Este festivo fue hace unas dos semanas, un sábado y un domingo. Nosotros solo tuvimos de festivo el domingo: el día anterior era momento de rituales, pero el domingo era el momento de jugar con los colores y pintarse los amigos, que es por lo que es famoso este festival. Por desgracia, esta parte tan divertida de colorearse unos a otros y de visitar a amistados que no ves en mucho tiempo, parece que es más del norte de India que del sur. Lo bueno de Bangalore es que aquí hay gente de todas partes, y muchos de los amigos que he ido haciendo aquí son del norte. Así que tras hablarme apasionadamente de lo bien que se lo pasaban en sus casa en Holi, decidieron montárselo aquí también por primera vez, y ¡me hicieron una visita!
Aquí podéis verme coloreada:
lunes, marzo 28, 2011
viernes, marzo 25, 2011
Kazuki y City Market
Kazuki y yo despidiéndonos antes de que se fuera en rickshaw a la estación de trenes
Kazuki me sacó esta foto en City Market
lunes, marzo 21, 2011
Fotos de Mahashivaratri y otras cosillas
Bull Temple
Vendedores de hojas de plátano en Gandhi Bazar
(aquí se come sobre ellas)
Un desayuno de India del sur: idly y vada con sambar (una sopa de lenteajas), chutney y un café. Lo mejor: el sitio, un rincón tranquilo bajo los árboles.
Visitando nuevos lugares
La semana pasada me quejé lo que quise y más de la cantidad de trabajo que tenía, que era mucha, sí. Pero aproveché el viernes, con cansancio y todo, para salir de Bangalore por primera vez (Nandi Hills no cuenta). En principio el plan era Mysore, pero entre unas cosas y otras al final acabé yendo con un amigo y sus amigos en coche hasta Bylakkupe, donde está el segundo templo tibetano más grande del mundo ( o eso dicen ), el Golden Temple.
Viajamos de noche. Salimos a las dos de la mañana en un pequeño coche, por unas carreteras que dios mío, tenían más baches que las aceras de Bangalore, que ya es decir. Había una parte, la primera, que estaba bien, en plan autopista, pero pasando cierto punto (pasando Mysore, básicamente), teníamos que ir por carreteras regionales, atravesando campos y pueblecitos, y ya os podéis imaginar la de saltos que daba el coche. Lo impresionante es que aguantara todo, y quién sabe cuantos viajes más habrá sufrido...
Llegamos a las 5 de la mañana, supertemprano. El templo en realidad habría a las 8 de la mañana. Teníamos la idea de ir a mirar los rezos matinales, pero no estaban abiertos al público. Así que esperamos durmiendo el resto del tiempo hasta que la luz nos despertó. Una luz sutil, por la niebla, como podéis ver en la foto: eso era a las 8 de la mañana, y aguantó una hora más o así. Desde las 7 de la mañana ya habíamos empezado a ver monjes pasar, andando, en moto, en camiones....cientos y cientos de monjes, muchos muy jovencillos, que se dirigían al monasterio situado a tres kilómetros de sus residencias y de su escuela, envueltos en sus ropas color azafrán y amarillo.
Nosotros, y muchos otros turistas que iban llegando o que habían dormido en el único hotel del pueblo, entramos en el templo para encontrarnos a los chavales despertándose, corriendo de un lado a otro, y lavándose o bebiendo de dónde podían. Unos se lavaban con las mangueras de regar los jardines, otros llenaban sus botellas de agua en las fuentes que adornaban los paseos rodeando el templo. Cualquier cosa les parecía bien.
Entre la niebla y los pocos turistas que había, y la actitud de los monjes, la verdad es que se respiraba paz. Ni ruidos de ciudad, coches, ni rickshaw, ni humos...paz. La verdad es que me hacía falta ver algo así. Tenían en el templo unos jardines preciosos, con ocas y pavos reales; también fuentes y campanas como las que había en los templos budistas de Japón, para tocar en fin de año. La verdad es que todo me recordaba un poco a Japón: la naturaleza, la neblina, los templos budistas, las estatuas doradas, la decoración, los motivos religiosos e incluso el estilo pictórico. Hasta pude reconocer a los guardianes de los cuatro puntos cardinales decorando las paredes exteriores del templo (a falta de estatuas, como en Japón), gracias a lo que recordaba de mis clases y al estilo de la pintura. Me sentía rara siendo yo la que explicara las cosas que veían a los indios, pero claro, el budismo, sea tibetano o japonés, se parece más entre sí que al hinduismo...
