"Los viajeros regresan de la ciudad de Zirma con recuerdos nítidos: un negro ciego gritando entre la multitud, un lunático tambaleándose en la cornisa de un rascacielos, una chica paseando con un puma atado con una correa. De hecho, la mayoría de los ciegos que golpean sus bastones en las aceras de Zirma son negros; en cada rascacielos hay alguien que se vuelve loco; todos los lunáticos pasan horas y horas en las cornisas; no hay un puma que una chica no amaestre, por capricho. La ciudad es redundante: se repite a sí misma para que algo de ella permanezca en la mente.Yo también estoy volviendo de Zirma: mis recuerdos incluyen dirigibles volando en todas direcciones, al nivel de las ventanas; calles de tiendas donde se pintan tatuajes en la piel de los marineros; trenes subterráneos abarrotados de mujeres obesas que sufren la humedad. Mis compañeros de viaje, en cambio, aseguran que sólo han visto un dirigible sobrevolando los tejados puntiagudos de la ciudad, solo un tatuador ordenando las agujas, tintas y dibujos en su banco, solo una mujer gorda abanicándose en el andén. La memoria es redundante: repite signos para que la ciudad pueda empezar a existir."
Italo Calvino, Las ciudades invisibles
Las ciudades de Calvino son tan reales como imaginarias. Enfocando la idea de ciudad desde distintas perspectivas, sus relatos - quizá sea mejor decir descripciones, porque no hay una narrativa, una historia - son deliciosos y nos dejan la mente llena de imágenes y preguntas. ¿Qué se repite, la ciudad, o nuestros recuerdos? ¿Qué caracteriza a una ciudad? ¿Son todas distintas o son todas iguales?
Este de Zirma es uno de mis relatos favoritos del libro. Ahora, cada vez que lo leo, pienso en Calcuta. También pienso en las otras ciudades en las que he vivido, pero sobre todo, en Calcuta. En esta ciudad intensa y abarrotada, ¿qué es lo que destaca? ¿qué elementos se repiten, o repite mi memoria?
Quizá si yo fuera una viajera que hubiera estado poco tiempo en Calcuta, mi memoria registraría algunos elementos por encima de los demás. Pero después de tanto tiempo, y como aquí sigo, veo cada parte de la ciudad, cada calle, y en cada una hay un elemento diferente que ha dejado su huella en mi mente por encima de todos los demás.
Así que voy a intentarlo con Bangalore.
Todos los viajeros vuelven de Bangalore con recuerdos nítidos: un autorickshaw negro y amarillo como un escarabajo, que va a velocidades peligrosas; un conductor de autorickshaw que viste gorra de lana y cazadora de plumas en verano; un hombre y una mujer jóvenes, vestidos con un uniforme de pantalón o falda negros y camisa blanca, con su mochila negra a la espalda y su tarjeta de identificación de alguna empresa americana de software, esperando al auto a los bordes de la carretera; un hombre de cincuenta años y el pelo canoso, que conduce una scooter: en el manillar de su motocicleta lleva bolsas de tela sucia llenas de termos de leche, té y café, vasos de plástico y paquetes de galletas. De hecho, muchos de los autorickshaws de Bangalore son negros y amarillos; casi todos los conductores de autos llevan gorros de lana y cazadoras incluso en verano. Todos los hombres y mujeres jóvenes trabajan en empresas americanas de software y llevan todos idéntica ropa, en blanco y negro, mochila y tarjeta de identificacion colgada del cuello. Todos esperan los autos en el borde de la carretera, porque no hay aceras en Bangalore. No hay hombres del té que no vayan en moto; y todos llevan las mismas bolsas con los mismos termos y el mismo tipo de galletas Parle.
Entre mis recuerdos, se incluyen chicas tailandesas vestidas con minifalda entrando en las discotecas a las siete de la tarde; calles llenas de restaurantes que abren hasta más tarde del toque de queda y en los que hay que hacer cola para sentarse y cenar; tiendas de zumos donde meten el zumo en bolsas de plástico para los que se lo llevan a casa.
No sé qué dirán mis compañeros de viaje...
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