Este es la segunda entrada que dedico a Tasher Desh, y quizá haya un tercero. He hablado de la obra de teatro de Rabindranath Tagore, que vi representada este año en Academy of Fine Arts en Calcuta, en una entrada en la que avancé lo que es el tema de esta, la película que Q ha hecho versionando (de manera fiel al texto e infiel a todas las formas) la misma obra. ¿Q? ¿Quién es Q? Q es el nombre artístico de Qaushiq (normalmente, Kaushik) Mukherjee, un director de cine bengalí independiente, famoso por su irreverencia general ante todo, pero especialmente, ante lo convencional, lo tradicional y lo anquilosador.
Sus deseos de romper con los diques que contienen la creatividad, las barreras que nos encierran (Bandh Bhenge Dao, literalmente "Rompe los diques", es una de las canciones de la obra), le han llevado a adaptar la obra de Tagore al cine. No conozco bien la obra teatral de Tagore, pero esta es una pieza muy interesante, con un contenido que, además de ser claramente didáctico, lo que enseña no es sino la libertad. De hecho, hoy en clase he preguntado, para practicar (estamos con el cine) el significado del verbo "tratar", ¿de qué trata Tasher Desh? Y la respuesta de mis alumnos ha sido "de la libertad". Lo bueno, si es breve, dos veces bueno.
Para los perezosos a los que no os apetece volver a la otra entrada a recordar, y para aquellos recién llegados que están un poco perdidos, hago un pequeño resumen: la historia cuenta la huida de un joven que se siente atrapado en la monotonía de su vida, que emprende un viaje con un amigo, y llegan a una extraña isla, el País de las Cartas, donde para su sorpresa, los habitantes viven bajo un orden marcial, siguiendo órdenes absurdas sin cuestionarse nada. El joven y su amigo, los primeros extranjeros en visitar la isla, son la chispa que hará estallar una revolución en el País de las Cartas, cuando persuaden a una de las cartas-chica a ponerse de su parte. Poco a poco, las cartas dejan de ser cartas y se convierten en seres humanos.
Pues Q lleva todo esto a la pantalla, y mucho más también. En realidad, sigue la obra de Tagore al pie de la letra: los diálogos, las canciones, no hay licencias. Las licencias se las toma en las formas, que rompen con lo que estamos acostumbrados a ver en una película. De hecho, es casi una anti-película, sobre todo la segunda parte, donde la historia se diluye en un collage de imágenes, música y poemas, que en los momentos más excesivos recuerda a un videoclip de la MTV. Pero eso es en los momentos en los que la película sobrepasa al espectador, no acostumbrado (por supuesto que no acostumbrado) al concepto que Q está proponiendo a través de su película sobre la libertad - poniéndolo en práctica en la misma.
La primera parte es un poco más "normal", digamos, en cuanto a que podemos seguir un tenue hilo narrativo: la monotonía de la vida del príncipe, contada a través de un cuentacuentos (quizá, la figura del propio director) que pasea por Calcuta y duerme en las estaciones de tren, con el texto de la obra de Tagore en la mano, obsesionado con representarla en un teatro. El cuentacuentos, que no habla sino consigo mismo y con los trenes, llega a una casa antigua y ruinosa donde hay una joven viuda, a la que reconoce como la Reina de Corazones, y a la que le empieza a contar la historia del príncipe.
Este príncipe sin nombre (simplemente se le llama "príncipe", Rajputro) vive con su madre y una legión de sirvientes y sirvientas vestidas de blanco, en una solariega casa perdida en el bosque. La madre, exiliada o desterrada, no lo sabemos exactamente, después de que el rey la sustituyera por una reina más joven, ha encerrado a su hijo en la casa mientras que ella se ha encerrado en su mente, sus recuerdos, y el alcohol. De vez en cuando viene el mejor amigo del príncipe, que además es su proveedor de marihuana, que fuman continuamente, como único medio de escapar que tienen. El príncipe sueña con salir y viajar, escapar de esa rutina vacía, de los momentos que se repiten iguales unos tras otros.
Q nos hace visualizar y sentir esta monotonía repitiendo planos desde todos los ángulos, como si fuera un experimento cubista, en la que casi se superponen unos a los otros (y a veces, se superponen realmente). Los diálogos se repiten cuatro, cinco, seis veces, siempre los mismos, los mismos movimientos. Nos sentimos como el joven príncipe, atrapados en esa jaula del tiempo. Su amigo no entiende por qué tanta pasión por salir de esa "jaula de oro" en la que viven, cómodamente, donde tienen todo lo que pueden desear, mientras que el mundo de fuera se presenta desconocido, incierto y peligroso. Cuando el príncipe está empezando a volverse loco de hastío, llega el Oráculo, un ser andrógino vestido de rojo que le canta lo que debe hacer: viajar. Por fin, el príncipe se enfrenta a su madre, en silencio, escribiendo con el pintalabios de ella por toda su habitación su deseo, explicando por qué no puede quedarse más tiempo en esa cárcel de casa, y su madre pronuncia sus primeras palabras en toda la película para bendecirle en su viaje.