Después de pasear y dar una vuelta alrededor del templo observando la vida simple de los monjes (casi todos ellos unos chavales), nos fuimos a tomar un café sentados en las escaleras del hotel, enfrente del templo, a descansar y hablar relajadamente. La verdad es que no hicimos nada, y eso fue lo mejor del viaje. Hacía tiempo que no hacía nada aquí en la India. Cuando por fin abrieron las tiendecillas que había debajo del hotel, nos dimos una vuelta para ver si había algo que valiera la pena, pero casi todo era lo mismo que puedes encontrar en España en cualquier todo a cien chino, así que yo no cogí nada, pero mis amigos estaban más fascinados. Bueno, sí que había colgantes bonitos, pero al final no me decidí por ninguno.
Una de las mejores cosas, junto a la calma y el no hacer nada, fue la comida. Por fin nada de comida india, sino china-tibetana: chowmein vegetariano (una especie de yakisoba, fideos con verduras todo en un sofrito y con salsa de soja). Delicioso. A eso de las 3 de la tarde nos volvimos a Bangalore para llegar antes de que se hiciera de noche, y la vuelta fue horrible: la carretera infernal, el calor sofocante dentro del coche, el tráfico...No veía el momento de volver a casa y darme una ducha. Nunca había pasado tanto calor. Fue llegar a casa, ducharme y echarme a dormir: de 7 de la tarde a 7 de la mañana. De un tirón. No había dormido así en la vida. No era solo el cansancio del viaje, sino también el cansancio acumulado de toda la semana. Al día siguiente, estaba como una rosa, eso sí.
Un joven monje recogiendo las alfombras donde los monjes se sentaron para el primer rezo del día,
Viajamos de noche. Salimos a las dos de la mañana en un pequeño coche, por unas carreteras que dios mío, tenían más baches que las aceras de Bangalore, que ya es decir. Había una parte, la primera, que estaba bien, en plan autopista, pero pasando cierto punto (pasando Mysore, básicamente), teníamos que ir por carreteras regionales, atravesando campos y pueblecitos, y ya os podéis imaginar la de saltos que daba el coche. Lo impresionante es que aguantara todo, y quién sabe cuantos viajes más habrá sufrido...
Llegamos a las 5 de la mañana, supertemprano. El templo en realidad habría a las 8 de la mañana. Teníamos la idea de ir a mirar los rezos matinales, pero no estaban abiertos al público. Así que esperamos durmiendo el resto del tiempo hasta que la luz nos despertó. Una luz sutil, por la niebla, como podéis ver en la foto: eso era a las 8 de la mañana, y aguantó una hora más o así. Desde las 7 de la mañana ya habíamos empezado a ver monjes pasar, andando, en moto, en camiones....cientos y cientos de monjes, muchos muy jovencillos, que se dirigían al monasterio situado a tres kilómetros de sus residencias y de su escuela, envueltos en sus ropas color azafrán y amarillo.
Nosotros, y muchos otros turistas que iban llegando o que habían dormido en el único hotel del pueblo, entramos en el templo para encontrarnos a los chavales despertándose, corriendo de un lado a otro, y lavándose o bebiendo de dónde podían. Unos se lavaban con las mangueras de regar los jardines, otros llenaban sus botellas de agua en las fuentes que adornaban los paseos rodeando el templo. Cualquier cosa les parecía bien.
Entre la niebla y los pocos turistas que había, y la actitud de los monjes, la verdad es que se respiraba paz. Ni ruidos de ciudad, coches, ni rickshaw, ni humos...paz. La verdad es que me hacía falta ver algo así. Tenían en el templo unos jardines preciosos, con ocas y pavos reales; también fuentes y campanas como las que había en los templos budistas de Japón, para tocar en fin de año. La verdad es que todo me recordaba un poco a Japón: la naturaleza, la neblina, los templos budistas, las estatuas doradas, la decoración, los motivos religiosos e incluso el estilo pictórico. Hasta pude reconocer a los guardianes de los cuatro puntos cardinales decorando las paredes exteriores del templo (a falta de estatuas, como en Japón), gracias a lo que recordaba de mis clases y al estilo de la pintura. Me sentía rara siendo yo la que explicara las cosas que veían a los indios, pero claro, el budismo, sea tibetano o japonés, se parece más entre sí que al hinduismo...
