martes, diciembre 04, 2012

Kamasutra en Khajuraho, o El pueblo donde todo el mundo habla español


Khajuraho es ese lugar legendario por el libro más buscado en Occidente. Si fuera más barato y fácil de encontrar, no lo desbancaría del top de las listas de ventas en La Casa del Libro ningún The Secret de Rhonda Bryne que se imprimiera, ningún El código Da Vinci. Sí, efectivamente,estoy hablando del Kamasutra.

Pues no es que el Kamasutra se escribiera en Khajuraho, sino que este pueblucho con la estación de tren más nueva y limpia de India, está rodeado de templos y templos con estatuillas sensuales y sexuales grabadas en las fachadas, laterales y todo el exterior. Hay escenas de todo tipo, diarias, bélicas, de la gente pobre, de la gente rica, los trabajadores, los escultores de los templos, animales dioses, etc. Mil estatuillas ignoradas por lo que a la mente de Occidente le resulta más llamativo que se conecte con la religión: el sexo. Sobre todo si hablamos del cristianismo.

Algunas de las estatuas son meramente sensuales, con hombres y mujeres muy sexys haciendo manitas, flirteando...mientras que otras son explícitamente sexuales e instruyen a la gente a cómo disfrutar y no aburrirse haciendo siempre lo mismo.

¿Por qué hay sexo en un templo a un dios? Bueno, hay muchas respuestas...Lo cierto es que Khajuraho, un lugar PLAGADO literalmente de extranjeros, además de de mosquitos de verdad, y que goza de la mayor densidad de indios por metro cuadrado que habla fluidamente cuatro idiomas extranjeros como mínimo, es un lugar casi casi occidental en cuando a los estándares de modernización del sistema turístico. En este pueblo donde no hay nada, ni está cerca de ninguna parte, un pueblo al que nadie iría nunca si no fuera por los famosos templos y la leyenda del Kamasutra, hay casi más hoteles de lujo que en Calcuta, hay un aeropuerto, una estación de autobuses, además de la de tren nuevecita que mencioné antes, hay restaurantes que preparan pizza en hornos de piedra al más puro estilo italiano, y hay audioguías para recorrer el conjunto de templos, tienda oficial de souvenirs y hasta postales. Se ve que el que ha montado todo esto ha estado en París. Y en las audioguías se dan varias explicaciones al “enigma” de la relación de sexo y religión:

  1. Las estatuas de los templos muestran todo tipo de escenas relacionadas con la vida de la gente y el sexo es una de ellas
  2. Tiene una función catártica al eliminar estos pensamientos de la mente de los devotos (pues ya se divierten fuera antes de entrar al templo), de modo que tienen la mente limpia a la hora de rezar al dios
  3. Son templos que siguen la línea hinduista del Tantra, una escuela de filosofía que comparten algunas ramas hindús y budistas, en la que en lugar de renegar de la realidad para alcanzar un plano superior, se intenta alcanzar este a través de la vida normal, mundana. Sexualidad incluida.
Este es uno de los lugares más extravagantes que he visto nunca en India, sinceramente. Me quedan muchos por ver, pero no sé si habrá alguno que lo supere. Llegas a Khajuraho y lo primero que te encuentras es un grupillo de jovenzuelos sin trabajo que lo único que hacen es revolotear a tu alrededor para que vayas en su autorickshaw y poder exprimirte todo lo posible. De 80 que nos pedían al principio, acabamos pagando 30, sin decir nada, solo caminando ellos bajaban el precio automáticamente. Te montas tú en el auto y se montan tres más para charlar, volver al pueblo, y convencerte de que vayas al hotel que representan, del cual te lanzan enseguida la tarjeta. Prometes pensártelo y te bajas en el primero que ves: un hotel con el cartel en inglés y en coreano. Se anuncia todo en ambos idiomas, hasta el folleto del hotel está en inglés y coreano, y ofrecen “Korean coffee” (que vete tú a saber qué es esto). Inmediatamente ves a una pareja de coreanos salir del hotel, para que no te quepan duda de quiénes son los clientes habituales del hotel.

