Hace unos días, no sé exactamente cómo, llegué a una página de información económica y política muy maja (Project Syndicate), en la que varios expertos de países muy diferentes escribían artículos, como si de una colección de blogs se tratara. El caso es que fui a dar con un artículo de título jugoso: "Life after capitalism", escrito por Robert Skidelsky, un inglés profesor de Economía Política en la universidad. Bueno, yo no lo conocía de nada de nada, pero me leí su artículo y me gustó muchísimo el estilo simple con el que cuenta la extenuación del capitalismo. Bueno, su supuesta extenuación, o su esperada extenuación, según preferencias ideológicas.
El original lo podéis encontrar aquí, en inglés, pero yo me he tomado la libertad de traducirlo para que más gente lo pueda leer:
Londres- En 1995, publiqué un libro llamado El mundo después del comunismo. Hoy, me planteo si habrá un mundo después del capitalismo.
La pregunta no viene causada por el peor momento económico desde los años 30. El capitalismo siempre ha tenido crisis, y las seguirá teniendo. Más bien, la pregunta viene del presentimiento de que la civilización occidental es cada vez más insatisfactoria, cargada con un sistema de incentivos que son esenciales para la acumulación de la riqueza, pero que menoscaban nuestra capacidad para disfrutarla. El capitalismo puede que esté cerca de agotar todo su potencial para crear una vida mejor – al menos en los países ricos.
Por “mejor”, me refiero a mejor éticamente, no materialmente. Las ganancias materiales podrán continuar, aunque la evidencias nos demuestra que no hacen a la gente más feliz. Mi descontento viene por la calidad de una civilización en la que la producción y el consumo de bienes innecesarios se ha convertido en la principal ocupación de la gente.
Esto no lo digo para denigrar al capitalismo. Este era, y es, un sistema magnífico para superar la escasez. Al organizar la producción de manera eficiente, y dirigiéndola en pos del bienestar en lugar de en pos del poder, el capitalismo ha sacado a una gran parte del mundo fuera de la pobreza.
Pero, ¿qué sucede a un sistema así cuando la escasez se ha convertido en abundancia? ¿Simplemente sigue produciendo más de lo mismo, estimulando apetitos desganados con nuevos artilugios, emociones y sensaciones? ¿Por cuánto tiempo puede continuarse así? ¿Pasaremos el próximo siglo deleitándonos en la trivialidad?
Durante la mayor parte del último siglo, la alternativa al capitalismo era el socialismo. Pero el socialismo, en su forma clásica, falló – como tenía que pasar. La producción pública es inferior a la producción privada por una serie de razones, aparte de porque destruye la variedad y la capacidad de elección. Y, desde el colapso del comunismo, no ha habido ninguna alternativa coherente para el capitalismo. Mas allá del capitalismo, parece, se extiende un paisaje de ….capitalismo.
Siempre has existido una serie de dudas morales importantes en relación al capitalismo, que se habían podido dejar de lado porque el capitalismo tenía muchísimo éxito como creador de riqueza. Ahora, cuando ya tenemos toda la riqueza que necesitamos, tenemos razón al preguntarnos si vale la pena incurrir en los costes que el capitalismo supone.
Adam Smith, por ejemplo, reconocía que la división del trabajo haría que la gente fuese más estúpida al no permitirles desarrollar habilidades no especializadas. Aún así, él pensaba que este era un precio – posiblemente compensado con la educación – que valía la pena pagar, ya que el aumento del mercado produciría un aumento de riqueza. Este pensamiento le convirtió en un ferviente defensor del libre mercado.
Hoy en día los apóstoles del libre mercado argumentan de la misma manera que Adam Smith, más o menos, ignorando el hecho de que la riqueza ha crecido muchísimo desde los días de Smith. Tradicionalmente, ellos admiten que el libre mercado se cobra empleos, pero defienden que programas de entrenamiento y reciclaje prepararán a los trabajadores para hacer nuevos trabajos de “mayor valor”. Esto viene a decir que incluso los países o regiones ricas ya no necesiten los beneficios del libre mercado, deben seguir sufriendo sus costes.