Después de pasear y dar una vuelta alrededor del templo observando la vida simple de los monjes (casi todos ellos unos chavales), nos fuimos a tomar un café sentados en las escaleras del hotel, enfrente del templo, a descansar y hablar relajadamente. La verdad es que no hicimos nada, y eso fue lo mejor del viaje. Hacía tiempo que no hacía nada aquí en la India. Cuando por fin abrieron las tiendecillas que había debajo del hotel, nos dimos una vuelta para ver si había algo que valiera la pena, pero casi todo era lo mismo que puedes encontrar en España en cualquier todo a cien chino, así que yo no cogí nada, pero mis amigos estaban más fascinados. Bueno, sí que había colgantes bonitos, pero al final no me decidí por ninguno.
Una de las mejores cosas, junto a la calma y el no hacer nada, fue la comida. Por fin nada de comida india, sino china-tibetana: chowmein vegetariano (una especie de yakisoba, fideos con verduras todo en un sofrito y con salsa de soja). Delicioso. A eso de las 3 de la tarde nos volvimos a Bangalore para llegar antes de que se hiciera de noche, y la vuelta fue horrible: la carretera infernal, el calor sofocante dentro del coche, el tráfico...No veía el momento de volver a casa y darme una ducha. Nunca había pasado tanto calor. Fue llegar a casa, ducharme y echarme a dormir: de 7 de la tarde a 7 de la mañana. De un tirón. No había dormido así en la vida. No era solo el cansancio del viaje, sino también el cansancio acumulado de toda la semana. Al día siguiente, estaba como una rosa, eso sí.
Las estatuas de Buda y dos santos tibetanos. En primer plano, una mujer de origen tibetano que rezaba en el templo.
Un joven monje recogiendo las alfombras donde los monjes se sentaron para el primer rezo del día,
viernes, marzo 18, 2011
Muchas, muchas horas de trabajo y un descansillo
Ya he recibido alguna queja de que no escribo, así que aquí vuelvo para contentar a esos lectores. Al menos alguien quiere leer esto, es un consuelo.
Lo cierto es que no he podido escribir antes porque estaba currando como nunca. Acabando un curso básico semanal y empezando otro en una empresa. Ahora voy cuatro mañanas a la semana a Infosys, a la Electronic City de Bangalore, un lugar que parece de otro mundo. Al parecer esta empresa tiene negocio con una empresa española y algunos de los empleados pueden viajar a España, y claro, mejor que lo hagan sabiendo español...Y para eso estoy yo. La verdad es que el grupo es encantador, son majísimos...si no hablaran en hindi cada dos por tres riéndose de algo que digo y que les parece gracioso, me caerían mejor. En fin, ya aprenderé. Algunos lo pillan todo a la primera a pesar de que es una lengua muy distinta, y lo mejor es cuando se explican las cosas unos a otros y las entienden. Con alumnos así, el trabajo de una profesora es más sencillo. Un par de ellos ya han estado en España, y parece que otro va a ir próximamente. Eso me hace mucha ilusión, porque realmente estoy enseñando por una razón práctica, y quiero asegurarme de que no van a tener problemas en España cuando vayan.
El sitio donde la empresa está es impresionante. Había visto fotos por internet, pero no hay nada como entrar dentro y comprobarlo. Primero, todo está impecablemente limpio. Los edificios son modernos, acristalados, brillantes. Hay carreteritas que te llevan de edificio en edificio, como si de una mini ciudad se tratara: hay arboledas, fuentes, cafeterías, terrazas, restaurantes....Hay bicicletas a compartir entre todos: tu la coges, te vas a donde quieres ir, y la dejas para que otro la coja. También hay trenecitos eléctricos. Pero lo mejor son los cestos con paraguas que puedes coger y llevarte hasta el próximo cesto, para así cubrirte del sol o de la lluvia, según toque. Una maravilla.