El hotel tiene mil habitaciones libres. Este es un mal año: con la crisis económica, los europeos, que son los que más viajan aquí atraídos por el Kamasutra, apenas vienen. Al parecer hace dos años, los españoles inundaban las callejuelas del pueblo, después fueron los italianos, y este año parecía el de los franceses, pero el negocio iba mal. Elegimos la habitación que quisimos, y nos fuimos a desayunar. Segundo susto (después del de los coreanos): los precios. La comida era carísima. Probamos en otros cafés y restaurantes (que es lo único que hay en el centro que rodean los templos, además de hoteles y tiendas de artesanía fabricada en cadena), todos igual de caros. Los hoteles estaban tirados de precio – el nuestro apenas costaba 400 rupias la noche, muchísimo mejor que en Varanasi, y creedme, he visto muchas habitaciones de hoteles, y esta habría valido el doble en cualquier otro lugar, aún en temporada baja – pero la comida era prohibitiva. Quizá eran los problemas de aprovisionamiento que sin duda un lugar tan alejado de la mano de dios (a pesar de los templos) debía de sufrir. O quizá era la manera de sacar beneficio: los turistas venían porque el alojamiento era barato, y luego los sableaban en la comida, los souvenirs y la entrada al templo (que para los extranjeros es de 150 rupias, y no hay carné ni visado de trabajo que te salve, aunque tú pagues tus impuestos aquí como ellos).

Al final encontramos un lugar de precio aceptable. El Madrás Café – sólo el nombre, prometedor de idly dosa, ya me hacía la boca agua – era un lugar pequeñajo, justo enfrente de la entrada de los templos, llevado por una familia Telugu que hacía muchos años se había instalado en Khajuraho. El hijo, un piloto, había vuelto a India hacía poco desde Filipinas, donde trabajaba para una empresa de viajes de clase alta con aviones privados. Se hacía cargo del restaurante ahora, durante unos meses antes de regresar a Filipinas, para ayudar a sus padres ya mayores y enfermos, y para ayudar en la época de crisis. Ganga, como se llamaba este chico, enseguida se hizo nuestro amigo, hasta tal punto que comenzó al segundo día a confiarnos las gracias y desgracias de su vida. Él nos explicó muchas cosas sobre Khajuraho, adónde ir, qué ver, los precios reales de las cosas, y nos ayudó en todo momento. Un encanto.

En cuanto a Khajuraho, nos contó como intuíamos ya, que sin los turistas que venían a ver las estatuas del Kamasutra, aquí no habría nada más que cuatro gatos muertos de hambre. Suena crudo pero es así. Tienen problemas con la lluvia, hace un sol de justicia todo el año, el río cada vez lleva menos agua, y no hay ninguna industria ni nada alrededor. Pero el turismo había convertido a aquel pueblucho un centro turístico adinerado, y había florecido, hasta la crisis económica de Occidente. Sin turistas, aquello se moría y la gente intentaba huir de allí y encontrar trabajo en otra parte.

¿Cómo intentaban huir? Veréis, esto tiene su ingenio. Aquí vienen muchos grupos de turistas, algunos solos, muchos en parejas, otro en grupos organizados. Los habitantes del lugar, que viven de estos turistas extranjeros, aprenden sus lenguas en la calle para mejorar la comunicación, y convencer a los turistas de que entren en sus tiendas, y en definitiva, poder hacer su negocio mejor. Cualquiera que sea el idioma que hables, en algún momento algún hombre se te acercará hablando tu propio idioma, mejor o peor, pero hablando. Algunos hasta se van a estudiar a Delhi (que está relativamente cerca), porque allí hay muchos centros donde aprender lenguas extranjeras. Luego vuelven para llevar la tienda, hotel o restaurante familiar, o para ser guías aprobados por el gobierno de India. Y está la tercera vía: ligarse a una extranjera, casarse, y marcharse con ella a su país. Algunos de los más adinerados empresarios de Khajuraho son hombres que tras divorciarse de sus mujeres extranjeras, volvieron con dinero y profesionalidad al pueblo para montar un negocio mejor.

