Ayer domingo fue el último día del festival de cine de Calcuta, que duró unos ocho días (el eslógan era, al más puro estilo indio, "Eight days / movie craze", que rima en inglés). Sólo pude ir a ver películas durante el fin de semana, así que me perdí muchas, y además, ni siquiera tenía pase, y me tuve que colar, aunque nadie me preguntó nunca ni a mí ni a los demás por el pase.
Fui a ver tres películas, dos europeas (una belga y una italiana), de las que sólo puedo decir que me gustó la música, y una india, de Kerala para más señas. El director de esta última, Adoor Gopalakrishnan, era una de las figuras destacadas del festival, al que le dedicaron la sección de Retrospectiva.
Mis amigos ya habían ido a ver una de sus películas, Kathapurusam, y como les gustó tanto, yo me apunté a la siguiente: Nizhalkkuthu, que traducen al inglés como Shadow Kill, y al francés como Le Serviteur de Kali, aunque yo creo que el título inglés se corresponde mucho mejor con la película. Lo del "servidor de Kali" es muy genérico, porque hay miles de ellos, y aunque le da un oscuro toque exótico a la película para su distribución en Francia, "muerte sombría" tiene realmente un sentido específico dentro de la película.
¿La trama? Años antes de la independencia de India, en el sur todavía existía un estado independiente, gobernado por un maharajá: el estado de Travancore. En este estado convivían las tradiciones más antiguas con un gobierno de corte más moderno, en el que hay tribunales, cárceles y verdugos. El protagonista de la historia es el verdugo de Travancore, un hombre mayor cuya familia ha desempeñado el cargo por generaciones, ya que éste pasa de padres a hijos. Por matar a gente, están "malditos", puesto que han cometido un pecado que deben expiar, pero al mismo tiempo son bendecidos por la diosa Madre (Kali-Durga y todas sus demás expresiones) con misteriosos poderes curativos. Además, el maharajá les otorga privilegios especiales: una casa, un terreno por el que no pagan impuestos, y dinero, además de dinero extra por cada ejecución.
Pero nuestro protagonista, Kaliyappan, es un hombre torturado por la culpa. Cree, aunque sin pruebas, que la última persona que ejecutó era inocente, y ese pensamiento no le deja vivir. Se ahoga en alcohol y en rezos y penitencias a la Diosa Madre, pero nada le calma: se pasa los días rezando y emborrachándose. Su esposa intenta cuidarle, pero en el pueblo casi todos se ríen de él en ese estado y muchos han dejado de creer en sus poderes mágicos. Además, su hija pequeña, que acaba de tener la regla, se ha convertido en un nuevo dolor de cabeza, al tener que empezar a pensar en casarla y pagar una dote con un dinero que no tienen, y por si fuera poco, su único hijo le rechaza, tanto por su alcoholismo como por ser el verdugo del país: ha adoptado las ideas de Gandhi, se ha hecho vegetariano, incluso se ha comprado una rueca para hilar algodón, y sólo viste khadi blanco. Hasta llega a hablar en contra de las ejecuciones en el pueblo, abiertamente criticando a su propio padre. Kaliyappan no puede soportar esa traición, pero no tiene mucho tiempo de sufrir por ello: al día siguiente llega un emisario del maharajá anunciándole que, por fin después de mucho tiempo, hay una nueva ejecución de la que debe hacerse cargo. Es un auténtico revuelo en el pueblo que, pensando que esto es una señal de la diosa de que devuelve sus poderes mágicos al verdugo, hace cola a la puerta de su casa para recibir las cenizas sagradas, los restos quemados de la cuerda con la que ha colgado a su último condenado.
El protagonista empieza a hacer más y más penitencias, abluciones y rezos, pero no puede dejar el alcohol, ya que la idea de tener que volver a matar le mortifica. Intenta librarse de la obligación, pero el emisario no acepta ninguna de sus razones - la edad, que se encuentra enfermo, etc.- y le dice que si necesita ayuda, que se lleve a su hijo con él para cuidarle. Y eso hace.
Padre e hijo en la casa.
Kaliyappan y su hijo, el revolucionario independentista, hacen noche en la cárcel de la capital, donde deben esperar en vela para, al día siguiente al amanecer, colgar al condenado. Pero Kaliyappan, borracho como una cuba, es incapaz de mantenerse despierto. Si se durmiera, no podría realizar la ejecución - ya que la tradición ordena que, como el condenado no dormirá en toda la noche pensando en la muerte que le espera, el verdugo tampoco debe dormir - así que los soldados de guardia intentan contarle historias que le mantengan despierto, pero todas le aburren, excepto una: la historia de un amor que florece entre una niña de 13 años y joven flautista vagabundo, y la historia de cómo ella es brutalmente violada y asesinada, de cómo el verdadero culpable escapa a la ley y de cómo el jovencito es condenado injustamente por un crimen que no ha cometido.
Gopalakrishnan cuenta el colapso nervioso de Kaliyappan de una manera estupenda: no escuchamos la historia de los jóvenes enamorados en el hermoso valle de Kerala, sino que la vemos a través de los ojos del verdugo, que imagina a su hija - que también tiene 13 años - en el papel de la chica, así como al resto de los personas les pone caras familiares. Esto le perturba enormemente, y en alguna ocasión, interrumpe la historia con gritos de dolor, pero quiere escuchar el final de la historia. Los soldados, asustados, le preguntan si es que conoce a alguien parecido, y el hombre les contesta que sí, que claro, su familia. Pero no es su familia, es una historia real, que ha salido en los periódicos: los soldados se ríen del pobre Kaliyappan, que no estaba enterado de nada, que no sabía que el chico que va a colgar en unas horas es precisamente ese joven músico inocente.
Entonces, el padre tiene un colapso real y se niega en rotundo a realizar la ejecución. Pero el condenado no puede quedar sin colgar, porque sería un deshonor para los soldados y para el director de la cárcel, así que ordenan al hijo de Kaliyappan que ocupe el puesto de su padre, como le corresponde según la tradición, y que él cuelgue al inocente.
¿Lo hará?