Lo único malo es tener que ir en taxi cada día. Al final pierdo toda la mañana entre ir y venir. Las clases son solo dos horas al día, pero me paso dos horas más dentro del coche, viajando. Eso es lo que me mata. Menos mal que el curso dura poco más de dos meses. Luego lo voy a echar de menos, pero bueno...(no el viaje, pero si la paz mental que te da ver los jardines y las fuentes....)
Aparte de esto, he terminado con mi primer curso: un curso que pillé a medias, cuando Prachi se fue a Dubai, y que dejé cuando volvió, para volver a cogerlo luego y terminar. Eran un grupo majísimo, muy divertido. Ya los echo de menos. El último día, después del examen, me regalaron chocolate. Como todos los grupos hagan lo mismo, ...
El caso es que entre las clases de la semana y las del fin de semana, he estado trabajando trabajando y trabajando. Menos mal que ya se acabó, no pienso volver a repetirlo en la vida. Es como lo de trabajar 9 horas por día los fines de semana. En situaciones de urgencia, vale, pero no como norma general...También hay que vivir y descansar. Así que esta semana he compensado yéndome a pasear por la ciudad por las tardes.
El primer día, el lunes, fui a City Market con un turista japonés que conocí el domingo por la mañana. Estaba perdido en Church Street, y al principio pasé de largo, pero luego pensé: "Chica, esta es tu oportunidad de hablar japonés. Ve y dile algo." Y lo hice, y nos fuimos a comer juntos y luego quedamos para el lunes, después de mis clases. Nunca había estado en City Market, pero me parecía un lugar interesante para visitar...y no me equivocaba. Es una locura, un laberinto de calles, tiendas y gente, mucha gente. Es más o menos la idea que uno tiene de India antes de venir, con el barullo, las vacas, la gente, el ruido, los olores. Pasaba el carrito de los ajos (hay miles de carritos ambulantes vendiendo verduras), y olía a ajo; pasaba el de las sandías, y olía a sandía. Luego, las vacas, caminando a su propio ritmo, ajenas a todo lo demás. Los autorickshaw y las motos intentando que te apartes, tocando la bocina, la gente hablando lenguas que no entiendo...La verdad es que estoy deseando volver.
Otro día fui a SP Road, que parece el Akihabara (salvando las distancias) indio: aquí no hay manga, pero sí todos los componentes electrónicos que puedas desear, a precios competitivos: todas las tiendas son pequeñas tiendas familiares que se matan por conseguir clientes. Todo esto aderezado con comida callejera, un templo hindu en medio de la calle, y las consabidas vacas y toros cargando con carros. También probé zumo de caña de azúcar (riquísimo!), y un par de cosas más que no había tomado nunca: bread vada (una especie de sandwich frito) y papdi con chili, además de pani puri (que me encanta). De momento no he tenido ningún problema con la comida callejera, aunque eso sí, suelo ir a sitios que están llenos de clientes indios...me imagino que será cosa de las vacunas que me puse antes de venir. No sé, pero es lo mejor, la comida callejera tiene un sabor especial.
Qué más...Ah, sí, también he estado visitando Koramangala, un barrio que parece un mini pueblo. Donde yo vivo sólo hay centros comerciales, pero allí todo son tiendecitas y gente que se conoce, templos y pisos de viviendas. Y bares y restaurantes. Sólo hay un centro comercial grande, pero lo interesante son las callejuelas, y cómo no, la comida callejera...La verdad es que me gusta mucho ese barrio, como diría Lucía, "tiene onda...." Es diferente de los otros sitios donde he estado hasta ahora, sin duda.
Y hoy toca Malleswaran, al noroeste de Bangalore, que es uno de los barrios más antiguos de la ciudad. Al parecer hay un mercado interesante, aunque también está el centro comercial más grande del sureste asiático allí, además de varios templos y el último rincón enteramente kannadiga, es decir, típicamente nativo, de Bangalore (hay muchísima gente de fuera en esta ciudad...). ¡A ver qué tal!
viernes, marzo 04, 2011
Mahashivaratri, primer festivo
Al fin hemos tenido algún festivillo para disfrutar de India y ver cosas nuevas. El pasado miércoles fue Mahashivaratri, un día (y noche) dedicado a Shiva en el que las mujeres rezan por conseguir al marido perfecto, y para hacerlo ayunan, visitan los templos de Shiva y pasan la noche en vela.
