lunes, diciembre 17, 2012

Hay dos Bengalas

El fin de semana pasado, mi amigo y alumno Subhas (el protagonista de la obra de teatro de Los viejos no deben enamorarse, que realizamos el mayo pasado), me invitó a su pueblo cerca de la frontera con Bangladesh. Quería que animase a sus alumnos a aprender español, que alimentase la curiosidad de la gente de allí mostrando cómo es España, y quería enseñarme cómo funcionan las cosas en su pueblo. Un pueblo normal y corriente de Bengala Occidental, con profundas huellas dejadas por la partición de Bengala en dos.

Al principio no me hacía demasiada ilusión, la verdad, pero ha sido una experiencia única e irrepetible. Me seducía el viaje, sí, y ver la casa de Bibhutibhushon Bandopadhyay, un famoso novelista bengalí, autor de las novelas en las que se basa la Trilogía de Apu de Satyajit Ray. Y otra cosa más: conocer la comuna y sede del partido comunista al que pertenece, el SUCI.

Me levanté a las 7 de la mañana para terminar de preparar mi mochila, desayunar, y salir a Sealdah para tomar el tren de las 8.50 de la mañana. Allí me encontré con Subhas y con Ronjit, que también participó en la obra de teatro (una de las hermanas), un profesor de inglés que vive en Calcuta pero que trabaja en este mismo pueblo al que íbamos. El tren, el Bongaon local, está lleno de gente todos los días y a todas horas, pero en apenas dos horas se pone en la frontera con Bangladesh. En coche, en cambio, me enteré más tarde, se tarda unas 4 horas. 

No iba a quedarme en casa de Subhas, sino de Shakuntala, una alumna suya y zoóloga, que tenía la ilusión de que me quedase en su casa para practicar su español, aunque al final acabé practicando yo más bangla con su familia que ella español conmigo. Vivía en una casa grande, de dos pisos, jardín y oficina anexa donde su padre trabaja como abogado. Vive allí con sus padres, su marido, su hija y su suegra. La suegra, una mujer mayor y viuda, me impactó desde el principio por su energía y su desenvoltura. No se parecía en nada a las viudas descritas por el libro de Eating India, que he subido al blog anteriormente: no estaba dejada de lado en ningún momento, y atraía toda la atención de la familia.  Ilusionada por la visita de una extranjera, quiso invitarme a ver la casa donde nació, la casa ancestral de su familia, en un pueblo en Bangladesh, al lado del río Ichamati que hoy en día hace de frontera: la mitad del río es Bengala Occidental, mientras que la otra mitad es Bangladesh. 

Aunque este era un plan distinto al original, nos dió tiempo primero (por mi insistencia) a ver la casa de Bibhutibhushon. Fuimos en coche, porque la familia no tiene pero si tiene un conductor que alquilan con gran frecuencia; tanta, que Amitabh (el conductor) es casi otro miembro de la familia. Me hizo gracia que su rostro se parecía muchísimo al de Ranjit, nuestro conductor de Darjeeling: un poco más mayor y gordito, pero el mismo rostro y la misma sonrisa, y la misma disposición amable y charlatana. 

La casa del escritor estaba escondida entre bananeros y datileros, a las afueras del pueblo. Era una casa normalucha que estaban reparando, con la idea de ampliar y mejorar el museo que contiene. Ahora, es sólo una habitación llena de fotos, libros, y de las esculturas de madera que el propio Bibhutibhushon hacía a mano:

Un pequeño Rabindranath Tagore


En la casa museo vivía un guardián, permamentemente, y estas eran todas sus pertenencias.

Ya en el jardín de esta casa, y durante el resto del camino a Bangladesh, la naturaleza era verde brillante, gruesa y devoraba cada pedazo de tierra. Los bananeros, los datileros, las palmeras, diferentes plantas de hojas enormes, cubrían los bordes de las carreteras. Los árboles eran grandes, con troncos anchos en los que los aldeanos pegaban bostas de vaca en forma circular y aplanada a secar, para luego usarlas como combustible. En los campos, crecían la mostaza, el arroz y el cilantro salía salvaje de cada hueco, aromatizando la región. Había vacas, ardillas, grullas y niños jugando por todas partes.


