viernes, octubre 26, 2012

Caos en Chitrakut

En este viaje no teníamos planeado nada más que Varanasi, por lo que ponernos de acuerdo para qué hacer después, fue un infierno. No había forma posible de aunar las dos rutas que cada una queríamos hacer: yo quería ir al norte y al oeste, y Charline al sur. Al final, para evitar problemas más graves, cedí y reservamos un tren al sur, a Khajuraho, que está realmente en Madhya Pradesh, otro estado. Pero no había buenas conexiones, y no queríamos perder más tiempo en Varanasi, de la que ya estábamos hartas. Entre Varanasi y Khajuraho hay un pueblo practicamente desconocido, en la frontera de Uttar Pradesh y Madhya Pradesh. Tan en la frontera, que una orilla del pueblo está en un estado, y la otra orilla, en el otro. En mi guía apenas decían unas líneas sobre el pueblo. En la de Charline, nada de nada. Prometía ser algo diferente, y además la conexiones de trenes a través de este pueblo nos venía de perlas para huir de Varanasi e ir a Khajuraho. Así que allá fuimos.

Os diré que de Chitrakut, además de lo de que está en la frontera y que es poco turístico, sólo sabía que es una "mini Varanasi", y que en los alrededores fue donde el legendario héroe hindú, Rama, pasó sus 11 años y pico de exilio, como se cuenta en el Ramayana. Uttar Pradesh está lleno de lugares históricos, siendo el lugar de nacimiento de Rama, de Krishna, y donde Buddha pasó gran parte de su vida, incluso murió allí. Ya que no podía ir al lugar donde Buddha murió (Kushinagar), porque está demasiado al norte, ni al de Krishna (Mathura y Vrindavan), porque están demasiado al oeste, al menos un lugar de leyenda, Chitrakut, si estaba en el camino. Esas eran mis cuatro razones para ir.

Nos subimos en un tren que llegaría al pueblo a eso de la 1 de la madrugada. Reservamos por teléfono una habitación en el hostal que mencionaba mi guía (no había más que media página al respecto del lugar, y tan solo dos hostales recomendados), pedimos un pick-up service a la estación, y nos olvidamos del tema. En el tren, de nuevo en Sleeper Class, al principio no había mucha gente. Pero poco a poco vimos con una mezcla de sorpresa y horror como la gente se agolpaba contra las puertas de los vagones en cada estación, intentando entrar, sin billete ni nada. La policía andaba de un lado para otro de los vagones, cerrando las puertas para que no entraran. Los más desesperados se estaban subiendo al techo, algo que sólo había visto en una película. 

A mi lado, un hombre no paraba de mirarme y de intentar que le diera mi teléfono, a pesar de que le estaba ignorando ostensiblemente. Charline estaba durmiéndose, y yo intentaba resistirme al sueño, para no perder la estación. No teníamos ni idea de dónde estábamos, sólo sabíamos que íbamos con retraso. A cada estación intentaba divisar el letrero con el nombre a través de la ventana, sin resultados. Cuando por fin nos tocó bajar, nos enteramos gracias al pelma que no dejaba de mirarme, al que le había dicho que íbamos a Chitrakut. Si no me llega a avisar él, pierdo la estación; sin duda, hay que mirar el lado positivo de las cosas. Al intentar salir, la avalancha de gente fue aún peor: al abrir la puerta, la muchedumbre nos impedía bajar, y temíamos que el tren se pusiera de nuevo en movimiento con nosotras todavía dentro, pues el tren apenas pararía unos 5 minutos. Lo conseguimos, no sé cómo todavía, pero al mirar atrás vimos que la gente seguía intentando entrar, o subirse al techo, aunque el tren empezaba a ponerse en movimiento para abandonar la estación. Aún así, no estábamos del todo seguras de que esa fuera nuestra estación. Le preguntamos a un policía que se había bajado del tren, y no fue capaz de decirnos si esa era nuestra estación, a pesar de que le enseñé el billete. Al final el tren se fue y nosotras nos quedamos allí, sin saber si era la estación correcta o no...