En un día así sabes que los templos van a estar llenos de gente, los dedicados a Shiva, así que decidí ir a ver el Bull Temple, y de paso, Gandhi Market, un bazar callejero, que quedan cerca uno del otro. ¿Por qué ese templo y no otro? A parte de porque está en todas las guías de Bangalore (y es que tampoco hay tanto que ver en Bangalore), el toro es el animal sobre el que monta Shiva, así que están relacionados y la gente iba a raudales.
Primero llegué al mercadillo con toda la ilusión del mundo, después de haber visto información sobre él en internet. Y lo que aparecía en internet era verdad, pero no decían nada de que fuera tan pequeñito...y es que eran 50 metros, poco más. 50 metros preciosos, eso sí, con todo tipo de verduras, frutas, flores, especias y objetos para rituales a la venta. También las hojas de plátano omnipresentes en los restaurantes del sur de la india. Pero es verdad que me esperaba algo un poquillo más grande, aunque tengo ganas de volver otro día y prestarle más atención y sacar más fotos.
Luego fui hacia el templo, que no está ni a 10 minutos andando. La gente se arremolinaba en la entrada y en los stands donde se dejan los zapatos. Es la primera vez que voy a un templo en la India, que entro dentro, y estaba todo el rato comparando con Japón.
A parte de las primeras y más obvias diferencias, que son las religiosas y las arquitectónicas, lo que me llamó la atención es que hay que pagar para que te guarden los zapatos. Unos chavalillos recogían dos rupias por par de zapatos. No es nada, pero aún así es diferente. En Japón los zapatos los amontonabas a la puerta del templo (cuando te los quitabas, que tampoco era en todos), o había unas taquillas para colocarlos justo a la entrada. Todo mucho más organizado, claro.
Después, otra diferencia, es que no hay un ritual claro del agua para purificarse antes de entrar en el templo. Algunas personas se estaban lavando los pies, algo meramente simbólico, porque el suelo está lleno de tierra y en cuando des dos pasos, vas a tener los pies incluso más sucios que antes. Pero tampoco todo el mundo lo hacía. Había tres templos en la zona, y parecía que la gente iba de uno en uno. También había pequeños altarcitos, y todos estaban llenos de gente, sobre todo mujeres.
Yo fui directa al Bull Temple. Tras subir unas escalerillas, se llega a una explanada donde hay una columna de piedra que me recordó inmediatamente a Nikko, donde hay una muy parecida, pero de metal, donde supuestamente dentro hay sutras (libros sagrados) budistas. En esta no creo que hubiera nada dentro, y tenía estatuitas de Shiva de decoración. Detrás estaba el templo, en la típica arquitectura del sur, piramidal pero sin punta, y con muchísimas imágenes de dioses, demonios y demás, contando una historia seguramente (pero no estoy tan enterada). Además de la estructura principal de la puerta, tenía como unas verandas a los lados, y debajo, espacio para dos estatuas como en los templos budistas o en los shinto de Japón, como a la entrada de Fushimi Inari. Solo que no había ninguna estatua. Una vez ya dentro, unos monjes recogen dinero en una bandeja de metal dónde hay una pequeña vela. Todo el mundo ponía las manos sobre la vela para luego volver a ponerlas sobre su cabeza, como echándose la luz a la cabeza, al igual que los japoneses se echaban el humo del incienso a la cabeza para ser más inteligentes....Sólo que no sé el significado aquí. Después, la gente daba la vuelta a la enorme estatua del toro (bull) en el centro de la pequeña estancia, como en Japón con las estatuas de Buda. Detrás, otro monje vigilaba unas ofrendas y había una pequeña abertura en la pared con otra estatuita. Las personas al pasar se inclinaban un poco con las palmas juntas a la altura del pecho, para mostrar respeto, y seguían su camino. Algunos volvían a rezar al toro antes de salir, y todo se hacía en silencio. Eso sí, la música abundaba fuera y se oía por todas partes.
Justo al lado de este templo resultó que había un pequeño parque muy bonito, mucho más verde que Lalbagh, un poco descuidado pero con un encanto especial. Además, era muy tranquilo a pesar de la cantidad de gente que había ese día en los templos. Quizá vuelva un día sólo por el parquecillo.