Y llegamos a la segunda parte de la película, en la que, mágicamente - por una pastilla que toman, al estilo Matrix - llegan a una isla con una playa maravillosa. Por fin el príncipe sonríe, feliz con la novedad y la libertad, aunque sea menos cómodo que su gran mansión. Pero hay un elemento lúgubre en toda su felicidad: los nativos de la isla, que tienen una apariencia extraña y se mueven de manera extraña, todos al unísono, y hablan a gritos.
El diseño de la vestimenta y del maquillaje de las Cartas se merece un premio. Fijaos en los labios: cada palo de la baraja está claramente representado en el conjunto de colores de la ropa (variaciones de blanco, negro y rojo), y en los labios.
Q rompe la pantalla en mil partes para mostrar con mas fuerza los dientes amenazantes de las cartas, con sus particulares subtítulos (las cartas hablan con voces distintas, y por lo tanto, sus subtítulos son diferentes de los humanos). Toda la forma está diseñada con un claro propósito: romper las barreras (de la pantalla incluidas), y sobrecoger al espectador con la emoción que toque: monotonía, desesperanza, miedo, alegría, pasión...
Cuando los dos amigos están observándoles escondidos entre los arbustos, no pueden evitar reírse de las Cartas. Esto los alerta y son descubiertos, arrestados por el crimen de reír, y llevados ante el Rey y la Reina de las Cartas (hay que decir que estas cartas eran muy igualitarias, ya que el Rey siempre consulta con la Reina antes de tomar cualquier decisión, y si no está de acuerdo, pues no se toma hasta que no tengan un consenso). Al príncipe se le ocurre cantar como símbolo de respeto, pero cantar también es un crimen el País de las Cartas, así que los habitantes piden que sean ejecutados por atreverse a cometer semejante crimen, porque hay que "mantener la cultura". El ministro de cultura, una carta especialmente cabezota, pide su muerte, mientras que otros piden el destierro. Pero el príncipe pide permiso para hablar antes de ser juzgado, y les canta a las mujeres-cartas una canción como la que el Oráculo le cantó a él. Esto hace perder la compostura y la seguridad a las mujeres, incluida la Reina, que tras escuchar la canción, se niega a que sea castigado. Así que el castigo queda pospuesto, y ellos siguen con vida.
Entonces perdemos de vista a los dos amigos, para centrarnos en las cartas, y en como una de ellas , Horotoni (la Reina de Corazones) empieza a rebelarse ante las normas estúpidas y deja de hacer nada de los establecido, para hacer libremente, lo que ella quiere. Entre otras cosas, sentir la brisa en su pelo.
Horotoni corta con tijeras la tienda de campaña donde vive, y se quita la gorra, para sentir la brisa del mar por primera vez.
Poco a poco, las demás cartas la siguen, primero las mujeres y luego los hombres, hasta que los habitantes de la isla están claramente divididos en dos facciones, con el obsesivo ministro de cultura y el Rey a un lado, y Horotoni y los suyos del otro. La película termina con la rebelión en marcha, con Horotoni y los suyos gritando con antorchas en la mano, esperanzados. El cuentacuentos y la viuda (que no sabemos si es realmente la Reina de Corazones, pues entonces, ¿qué le ha pasado?, o si es la imaginación del cuentacuentos, que la imagina como tal) abandonan la casa en ruinas para, quizá, volver a Calcuta juntos. Y Q nos regala al final, con los títulos de crédito, un montaje de imágenes y videos de diversas manifestaciones y rebeliones en el mundo, de guerras y de soldados en las calles (un guiño a la Primavera Árabe, entre otras rebeliones que seguramente no he sido capaz de reconocer), los grafittis de Bansky (¿qué indio los reconocerá? Ninguno...esto es un guiño a la audiencia occidental), y por fin, la voz de Tagore dirigiéndose a su pueblo en un tono altivo, hablando de la cultura de la Dorada Bengal.
Otra de las joyas de esta película es la banda sonora, que da un toque moderno a las canciones de Tagore. Y entre los muchos cantantes que participan en la banda sonora, está una de mis favoritas, Anusheh Anadil de Bangladesh. Si os interesa, os lo puedo enviar: en youtube todavía no está disponible.
Esta es la canción de la que hablaba al principio, Bandh Bhenge Dao, Rompe los diques, las barreras, en la versión tradicional y la versión de la película de Q, con la colaboración de Asian Dub Foundation:
Rompe los diques, rompe los diques, rompe los diques,
¡rompe los diques!
Deja que desaparezca la esclavitud
Deja que la canción seca fluya
Canta por la victoria del derribo.
Deja que la marea se lleve lo desgastado y viejo
Deja que se vaya, deja que se vaya.
Hemos escuchado el grito de los jóvenes
"¡No tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo!"
No temas lo desconocido
Aunque las puertas estén cerradas
Atraviésalas ya sin temor.
Bnaadh bhenge daao (x4)
bandi praanmon hok udhaao
shukno gaane aashuk
jiboner jaygaan gaao
jirno puraatan jaak bhese jaak
jaak bhese jaak, jaak bhese jaak
aamraa shunechhi oi
"mabhoi! mabhoi! mabhoi!"
kon nutoneri dak
bhoy korina ajaanaare,
ruddha taahaari ddare
duraar bege dhaao.