La estación era también terrorífica. He visto muchas estaciones de trenes, y sé que hay mucha gente que duerme en el suelo en las estaciones, unos porque no tienen otro sitio a dónde ir, y otros porque vienen de lejos y prefieren esperar allí que perder el tren por no encontrar transporte para llegar a la estación a tiempo. Así que estoy acostumbrada a ver a mucha gente dormir en las estaciones. Pero en esta, es que no se podía andar. Cada pedazo de suelo estaba cubierto por alguna manta o plástico con una persona o tres durmiendo encima. Olía fatal, a sudor y a basura, y las moscas y las cucarachas volaban por todas partes. Había una tienducha abierta, y poco más. No se veía a nadie que hubiera venido a buscarnos tampoco, a diferencia de en Varanasi, a pesar de que habíamos dado toda la información del horario y del vagón del tren. Llamamos al tipo que se suponía que nos venía a buscar, Raja, y nos dijo que estaba fuera y que ahora llegaba. Después de cinco minutos de pánico en la estación, llego este hombre con una toalla roja alrededor del cuello, con una barba de varios días. Nos llevó sorteando a los durmientes, hasta fuera de la estación, un lugar sucio, más que sucio un auténtico basurero. No había nadie (en realidad llegamos como a las 2 de la mañana), apenas unos conductores de un autorickshaw (aquí también llamado tuk tuk) en el que cabían seis personas. Raja habló con uno y nos metimos dentro. Resultaba que la estación estaba en un lugar llamado Chitkut, un pueblucho lleno de monos, con un basurero alrededor de la estación, mientras que Chitrakut estaba a unos 10 kilómetros del lugar. Por eso la confusión en la estación, ya que no se llamaba como esperábamos y el policía no reconoció el código de la estación (CTKD).

Más tranquilas, y un poco muertas de frío porque era muy de noche y estábamos subiendo y subiendo, mientras la temperatura bajaba y bajaba, por fin llegamos a Chitrakut. Llegamos directamente a Ram Ghat, que es como el centro del pueblo y donde está el hostal. Es un pequeño ghat como los de Varanasi o Calcuta, quizá más largo, que lleva el nombre del héroe Rama porque se supone que allí se bañó con su mujer Sita. Eran las 3 de la mañana cuando llegamos. Aunque la ciudad estaba toda cerrada, en el ghat había mucha gente despierta, sobre todo grupos de mujeres. No eran mendigos. Estaban allí por alguna razón, pero no sabíamos cuál, todavía. 

Para llegar al hostal teníamos que subir unas empinadas escaleras que terminaban en una fortaleza de estilo musulmán con una puerta preciosa. El hostal en sí estaba ruinoso y daba un poco de miedo, así por la noche. Raja despertó al cuidador, un hombre joven, delgaducho y con la mirada perdida, no sabemos si por el sueño o por algo más, porque durante toda nuestra estancia, tenía la misma mirada, fuera la hora que fuera. Nos llevó a una habitación cualquiera de las muchas que había en el hostal: era enorme, y no había nadie. Éramos las únicas clientes. La habitación era un cuadrado despintado, con un ventilador, una cama demasiado pequeña para el colchón que tenía (que sobresalía por los pies, con lo cual si te despistabas, te ibas a caer al suelo). Aquella habitación no la habían limpiado en años. El cuidador, apremiado por Charline, cambió las sábanas, retiró una especie de futón que estaba en el suelo (en India también se duerme en el suelo como en Japón), trajo una escoba y barrió la habitación. Le pedimos agua, pero en este pueblo no había agua filtrada y solo había "desi pani", literalmente agua del país, que no nos atrevimos a beber a pesar de estar sedientas. Al final, mientras deshacíamos el equipaje, el cuidador nos observaba en silencio desde el marco de la puerta. Charline me preguntaba por qué, y entonces caí en la cuenta: le tendí un billete de diez rupias y se fue tan contento, dejándonos dormir por fin.

Sin embargo, la verdad es que no dormimos. Eran las 3.30 de la madrugada. Salimos a la terraza, que era enorme, y que hacía de aquel cutre hostalucho un lugar maravilloso. Se veían las estrellas claramente, y desde arriba se apreciaba el ghat, el río, la gente...la gente que empezaba a bañarse en el río. Por eso estaban allí los grupos de mujeres: para bañarse en río y cambiarse el sari sin que nadie las viera. Las mujeres se ponían el sari también de otra manera, y ninguna tenía la cabeza sin cubrir. Algunas no llevaban enagua debajo, otras sí. A eso de las cuatro, cuando empezaron a poner la música religiosa desde el templo en el ghat, y cuando la gente empezaba a llegar de sus casas a bañarse y recoger agua del río, bajamos al pueblo a ver si encontrábamos por casualidad alguna tienda abierta en la que vendieran agua mineral. Pero no tuvimos suerte: sólo encontramos a un hombre que ya a esas horas vendía té. Le pedimos un par de tacitas, pero en lugar de tazas nos dio vasitos de plástico, y nos cobró 5 rupias, carísimo. Eso sí, el té tenía un maravilloso sabor a cardamomo.

Tras la infuctuosa búsqueda de agua, volvimos a dormir un poco a la habitación, para poder recuperar energía para el día siguiente, y explorar este pueblo de Chitrakut.


La puerta de la fortaleza en lo alto de Chitrakut.


El pasillo de entrada a nuestro hostal. Con la luz del día no se ve ni tan mal.

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