Tristemente, hablo de hombres indios y mujeres extranjeras, y no viceversa, porque no sé de ningún caso, y porque no parecía que ninguna mujer india fuera a salir a atreverse a hablar con un hombre extranjero en aquel pueblucho. Así, las mujeres teníamos que quitarnos los moscones a manotazos (no literalmente), porque nos perseguían por todas partes. Aviso: ignorarlos absolutamente sin inmutarse es la mejor opción. Al final, se aburren y dejan de insistir. Es un ambiente agobiante, pero hay que entender su desesperación. En ese lugar, no hay absolutamente nada más que arena.

Ganga nos hablaba con tristeza de los coreanos, que a pesar de ser los más numerosos, venían con todo organizadísimo, su hotel reservado, su lugar para comer decidido de antemano, se quedaban una noche nada más y se iban, sin gastar apenas dinero en las tiendas y en los restaurantes ni nada que no fuera su hotel, su restaurante, y la entrada de los templos. Nos hablaba de los españoles, que recordaba de hacía tres años, de los muchos franceses que había ahora y cuyo inglés no entendía. Y hacía el mejor café (bueno, su cuñada lo hacía) de Khajuraho.

Un día nos invitó a cenar a otro restaurante, uno italiano, de un tipo que se había casado con una italiana, había aprendido a cocinar bien, se había divorciado y había vuelto con la idea de montar un imperio enfocado a los mediterráneos. Lo cierto es que la decoración y la comida era 99% italiana, con alguna concesión a lo indio. Pedimos, cómo no, una pizza. Y allí, mientras Ganga nos contaba su vida, Charline y yo empezamos a comer con la mano, como todo hijo de vecino. Y el indio, que come normalmente su comida con la mano todos los días, empezó a comer la pizza con cuchillo y tenedor. Y nuestros ojos, tan grandes como el plato de la pizza.

Pero lo mejor de Khajuraho no fueron los templos, las anécdotas, o el café del Madrás Coffee (pero casi casi), sino el paseo en bicicleta a Ranneh Falls, 40 kilómetros respirando aroma a hierbabuena, y el cielo estrellado de las noches sin luces, en el silencio. Hasta vimos estrellas fugaces.

Podría decir mil cosas de Khajuraho: el, de repente, encontrar un cartel en bengalí y sentirme en casa, ver a una familia bengalí (antes de escucharles hablar, solo por el aspecto, ya se veía que eran bengalíes), una familia con las hijas más cursis que he visto en mi vida (no podían coger el vasito de café de una manera más enrevesada porque no podían hacerlo sin dislocarse el brazo), el ser perseguida por hombres intentando venderte barajas de cartas con las estatuas del Kamasutra en lugar de las figuras y los símbolos, las proyecciones de la serie del Ramayana como si fuera un cine de verano en la plaza central de la ciudad, el mal sabor del yogur de aquel pueblo, la tienda que decía que vendía “English Wine”, como si eso fuera importante,...demasiadas cosas para contarlas. Allí pasamos cuatro días inolvidables.

¿Recomendaría ir a Khajuraho? No lo sé. Es agobiante, caro, y puede ser aburrido si te devora el calor y la insistencia de los vendedores indios. Pero puede ser una experiencia diferente si conoces a la gente adecuada, si vas a los sitios adecuados en el momento adecuado. Si ves estrellas fugaces por la noche.

Vosotros decidís. Para ilustrar con algo más que palabras, aquí os dejo unas imágenes.  

 Un templo dedicado a Shiva

La cúpula del techo está diseñada para que se parezca a las montañas del Himalaya donde vive Shiva (Kailas)

Variedad de estatuas en los muros de los templos


Este hombre gordo estaba decorando todas las columnas y soportes dentro de los templos.


 El elefante es un poco cotilla


En el interior de uno de los templos


La bicicleta del viaje de 40 kilómetros (ida y vuelta) a Ranneh Falls

 N había cascadas porque después del monzón no había suficiente agua, pero así quedaba este tranquilo paisaje que podéis ver en la foto. Durante el monzón, el agua llega hasta arriba del acantilado.


 Bosquecillos en  el Parque Natural de Ranneh


 Los colores son increíbles. Esto, al atardecer.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo lo de la piza con cuchillo y tenedor y lo del vino inglés.
De las oportunidades para las mujeres indias, una vez más, ni casarse con un extranjero tienen la oportunidad. En fin.Besos

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