Después de la experiencia en el templo, y cómo no está muy lejos, pensé que lo mejor era ir a Lalbagh Park, pasar allí un rato descansando de la gran ciudad, y sobre todo, ir a comer a MTR, que hasta ahora es sin duda mi lugar favorito en Bangalore. Entrando por la cocina de nuevo, esta vez probé no el thali sino la masala dosa, una especie de pancake gigante y no dulce, crujiente y dobladito, relleno de un puré de patatas con verduras y acompañado con chutney. Deliciosa. De postre, probé halwa, halwa de miel. Había probado halwa de zanahoria anteriormente (una especie de mermelada pero más espesa, como membrillo casi, de zanahoria), y la verdad es que es bastante mejor que el de miel. Este sabe básicamente a una pasta de ghee (mantequilla clarificada, que se usa aquí para cocinar en vez de aceite) dulce con algo de azafrán. No estaba mal, pero el sabor del ghee era demasiado fuerte para mi gusto. Otro día, pido otra cosa distinta.
Después de un día tan ajetreado, había quedado con Athira, la secretaria, para que me ayudara a encontrar un sastre y así transformar la tela que os contaba que me compré la semana pasada en un salwar kameez. Allí nos vimos y me llevó a un sastre que está en un callejón dentro de un callejón dentro de otro callejón (vamos, que sino sabes del sitio, imposible encontrarlo), donde tres chavales de unos 15 a 17 años se encargaban de tomar las medidas y preparar la ropa. Dos chicos y una chica. Y tenían un montón de ropa terminada, colgada fuera, con un aspecto maravilloso. A ver qué hacen con mi tela. Esta tarde tengo que pasar a recogerlo. En menos de tres días, y sólo por 150 rupias.
Y después de este agitado día, llegué a casa muerta de cansancio pero lista para una cosa más: mi tercer intento de cocinar mattar paneer (una especie de queso fresco con guisantes y salsa de tomate), y puedo decir que esta vez me salió algo decente y comestible. Mis anteriores intentos fueron comestibles, pero decepcionantes: no le daba cogido el truco a la medida de las especias, y tenía poco sabor. Esta vez fue todo bien, al menos, para mí. Ahora ya empezaré a probar otras recetas distintas hasta que me salgan bien!
En un día así sabes que los templos van a estar llenos de gente, los dedicados a Shiva, así que decidí ir a ver el Bull Temple, y de paso, Gandhi Market, un bazar callejero, que quedan cerca uno del otro. ¿Por qué ese templo y no otro? A parte de porque está en todas las guías de Bangalore (y es que tampoco hay tanto que ver en Bangalore), el toro es el animal sobre el que monta Shiva, así que están relacionados y la gente iba a raudales.
Primero llegué al mercadillo con toda la ilusión del mundo, después de haber visto información sobre él en internet. Y lo que aparecía en internet era verdad, pero no decían nada de que fuera tan pequeñito...y es que eran 50 metros, poco más. 50 metros preciosos, eso sí, con todo tipo de verduras, frutas, flores, especias y objetos para rituales a la venta. También las hojas de plátano omnipresentes en los restaurantes del sur de la india. Pero es verdad que me esperaba algo un poquillo más grande, aunque tengo ganas de volver otro día y prestarle más atención y sacar más fotos.
Luego fui hacia el templo, que no está ni a 10 minutos andando. La gente se arremolinaba en la entrada y en los stands donde se dejan los zapatos. Es la primera vez que voy a un templo en la India, que entro dentro, y estaba todo el rato comparando con Japón.
A parte de las primeras y más obvias diferencias, que son las religiosas y las arquitectónicas, lo que me llamó la atención es que hay que pagar para que te guarden los zapatos. Unos chavalillos recogían dos rupias por par de zapatos. No es nada, pero aún así es diferente. En Japón los zapatos los amontonabas a la puerta del templo (cuando te los quitabas, que tampoco era en todos), o había unas taquillas para colocarlos justo a la entrada. Todo mucho más organizado, claro.
Después, otra diferencia, es que no hay un ritual claro del agua para purificarse antes de entrar en el templo. Algunas personas se estaban lavando los pies, algo meramente simbólico, porque el suelo está lleno de tierra y en cuando des dos pasos, vas a tener los pies incluso más sucios que antes. Pero tampoco todo el mundo lo hacía. Había tres templos en la zona, y parecía que la gente iba de uno en uno. También había pequeños altarcitos, y todos estaban llenos de gente, sobre todo mujeres.
