuperado un poco de fluidez después de este viaje, ya que en Uttar Pradesh no hablan bengalí). Pero nada. Fue misión imposible. Sin embargo, recomiendo encarecidamente a cualquiera que visite Varanasi, que busque kulfi, lo pruebe, y luego me cuente qué tal está.
La otra gran sensación culinaria de Varanasi fue una pizzeria en Assi Ghat, un lugar que no tiene nada de especial si no fuera por este restaurante y su tarta de manzana. La comida está rica, la pizza es barata (120-150 rupias por una buena pizza hecha en horno de piedra, mientras que en Calcuta una pizza decente cuesta como mínimo 300 rupias). Pero lo mejor, sin duda, es el pastel de manzana con helado de vainilla, un helado cremoso, estilo italiano, que combina a la perfección con el calorcito crujiente y húmedo de la tarta y la manzana. Nada que envidiarle a un apfel strudel o a la "empanada de manzana" de mi resturante favorito de Galicia, el Crisol.
De la cocina de esta ciudad, el plato más conocido es este, el Benarasi Alu Dum, una mezcla de patatas con especias y salsas, para comer con roti.
No tengo foto de la pizza, pero sí de la comida india: un delicioso hariyali dal (lentejas amarillas con muchas verduras) y tandoori roti.
¿No os morís de ganas de probarlo?
Sin embargo, la mejor experiencia de comida en Varanasi no fue esta pizzeria en el Ghat, mirando el Ganges. Podría haber sido bonito, pero para qué voy a engañaros: no lo es, no lo es en absoluto. Varanasi no tiene nada bonito desde los ghats. Ver la ciudad desde una barca al amanecer es una experiencia distinta, interesante, por lo abigarrado y bizarro de la "skyline" de la ciudad. Pero desde la ciudad, observar el río marrón, la tierra sucia, el cielo gris, los barcos viejos, y la nada al otro lado del río, no tiene nada de bonito.
No, la mejor experiencia culinaria fue en nuestra propio hostal. Compramos comida en un restaurante fuera (con el mejor palak paneer que he probado en mi vida), unas cervezas, y tras pedir unos platos a la esposa del dueño del hostal, nos instalamos arriba, donde había una terracita con una mesa de plástico. Allí, observando las estrellas en el cielo, comiendo con la mano, bebiendo cerveza fresquita, y escuchando de fondo una música que repetía continuamente el "om" durante al menos media hora, se experimentaba un Varanasi distinto. Cada pequeño detalle nos intoxicaba, desde el color de las paredes hasta cuando se fue la luz y nos quedamos en la oscuridad completa, acompañadas solamente del "om" y de un cielo que no puede verse en Calcuta. Las estrellas parecían moverse y bailar para nosotras.
A la vuelta a Calcuta, mis amigos me han preguntado si me ha gustado Varanasi. Yo tenía muy claro que no, no me ha gustado nada. Lo sigo teniendo claro. Pero ahora, después de pararme a pensar para escribir en el blog, me doy cuenta de que aunque no me haya gustado, me ha dado un montón de instantes intensos que no voy a olvidar. Quizá esa la magia de Varanasi, más allá de las bostas de vacas, de la peste de la basura, de la jungla de las calles o del negocio de la muerte.
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