Las grullas y la mostaza


La carretera a Bangladesh

En el coche íbamos escuchando Rabindrasangeet (canciones de Tagore) de fusión, que convertían el paisaje verde y tranquilo en un ensueño. Ojalá hubiera recorrido el camino en bicicleta para poder pararme en cualquier momento a sacar fotos. Por desgracia, casi todas las fotos las he tenido que tomar desde el coche
A los lados de la carretera, tras los bananeros y otras hierbas, surgían como setas casitas de bambú con techos de hojas de palmera, donde vivían los aldeanos de aquella tierra de nadie. La frontera se veía a la distancia, un muro bajito con una reja de metal que dividía una misma tierra.


Al fondo podeís observar la valla de la frontera

Al llegar a un punto de la carretera, un soldado nos salió al paso: estábamos dejando India. Shakuntala le dijo que iban al pueblo de sus ancestros, y el hombre nos dejó pasar con un ligero movimiento de hombros, sin más trámites. Nunca pensé que sería tan fácil. Al cabo de unos 500 metros, encontramos otro control: entrábamos en Bangladesh. En el campamento (con tiendas de campañan de verdad), había unos pocos soldados, idénticos a los anteriores, que tan sólo pidieron ver los papeles del coche y sin más nos dejaron pasar. A mí no me preguntaron nada de nada. Menos mal, porque no llevaba el pasaporte conmigo, y la fotocopia la había dejado en casa de Shakuntala. No había pensado que íbamos a ir a Bangladesh.

Poco a poco, nos internamos en una aldea, dejando atrás las casas aisladas. En esta aldea había alguna que otra tiendecilla, alguna casa con techo de tejas, y los más afortunados vivían en casas de ladrillo, pintadas, como siempre, de los colores más extravagantes posibles - rosa palo, verde limón, amarillo. Había todavía un pandal para Kali Puja, y a ambos lados de la carretera, bajo los árboles, había aquí y allá estatuillas de dioses dejados allí tras otras pujas: Kartik Puja, Durga Puja, algunas estatuas de Shiva, otra de Krishna y Radha...

Dejamos el centro atrás y nos adentramos en un denso bosque de palmeras y bananeros, vacas atadas y sueltas, gente sentada mirando pasar el tiempo. Entre las casas de bambú, divisé una estructura de piedra, y allí paramos: era el templo de terracota, dedicado a Shiva, que pertenecía a la familia de la suegra de Shakuntala. Estaba dentro de lo que eran sus tierras, pero nadie se había ocupado de mantenerlo, y llevaba abandonado muchísimo tiempo, a pesar de ser una belleza de 200 años. 




A unos pocos pasos, detrás de unos árboles frondosos, entre la maleza, estaba la casa. Tan antigua como el templo, de piedra, se había venido abajo totalmente por la falta de mantenimiento y el último monzón. Hacía mucho tiempo que nadie vivía allí: la suegra había tenido que huir de su casa durante la partición de Bengala en lo que hoy es Bengala Occidental y Bangladesh. El tercer piso se había caído sobre la estructura el edificio, y hoy solo quedaba parte de la fachada principal, hasta el segundo piso, y parte de la cocina, además de un pequeño almacén de bambú que estaba negro, no sé por qué.


Las ruinas y los árboles


 A la suegra se le cambió la mirada al ver lo que quedaba de la casa en la que nació.

Justo al lado de la casa estaba el Ichamati, el río que hace de frontera natural. Entre la casa y el río, unos campos de arroz y calabazas, llenos de cilantro que crecía como "mala hierba", y que el conductor Amitabh se dedicó a recolectar para llevar a casa. Como el río estaba tan cerca, usaban, como en Galicia, algas y conchas como abono para el campo. Unos pescadores estaban en la orilla, charlando al lado de sus barquichuelas hechas de troncos de palmera.


Camino de la casa al río, la pescadora que se acerca al río. La mujer sentada, estaba triste por problemas familiares, meditando.


La pescadora prometió pescar algo para nosotros


Las barquichuelas y el río

Nos quedamos allí un buen rato, en el que no paraban de hablarme y preguntarme cosas, cuando me habría encantado disfrutar del silencio y la tranquilidad y sacar fotos sin distracciones. Pero su sentido de la "hospitalidad" no les permiten dejarme tranquila ni un momento. Supongo que el concepto de aburrimiento es diferente en India.

