lunes, marzo 21, 2011

Visitando nuevos lugares

La semana pasada me quejé lo que quise y más de la cantidad de trabajo que tenía, que era mucha, sí. Pero aproveché el viernes, con cansancio y todo, para salir de Bangalore por primera vez (Nandi Hills no cuenta). En principio el plan era Mysore, pero entre unas cosas y otras al final acabé yendo con un amigo y sus amigos en coche hasta Bylakkupe, donde está el segundo templo tibetano más grande del mundo ( o eso dicen ), el Golden Temple.

Viajamos de noche. Salimos a las dos de la mañana en un pequeño coche, por unas carreteras que dios mío, tenían más baches que las aceras de Bangalore, que ya es decir. Había una parte, la primera, que estaba bien, en plan autopista, pero pasando cierto punto (pasando Mysore, básicamente), teníamos que ir por carreteras regionales, atravesando campos y pueblecitos, y ya os podéis imaginar la de saltos que daba el coche. Lo impresionante es que aguantara todo, y quién sabe cuantos viajes más habrá sufrido...

Llegamos a las 5 de la mañana, supertemprano. El templo en realidad habría a las 8 de la mañana. Teníamos la idea de ir a mirar los rezos matinales, pero no estaban abiertos al público. Así que esperamos durmiendo el resto del tiempo hasta que la luz nos despertó. Una luz sutil, por la niebla, como podéis ver en la foto: eso era a las 8 de la mañana, y aguantó una hora más o así. Desde las 7 de la mañana ya habíamos empezado a ver monjes pasar, andando, en moto, en camiones....cientos y cientos de monjes, muchos muy jovencillos, que se dirigían al monasterio situado a tres kilómetros de sus residencias y de su escuela, envueltos en sus ropas color azafrán y amarillo.

Nosotros, y muchos otros turistas que iban llegando o que habían dormido en el único hotel del pueblo, entramos en el templo para encontrarnos a los chavales despertándose, corriendo de un lado a otro, y lavándose o bebiendo de dónde podían. Unos se lavaban con las mangueras de regar los jardines, otros llenaban sus botellas de agua en las fuentes que adornaban los paseos rodeando el templo. Cualquier cosa les parecía bien.

Entre la niebla y los pocos turistas que había, y la actitud de los monjes, la verdad es que se respiraba paz. Ni ruidos de ciudad, coches, ni rickshaw, ni humos...paz. La verdad es que me hacía falta ver algo así. Tenían en el templo unos jardines preciosos, con ocas y pavos reales; también fuentes y campanas como las que había en los templos budistas de Japón, para tocar en fin de año. La verdad es que todo me recordaba un poco a Japón: la naturaleza, la neblina, los templos budistas, las estatuas doradas, la decoración, los motivos religiosos e incluso el estilo pictórico. Hasta pude reconocer a los guardianes de los cuatro puntos cardinales decorando las paredes exteriores del templo (a falta de estatuas, como en Japón), gracias a lo que recordaba de mis clases y al estilo de la pintura. Me sentía rara siendo yo la que explicara las cosas que veían a los indios, pero claro, el budismo, sea tibetano o japonés, se parece más entre sí que al hinduismo...

Después de pasear y dar una vuelta alrededor del templo observando la vida simple de los monjes (casi todos ellos unos chavales), nos fuimos a tomar un café sentados en las escaleras del hotel, enfrente del templo, a descansar y hablar relajadamente. La verdad es que no hicimos nada, y eso fue lo mejor del viaje. Hacía tiempo que no hacía nada aquí en la India. Cuando por fin abrieron las tiendecillas que había debajo del hotel, nos dimos una vuelta para ver si había algo que valiera la pena, pero casi todo era lo mismo que puedes encontrar en España en cualquier todo a cien chino, así que yo no cogí nada, pero mis amigos estaban más fascinados. Bueno, sí que había colgantes bonitos, pero al final no me decidí por ninguno.

Una de las mejores cosas, junto a la calma y el no hacer nada, fue la comida. Por fin nada de comida india, sino china-tibetana: chowmein vegetariano (una especie de yakisoba, fideos con verduras todo en un sofrito y con salsa de soja). Delicioso. A eso de las 3 de la tarde nos volvimos a Bangalore para llegar antes de que se hiciera de noche, y la vuelta fue horrible: la carretera infernal, el calor sofocante dentro del coche, el tráfico...No veía el momento de volver a casa y darme una ducha. Nunca había pasado tanto calor. Fue llegar a casa, ducharme y echarme a dormir: de 7 de la tarde a 7 de la mañana. De un tirón. No había dormido así en la vida. No era solo el cansancio del viaje, sino también el cansancio acumulado de toda la semana. Al día siguiente, estaba como una rosa, eso sí.

Las estatuas de Buda y dos santos tibetanos. En primer plano, una mujer de origen tibetano que rezaba en el templo.


Un joven monje recogiendo las alfombras donde los monjes se sentaron para el primer rezo del día,

2 comentarios:

Berta dijo...

Pues sí, a mi también me recuerda a Japón. Por cierto, ¿hay limitación de velocidad en las "carreteras"...?
Un beso.

Indispania dijo...

Pues la verdad es que no me fijé, pero me imagino que sí, aunque tampoco es que los coches consigan ir muy rápido

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