Yo fui directa al Bull Temple. Tras subir unas escalerillas, se llega a una explanada donde hay una columna de piedra que me recordó inmediatamente a Nikko, donde hay una muy parecida, pero de metal, donde supuestamente dentro hay sutras (libros sagrados) budistas. En esta no creo que hubiera nada dentro, y tenía estatuitas de Shiva de decoración. Detrás estaba el templo, en la típica arquitectura del sur, piramidal pero sin punta, y con muchísimas imágenes de dioses, demonios y demás, contando una historia seguramente (pero no estoy tan enterada). Además de la estructura principal de la puerta, tenía como unas verandas a los lados, y debajo, espacio para dos estatuas como en los templos budistas o en los shinto de Japón, como a la entrada de Fushimi Inari. Solo que no había ninguna estatua. Una vez ya dentro, unos monjes recogen dinero en una bandeja de metal dónde hay una pequeña vela. Todo el mundo ponía las manos sobre la vela para luego volver a ponerlas sobre su cabeza, como echándose la luz a la cabeza, al igual que los japoneses se echaban el humo del incienso a la cabeza para ser más inteligentes....Sólo que no sé el significado aquí. Después, la gente daba la vuelta a la enorme estatua del toro (bull) en el centro de la pequeña estancia, como en Japón con las estatuas de Buda. Detrás, otro monje vigilaba unas ofrendas y había una pequeña abertura en la pared con otra estatuita. Las personas al pasar se inclinaban un poco con las palmas juntas a la altura del pecho, para mostrar respeto, y seguían su camino. Algunos volvían a rezar al toro antes de salir, y todo se hacía en silencio. Eso sí, la música abundaba fuera y se oía por todas partes.
Justo al lado de este templo resultó que había un pequeño parque muy bonito, mucho más verde que Lalbagh, un poco descuidado pero con un encanto especial. Además, era muy tranquilo a pesar de la cantidad de gente que había ese día en los templos. Quizá vuelva un día sólo por el parquecillo.
Después de la experiencia en el templo, y cómo no está muy lejos, pensé que lo mejor era ir a Lalbagh Park, pasar allí un rato descansando de la gran ciudad, y sobre todo, ir a comer a MTR, que hasta ahora es sin duda mi lugar favorito en Bangalore. Entrando por la cocina de nuevo, esta vez probé no el thali sino la masala dosa, una especie de pancake gigante y no dulce, crujiente y dobladito, relleno de un puré de patatas con verduras y acompañado con chutney. Deliciosa. De postre, probé halwa, halwa de miel. Había probado halwa de zanahoria anteriormente (una especie de mermelada pero más espesa, como membrillo casi, de zanahoria), y la verdad es que es bastante mejor que el de miel. Este sabe básicamente a una pasta de ghee (mantequilla clarificada, que se usa aquí para cocinar en vez de aceite) dulce con algo de azafrán. No estaba mal, pero el sabor del ghee era demasiado fuerte para mi gusto. Otro día, pido otra cosa distinta.
Después de un día tan ajetreado, había quedado con Athira, la secretaria, para que me ayudara a encontrar un sastre y así transformar la tela que os contaba que me compré la semana pasada en un salwar kameez. Allí nos vimos y me llevó a un sastre que está en un callejón dentro de un callejón dentro de otro callejón (vamos, que sino sabes del sitio, imposible encontrarlo), donde tres chavales de unos 15 a 17 años se encargaban de tomar las medidas y preparar la ropa. Dos chicos y una chica. Y tenían un montón de ropa terminada, colgada fuera, con un aspecto maravilloso. A ver qué hacen con mi tela. Esta tarde tengo que pasar a recogerlo. En menos de tres días, y sólo por 150 rupias.
Y después de este agitado día, llegué a casa muerta de cansancio pero lista para una cosa más: mi tercer intento de cocinar mattar paneer (una especie de queso fresco con guisantes y salsa de tomate), y puedo decir que esta vez me salió algo decente y comestible. Mis anteriores intentos fueron comestibles, pero decepcionantes: no le daba cogido el truco a la medida de las especias, y tenía poco sabor. Esta vez fue todo bien, al menos, para mí. Ahora ya empezaré a probar otras recetas distintas hasta que me salgan bien!
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