Para que estas barquitas no se muevan en el río, las llenan de agua y las achican cada vez que las usan:


Al parecer, en la zona, durante la época de los británicos, éstos habían tenido cultivos y fábricas de índigo, un tinte azul natural, en las que explotaban a los bengalíes. Hubo una gran revolución, que acabó con la muerte de los británicos. Me llevaron hasta el lugar de los hechos (de los que habla una obra de teatro, Nil Darpan -El Espejo Azul-, de Dinabandhu Mitra), donde apenas quedan unas cuatro piedras. Ahora alí hay una tienda que vende arroz y legumbres, que hace un poco de plaza mayor, donde todos los habitantes de la aldea se reúnen y charlan. La suegra hablaba con muchos de los más mayores. Me interesó mucho una mujer mayor, vestida con un camisón y usando la blusa del sari debajo, una chaquetita de punto y una graciosa capucha de ganchillo que debía haber hecho ella misma. Con sus gafas de concha y un tronco de bambú de bastón, charló un poco conmigo, qué de dónde soy y qué hago y tal. Hablaba mucho, caminaba bastante bien, y se quejaba de que le dolía la espalda. El conductor le preguntó su edad (algo que yo no me había atrevido a hacer) y la anciana dijo que 87 años. ¡Menudos 87 años!

Después, cuando ya atardecía, pasamos por casa de una pariente de Shakuntala, que resultó ser pariente lejana de Subhas también. Una mujer con muchísimo carácter que se enfadaba porque no entrábamos en su casa a tomar algo: la familia me estaba poniendo como excusa a mí, que yo estaba cansada (que lo estaba, porque había dormido muy poco el día anterior), y se acercó a mí a increparme en un tono agresivo (y en bengalí), que si me encontraba mal o algo, y yo le dije que no, que simplemente había cogido un poco de frío. Me dijo, si quieres té, toma, sino, al menos siéntate en mi casa un rato para charlar. Y yo le dije que por supuesto, que me apetecía un té. Así se acabó la discusión y entramos en su casa. Aunque el té era bastante malo, disfruté mucho escuchando hablar a la familia.

Primero se preguntaron qué tal, qué tal los niños de la familia. La mayor estaba a punto de terminar bachillerato, y luego iba a buscar trabajo. Los pequeños bien. Hablaron de los matrimonios entre hindúes y musulmanes, que eran muy problemáticos y solían acabar en la muerte de alguno de ellos, normalmente, de la chica que huía de su casa (esto me hizo pensar en Afreen y Arif, de Assam), y de que hacía un año un hombre de la Archeological Survey of India había ido a su casa para decirles que creían que debajo de su casa había restos de un templo y que querían excavar, y estaban pensando qué hacer, porque su familia siempre había vivido allí y no querían dejarla. Mientras ellos hablaban, yo les miraba y miraba, y al final la mujer energética se plantó delante de mí y me dijo la cosa más graciosa que he escuchado en mi vida: "si tu nos miras a nosotros, yo también te voy a mirar a ti".

A todo esto, me he olvidado de comentar que cerca del templo de terracota, antes de irnos de alli, había una casita de madera y tejas, en cuyo jardín dos hermanitos estaban jugando a hacer figuritas de barro. Con su timidez infantil, no querían hablar conmigo ni mirarme cuando les apuntaba con la cámara. Hacía mucho que no veía a nadie jugar con algo tan natural como el barro. El niño tenía algunos dotes artísticos: estaba haciendo una manzana casi perfecta con el barro.




Volvimos por la noche ya. En la casa de Shakuntala, después de un café, llegó un profesor de inglés de la escuela, que había hecho su master en Octavio Paz a pesar de no saber español. Deseoso de charlar conmigo, me preguntaba preguntas superconcretas para las que apenas tenía respuesta, sobre la literatura, sobre la guerra civil, sobre el reinado musulmán de España, sobre los Reyes Católicos, sobre el fútbol...poco a poco salí al paso. Cansada de tantas preguntas todo el día, por fin me dormí un rato, antes de cenar el mejor kichuri (una especie de rissotto con verduras y lentejas) casero que he probado en mi vida. Y de ahí, al día siguiente, con nuevas experiencias que tendré que contar en otra entrada ;)

No hay comentarios:

Thinglink Plugin