Los defensores del sistema actual contestan: nosotros dejamos que los individuos tomen este tipo de decisiones por sí mismos. Si la gente quiere salirse de la cinta transportadora, son libres para hacerlo. Y cada vez más y más gente lo hace. La democracia significa también la libertad para “echar” al capitalismo fuera del gobierno.Esta respuesta es poderosa, pero ingenua. La gente no crea sus preferencias aisladamente. Sus elecciones están enmarcadas por la cultura predominante de la sociedad en la que viven. ¿Realmente se supone que la constante presión por consumir no tiene ningún efecto en las preferencias de la gente? Prohibimos la pornografía y restringimos la violencia en la televisión, pensando que estas afectan negativamente a la gente, pero, sin embargo, ¿creemos que la publicidad sin control de bienes de consumo afecta sólo a la distribución de la demanda, pero no a otros aspectos?
Los defensores del capitalismo a veces sostienen que el deseo de adquisición está tan profundamente enraizado en la naturaleza humana que nada podría hacerlo desaparecer. Pero la naturaleza humana es un conjunto de pasiones en conflicto y de posibilidades. Siempre ha sido la función de la cultura (incluida la religión) la de alentar algunas y de limitar la expresión de otras.
En realidad, el “espíritu del capitalismo” entró en la historia de la vida humana bastante tarde. Antes de eso, los mercados de compra-venta estaban protegidos con restricciones legales y morales. Una persona que dedicara su vida a hacer dinero no estaba visto como un modelo a seguir. La avaricia y la envidia estaban entre los pecados capitales. La usura (enriquecerse a partir de préstamos) era una ofensa contra Dios.
Fue solo en el siglo XVIII cuando la avaricia pasó a ser moralmente respetable. Se consideró que era sano, valiente y creativo (Prometeico*) el convertir la riqueza en dinero y poner ese dinero a trabajar para conseguir más dinero, porque al hacerlo uno estaba beneficiando a la humanidad.
Esto inspiró el modo de vida americano, donde el dinero tiene la última palabra. El fin del capitalismo simplemente significa el final de la necesidad de escucharle, de prestarle atención. La gente empezaría a disfrutar de lo que tiene, en lugar de querer siempre más. Uno puede imaginar una sociedad de poseedores de riqueza, cuyo principal objetivo es llevar una vida buena, no el convertir sus riquezas en “capital”.
Los servicios financieros disminuirían, porque los ricos no siempre querrían ser más ricos todavía. A medida que más y más gente se encontrara con suficiente riqueza, uno esperaría que el que el deseo de ganancia perdería la aprobación social. El capitalismo habría hecho su trabajo, y el motivo de buscar beneficios volvería al lugar del que vino, en la galería de los pícaros.
La deshonra de la avaricia es posible sólo en aquellos países en los que los ciudadanos ya tienen más de lo que necesitan. E incluso allí, mucha gente todavía tiene menos de lo que necesita. Esta evidencia sugiere que las economías del mundo sería más estables y la gente sería más feliz si la riqueza y los salarios estuvieran mejor repartidos. La razón que la economía da para justificar estas grandes desigualdades salariales (que se necesita estimular a la gente para que sea más productiva) se viene abajo cuando el crecimiento deja de ser tan importante.
Quizá el socialismo no era una alternativa al capitalismo, sino su heredero. Heredará la tierra no desposeyendo a los ricos de sus propiedades, sino dando motivos e incentivos para seguir un comportamiento, motivos que no tengan nada que ver con continuar acumulando riqueza.
Robert Skildelsky, un miembro de la Cámara de los Lores del Gran Bretaña, Profesor Emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick, autor de una premiada biografía del economista John Maynard Keynes, y miembro de la junta de la Escuela de Moscú de Estudios Políticos.*NT: en el texto original se dice "healthily and Promethean", pero lo he traducido libremente centrándome en los atributos de Prometeo y sus acciones. Prometeo era un titán de la mitología griega (los titanes eran una especie de dioses), amigo de los humanos, que desafiaba a Zeus y se enfrentó a los dioses, y enseñó a los humanos varias cosas, entre ellas, el fuego.
Ya me contaréis qué os parece...
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